"...Pero toca mirar al futuro inmediato. En unas recentísimas declaraciones, Perera ha sentenciado el espíritu coral que alentó la lejana rebelión de otoño pero no ha despejado las dudas en torno a su vuelta a la plaza de la Maestranza. Una nueva ausencia de la plaza de Sevilla sería una pésima noticia para todos. Para él también..."
Perera, un año para enmarcar
El Correo de Andalucía
Su nombre no contó igual en los inicios de la campaña. El propio matador ha admitido que estuvo cerca de cortar por lo sano. Las razones definitivas de ese malestar íntimo sólo las conoce el interesado pero no es aventurado pensar que las circunstancias que rodearon y envenenaron el comienzo de este año convulso tuvieron que minar el necesario equilibrio mental y emocional para afrontar la guerra del toreo al máximo nivel.
Hablamos de una guerra que fue y es -no sabemos si será- fría y real. O quizá no tan fría. Miguel Ángel Perera fue uno de los integrantes del extinto grupo de cinco toreros alzados contra la empresa Pagés como respuesta a las famosas y explosivas declaraciones de Eduardo Canorea. Pero aquel exceso verbal, en la práctica, sólo suponía oficializar un conflicto que se había iniciado tiempo atrás. Hacía falta el último chispazo para sacar los tanques a la calle y la declaración definitiva llegó después de ese célebre almuerzo otoñal con la prensa sevillana. El Juli y Manzanares enviaron sendos comunicados para justificar el plante; Morante y Talavante no dijeron esta boca es mía. Perera sí salió a la palestra y lo hizo presentando sus propias cuentas del Gran Capitán con la claridad y frontalidad que le definen como persona y torero. El extremeño tenía sus propias razones para levantar la mano pero prácticamente nadie logro entender -casi todos siguen sin entenderlo- que se sumara a esa política cerrada de grupo -estáis con nosotros o con ellos- para culminar un plante sin precedentes que sólo podía acabar en una derrota común: el hundimiento definitivo del abono de la plaza de la Maestranza. El torero recordó entonces las circunstancias que forzaron su ausencia en las ferias de 2009 -había pedido estar en Resurrección después de su histórica temporada anterior- y la más traumática de 2012 en la que ni siquiera llegó a descolgar el teléfono. Estaba pagando, como El Juli, los platos rotos de otra rebelión inoperante: la de los derechos de televisión. Pero eso ya es agua pasada.
El caso es que Perera había culminado la temporada 2013 rozando la Puerta del Príncipe. Certificaba así -algo parecido le ocurrió en 2007 antes de la explosión gloriosa del año siguiente- que la artillería estaba a punto de engrase para lo que estaba por venir en esta temporada plena, madura, brillante y rotunda en la que ha abierto nuevos registros expresivos y artísticos sin apearse de la alta exigencia de su concepto más puro: la quietud, el temple y la elección de los terrenos más comprometidos. El diestro extremeño podía haber rentabilizado profesional y artísticamente aquel despliegue de San Miguel pero escogió el camino de la rebelión coral que aún no ha desembocado en el armisticio definitivo. En esa tesitura, el matador contempló como pasaban sin pena ni gloria las ferias de Olivenza, Castellón y Valencia a pesar de los esfuerzos derrochados. Sin estar anunciado en Sevilla, se jugaba el ser o no ser en Madrid y decidió poner todas las fichas en un par de casilleros con un sentido, una sensibilidad y un concepto que evocó las estrategias de las antiguas grandes figuras. El matador confiaba en sus posibilidades. O todo o nada.
Perera acabó matando en Madrid las corridas de Victoriano del Río y Adolfo Martín. Las había pedido junto a la de Victorino pero la suerte y los vericuetos de la política taurina le dejaron sin estoquear los antiguos albaserradas, que salieron infumables. El resto ya es historia triunfal y reciente. El diestro extremeño reveló la nueva vuelta de tuerca de su toreo cuajando de cabo a rabo a un importantísimo ejemplar de Victoriano de Río. Pero la coronación definitiva llegó con la siempre compleja corrida de Adolfo Martín. Han pasado los meses y se puede afirmar sin riesgo de equivocación que el único torero capaz de exprimir aquel sexto toro que saltó a la arena venteña el pasado 3 de junio es Perera. Hablamos de un total de cinco orejas y dos puertas grandes. Después de mí, nadie…
Pero Madrid sólo fue el arranque de ese arco triunfal que encontró su segundo cimiento en Bilbao, con o sin el absurdo protagonismo de la presidencia y a pesar del error de estrategia que supuso pensar que el tal Matías accedería a indultar el excelente ejemplar de Domingo Hernández. Qué más da. Había escrito un nuevo renglón de oro en su biografía con dos tardes para el recuerdo en las que sólo faltó -el palco se empeñó en lo contrario- el refrendo de la puerta grande. Perera había mantenido la misma autoridad, la frescura y elsentido expresivo que ya había mostrado en los madriles. El resto de la campaña se puede definir como un auténtico paseo militar. Ahí están los triunfos resonantes de Pamplona o Albacete pero la lista es mucho más larga. Las faenas de dos orejas y las puertas grandes se sucedieron aunque la mala suerte se atrancó en Zaragoza y le impidió cerrar la campaña a la altura que había marcado.
A la postre, Miguel Ángel Perera había sido el unico matador capaz de mantener en el ruedo la firmeza de sus posiciones. A pesar de todo, los propios condicionantes del toreo -sumidero de todas las crisis- no otorgaron la dimensión que merecía el eco de sus triunfos en algunos compromisos que en otro tiempo habrían reventado las taquillas. Logroño fue un botón de muestra de esta circunstancia.
Pero toca mirar al futuro inmediato. En unas recentísimas declaraciones, Perera ha sentenciado el espíritu coral que alentó la lejana rebelión de otoño pero no ha despejado las dudas en torno a su vuelta a la plaza de la Maestranza. Una nueva ausencia de la plaza de Sevilla sería una pésima noticia para todos. Para él también.
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