Cuando más falta la afición, en el siete se mantienen las mejores asistencias
"...Es difícil mantener a los aficionados de siempre, eso en si mismo es el peor ataque cometido contra la Fiesta por quienes son los profesionales de la misma. Descuidar el cliente ya fidelizado con anterioridad es un delito en si mismo, además de un signo de torpeza infinita, no se podía ser más tontos..."
LA AFICIÓN EN HORAS BAJAS
España
La afición a los toros está, que duda cabe, en horas bajas. El aficionado no disfruta de su mejor momento en la actualidad. Y no es porque la temporada española haya terminado y esté hibernando, pues ese sería simplemente un periodo de descanso.
Las horas bajas tampoco vienen porque un gobierno catalán, más talán que cata, decidiera cerrar a cal y canto su plaza de Barcelona, ni siquiera porque unos filoetarras impiden que se den toros en San Sebastián; tampoco porque en Quito no permitan la muerte del toro en el ruedo, mucho menos porque un alcalde guerrillero deje que se caiga la plaza de Bogotá antes de permitir que la fiesta siga. No, todo eso ha sido posible, exactamente, gracias a que la afición está en horas bajas.
Lo de las horas bajas no es el resultado de esos atropellos, es la consecuencia de un atropello mayor. Y ese atropello se viene dando con el toro ya en la arena, con las plazas abiertas, y sin la presión y acción de tanto político desalmado. De haber estado la afición en horas altas, estamos seguros que todas esas cosas hubieran sido imposibles de llegar a producirse. En masa lo habrían impedido.
Antes de todo ese ataque a la apertura de esas plazas, de forma libre, se iban perdiendo por el camino cantidad de aficionados a borbotones. No por el paso de los años y el ‘descanse en paz’ de tantos, sino por no interesar lo que se ofrece a diario en las plazas. Ese es el virus, el cáncer, podríamos decir mejor el ‘ébola’, de elevadísima mortalidad, de nuestra Fiesta.
Es difícil mantener a los aficionados de siempre, eso en si mismo es el peor ataque cometido contra la Fiesta por quienes son los profesionales de la misma. Descuidar el cliente ya fidelizado con anterioridad es un delito en si mismo, además de un signo de torpeza infinita, no se podía ser más tontos. Aunque en su magín no quepa, no les entre, esa torpeza, esa idiotez, convencidos como están solamente de hacer caja. Mientras la iban haciendo ni una protesta. En muy poco tiempo se pusieron a defenderse de los dineros, primero los toreros, después, y más reciente, los empresarios.
Y en ese mediano tiempo, despoblándose los tendidos de aficionados y sin que entren nuevos, el apoyo de la juventud taurina es plausible pero irrisorio en cuanto al número de los que lo hacen -no olvidemos que Las Ventas ofrece unos abonos de precio ventajosísimo que no cubre la demanda-, llega el momento de echar la culpa a quien sea menos reconocer que ya el toro no pone a cada uno en su sitio, que eso se ha sustituido en las figuras por ‘yo pongo un toro en mi vida’ y que éste siempre es de Garcigrande por citar un solo ejemplo.
Eso y no otra cosa es la que al tiempo de ‘poner un toro en su vida’ponía un aficionado en la calle y al margen de esa fiesta menor, ayuna de emociones, llena de cursilería y previsibles resultados. Las estadísticas no engañan, a esos toros se les cortan las orejas con más facilidad… pero es precisamente eso, esa facilidad, la que aleja a los que tenían que pasar por taquilla.
La afición, esa adicción a la Fiesta, ya no suma, ahora resta y eso no es culpa de los aficionados. Querían ‘aficionados’ afines a sus causas y no aficionados de verdad y ahora se encuentran sin unos y sin los otros. Ojalá las plazas fueran todas ‘tendidos sietes’ con sus protestas y sus gritos, pero con su habitual y continuada presencia. Más garantías hay con aficionados exigentes que con la gente de paso con la que los querían sustituir.
Acabar con las horas bajas no es nada fácil ni predecible, pero tampoco ha sido nunca predecible y fácil el toreo, que es lo que hoy está acabando con la afición.
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