Acto de homenaje al diestro jerezano Rafael de Paula en el incomparable marco del Convento de Coreses. En un salón excepcional se produjo el culto al mito, una liturgia torera llena de recuerdos, añoranzas, tristeza y lágrimas, pero también pasión, verdad, arte y compostura emocional.
Volvió a sorprender a los aficionados el Foro Taurino de Zamora al convocar un acto de homenaje al diestro jerezano Rafael de Paula en el incomparable marco del Convento de Coreses. Allí en un salón amplio y excepcional se produjo el culto al mito, una liturgia torera llena de recuerdos, añoranzas, tristeza y lágrimas, pero también pasión, verdad, arte y compostura emocional.
Llegó Rafael de Paula al altar conventual apoyado en su báculo de ancianidad y vejez, pero sereno, siempre supersticioso como todo calé, más todavía si ha dedicado su vida a estar cerca de la cara de un toro bravo, enjaretarle unas verónicas de ensueño y plasticidad, torear con cabeza o huir acosado por el miedo insuperable de la soledad y la muerte. Y lo hizo del brazo de Ana Pedrero y de Paco Pérez quienes intentaron hacer la tarde a compás de un hombre que fue un torero gitano pleno de expresividad.
En el convento de Coreses crujieron los huesos de la memoria de Rafael de Paula en una tarde emotiva cuando Jambrina y Pedrero, uno con la zanfoña y la otra con su voz, al terminar y como despedida, le tocaron el romance de la muralla de Zamora, la bien cercada; de un lado la cerca el Duero, de otro Peña Tajada, del otro veintiséis cubos, del otro la barbacana.
Rafael se fue, obispo y oro, a Jerez de la Frontera, su amada tierra gitana y española con el regusto en los labios, un abrazo de Andrés Vázquez y una calada del cigarro. Ojalá vuelva otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario