“El entusiasmo llegó a su punto de saturación a la muerte del último toro, cuando Pablo Lozano conquistaba las dos orejas de un toro, cuando en su haber ya tenía conseguidas otras dos y varias vueltas al redondel. Fue entonces cuando el entusiasmo popular le hizo a Lozano el homenaje de una ovación clamorosa y saltando de sus localidades los propios toreros auparon en hombros a Pablo Lozano y se lo llevaron en júbilo por la puerta grande… Triunfador por su arte; triunfador por su gesto; triunfador por su valor, y, sobre todo, triunfador por cuajar en Madrid la faena cumbre de su carrera artística. Interesar como único espada a sus muchos seguidores y entusiasmar a la afición, alborozada de contemplar cómo la fiesta tiene valores como esta muleta impar de Castilla, que puede ondear como bandera de triunfo más allá de los mares”.
El Ruedo, Manuel Alarcón, julio de 1957.
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