PLAZA DE TOROS HAVANA CUBA 1898
LOS TOROS EN CUBA – I
Por Plácido González Hermoso
La importancia de nuestra “Fiesta Nacional” y la españolísima costumbre de “correr toros”, se universalizó y “cruzó el charco” de la mano de los primeros conquistadores que la introdujeron por todos los territorios donde recalaron, donde sigue perviviendo hasta la actualidad como en México, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela.
La presencia y vivencia de las corridas de toros en el resto de países del Sur y Centro América, al igual que ocurrió en parte de las Antillas o Filipinas, fue desapareciendo por variadas causas y diversos argumentos, a medida que esos pueblos iban consiguiendo su independencia de la Madre Patria.
La llegada de la “Era de los descubrimientos” supuso para el océano Atlántico, o “Mare ignotus”, convertirse en vez de una masa de agua separadora, en un mar de intercambio comercial y cultural, entre cuyas expresiones intercambiadas se encuentran las corridas de toros, que nuestros primeros conquistadores llevaron consigo.
Hoy vamos a asomarnos y a escudriñar los avatares de las primeras fiestas de toros que se dieron en ese paradisíaco Caribe, cuya primigenia celebración se realizó en la llamada “Perla de las Antillas”, en Cuba, cuyo gentilicio significa “donde la tierra fértil abunda”. Y a fé que fértil y abundanmte fue esa tierra para las corridas de toros, cuyos frutos fueron la expansión y difusión por todas las tierras americanas conquistadas.
La isla de Cuba, donde se celebraron las primeras ”corridas de toros”, fue descubierta por Cristóbal Colón en el atardecer del sábado 27 de octubre de 1492, avistando las costas de una tierra que, contemplada a la luz del día siguiente cuando desembarcó, le pareció “la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto”; según recogen las Cartas de Indias (atribuidas a Colón). Inicialmente la denominó Isla Juana, la quinta isla descubierta, en deferencia al Príncipe Juan, Príncipe de Asturias (1478-1497), segundo hijo de los reyes Católicos muerto de tuberculosis a los 19 años.
La carta en castellano antiguo dice lo siguiente: “A la primera que yo fallé (hallé)puse nonbre Sant Saluador, a comemoración de su Alta Magestat, el qual marauillosamente todo esto an dado; los indios la llaman Guanahaní (Guaraní). A la segunda puse nonbre la isla de Santa María de Concepción, a la tercera, Ferrandina(Fernandina); a la quarta, la isla Bella, a la quinta, la isla Juana, e así a cada una nonbre nueuo. Quando yo llegué a la Juana seguí io la costa della al poniente, y la fallé (hallé) tan grande que pensé que sería tierra firme...”.
Las primeras noticias que tenemos de la celebración de corridas o festejos de toros en Cuba, nos las proporciona el fraile “trianero” dominico fray Bartolomé de las Casas, quien se trasladó a Cuba en la primavera de 1512 (permaneciendo en la isla hasta 1515), a requerimiento del adelantado Diego Velázquez, en calidad de capellán del conquistador Pánfilo de Narváez quien, tras la matanza de indios en Caonao, en 1513, interpeló a fray Bartolomé diciéndole: “¿Qué parece a vuestra merced destos nuestros españoles qué han hecho?”, a lo que el fraile contestó: “Que os ofrezco a vos y a ellos al diablo”.
La proliferación de muchos execrables acontecimientos en las colonias conquistadas, como el citado abuso de nuestros expedicionarios, dieron pábulo a la leyenda negra, pero fundada, de nuestro comportamiento con los nativos de las colonias americanas.
El primer lidiador conocido y la primera “corrida de toros” del Nuevo Mundo se celebró en 1514, a tenor de lo relatado por fray Bartolomé de las Casas en su “Historia General de Indias” que textualmente dice así: “Acaeció allí luego un terrible caso, que el día de Corpus Christi siguiente, que es cuarto día después del domingo de la Santísima Trinidad, lidiaron un toro o toros, y entre otros españoles había uno allí, llamado Salvador, muy cruel hombre para con los indios, el cual fue vecino de una villa llamada de Bonao (en el centro de la República Dominicana), en la isla de Santo Domingo, veinte leguas tierra adentro… Y trataba tan mal a los indios que lo tenían por diablo (…). Así que aqueste Salvador pasó a la de Cuba, donde también comenzó a usar de sus crueldades con los indios, y se halló aquel día de Corpus Christi con los otros que dije haber lidiado los toros…“. Sin embargo Cossío, en el tomo IV de su tratado tauromáquico “Los Toros”, no recoge esta referencia de fray Bartolomé de las Casas y afirma que los primeros festejos se realizaron en 1538.
Como puede suponer el lector, estos primeros festejos de toros se efectuaban en cualquier plaza del pueblo, debido a la no existencia de plazas de toros, que no llegarían a edificarse hasta 1769 en que se construyó la primera plaza en La Habana, a la que luego nos referiremos. Tanto los toros necesarios para esas corridas, como los toreros intervinientes, a lo largo de la vigencia de los toros en Cuba, tenían que ser importados de España, al igual que los toreros, para que se pudiesen celebrar aquellos festejos taurinos.
Otras referencias taurinas señalan, como cita Cossío, que en el año 1538 se celebró una corrida de toros en La Habana, con motivo de la llegada del Adelantado Hernando de Soto (Gobernador de la isla de Cuba entre 1538 y 1539, año en que parte a la conquista de la Florida). Por igual motivo se celebraron varios espectáculos taurinos que tuvieron lugar en Santiago de Cuba, en la parte sur-oriental de la isla.
También hay constancia que en 1569 se celebró otra corrida de toros en la capital de la isla, con el fin de honrar a San Cristóbal, que era el patrón de la antigua villa habanera y que no sería reconocida como ciudad hasta 1592. Cuentan que los vecinos pidieron al cabildo la eliminación de los mosquitos, moscas, hormigas y bibijaguas (una especie de hormiga muy agresiva, endémica de Cuba) que habían invadido las viviendas. Fue así que en una reunión con las autoridades, entre el gobierno de la ciudad y la iglesia, se acordó solicitar la ayuda al Apóstol Santiago, a quien, si sacaba los insectos de las casas, le dedicarían 32 corridas de toros entre sábado y domingo. Es de suponer que las plegarias no fueron lo suficientemente abundantes o que su débil fervor no alcanzasen los espacios celestiales, ya que los fastidiosos insectos continuaron haciendo de las suyas, por lo que también cabe imaginar que las corridas de toros no se celebraron.
Otro de los festejos importantes se celebró en 1759, donde se programó una espectacular corrida de toros en La Habana, con motivo de la coronación y subida al trono de Carlos III.
La proliferación de plazas de toros a lo largo y ancho de Cuba fue algo consustancial con la conquista y civilización de la isla, de las que someramente nos vamos a ocupar antes de entrar en detalle con las de la capital, cuya expansión se debió no sólo a la afición propia de los españoles y la prendida con celeridad entre los nativos, sino que muchas corridas se organizaban como asueto y relax de las tropas de ultramar y que servían, muchas veces, para levantar la moral de las tropas, cuyo decaimiento era producto de la nostalgia familiar y el distanciamiento de la “Madre Patria”.
La ciudad de Cienfuegos, fundada en 1819 y conocida como “La Perla del Sur” (situada en la parte centro-sur de la isla, en la península de Majagua, la segunda urbe más importante de Cuba), tuvo una Plaza de toros “de mediana construcción, de un solo piso al descubierto, en el que hay algunos palcos, con capacidad para 5.000 almas”, según la tauromaquia de Guerrita. El 13 de febrero de 1887 aparece en el periódico “La Fraternidad” una noticia sobre el debut en la plaza de toros de Cienfuegos de una torera conocida como “La Cordovesa” y un niño de corta edad a quien denominaban “El Pequeño Mazzantini”.
En la provincia más occidental de la isla cuya capital es Pinar del Río, la antigua “Nueva Filipina” -situada al Sur-Oeste de la capital, donde se encuentra la mayor producción de tabaco y de la industria del afamado puro cubano “Cohiba”, “Partagás” o “Montecristo”, con el 80% de la producción total-, tuvo también su “Plaza de Toros de fuerte construcción, pero que carece de belleza y de bastantes dependencias. Es de un solo piso, en el que hay algunos palcos además de los de autoridades. Cabida, 6.000 personas”, como reseña la tauromaquia de Guerrita.
También en la ciudad de Matanzas, fundada el 12 de octubre de 1693 con el nombre de San Carlos y San Severino de Matanzas, nombre que deriva de la matanza que sufrieron los españoles a manos de un grupo de aborígenes en 1510 y es conocida, por su desarrollo cultural y literario, como “La Atenas de Cuba”. Está situada al este de La Habana, muy cerca de las conocidas playas de Varadero, e igualmente se sabe que fue donde se interpretó por primera vez el Danzón (el” Baile Nacional de Cuba“) del cual derivan géneros tan populares como el Chachachá y el Mambo. Esa ciudad turística por excelencia tuvo también su plaza de toros, y se sabe que en 1747 se celebró una gran fiesta taurina en ella.
En otra ciudad, en la denominada Sancti Spíritus, cuyos habitantes sonconocidos con el gentilicio de «espirituanos» o «yayaberos», derivado, éste último, del nombre del río Yayabo que la atraviesa, es la cuarta villa de Cuba y se fundó el 4 de junio de 1514 por el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar.
Esta ciudad del centro de Cuba tuvo su Plaza de Toros, ubicada en lo que hoy se conoce como Acueducto Municipal de la calle Gutiérrez, declarado Monumento Nacional, donde se celebró la primera corrida de toros el 1 de julio de 1850, con la participaron del torero mexicano José Vázquez y su esposa, apodada “La Pepilla”, con Cenobio como picador y un andaluz de apellido López, según relata una crónicas del rotativo “El Fénix” (primer periódico espirituano que vio la luz el 3 de marzo de 1834), que se hizo eco de los programas de aquel espectáculo taurino.
Otras dos corridas se dieron el 11 de agosto y el 8 de septiembre de 1850, donde participó la misma cuadrilla de toreros mexicanos citada. La nota curiosa de la corrida del 11 de septiembre, programada con el fin de beneficiar supuestas obras públicas, fue la escasa afluencia de espectadores, por lo que la recaudación fue paupérrima.
Dos años después, el 7 de septiembre de 1852, se anunció públicamente la presentación de la cuadrilla de un torero conocido como el Tío Juan, y en marzo de 1864 se anuncia la actuación de José Sánchez “El Niño”, que toreó en la mencionada Plaza de Sancti Spíritus.
El diario “El Fénix” publicó, en 1850, la información referida a una corrida que se celebró en la ciudad de Trinidad -en el centro-sur de la isla y la tercera villa fundada por los españoles en Cuba en 1514-, en homenaje al arribo a esa ciudad del general José Gutiérrez de la Concha, Marqués de La Habana y Capitán General de la Isla en el periodo 1850-52 y 1854-59. Por aquella época esos espectáculos eran organizados y financiados por hacendados, comerciantes y otras personas pertenecientes a las clases pudientes que eran los terratenientes de la isla.
Pero donde más arraigaron las corridas de toros fue en la capital, La Habana, que era donde estaba la Capitanía General de las fuerzas españolas y donde tenían sus casas solariegas la mayoría de los terratenientes españoles, dueños de las grandes haciendas cubanas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar y del tabaco.
La primera plaza de toros de que se tiene referencia fue la conocida como el Aserradero, erigida en La Habana en 1769, ubicada entre las calzadas de Monte y Arsenal, cuyo lugar fue llamado posteriormente “Basurero”, muy cerca a la actual Estación Central de Ferrocarriles.
La segunda plaza de toros se edificó en 1796, en el sitio en que hoy se cruzan las calles Monte y Egido. A esta le siguió, en 1818, la tercera plaza de toros, ubicada al fondo de la posada de Cabrera, esquina a la calle Águila, y otra más, la cuarta, que estuvo en servicio desde 1825 a 1836, frente al famoso café de Marte y Belona, allí donde la Calzada del Monte se entroncaba con la calle Amistad, donde posteriormente se edificó el Capitolio Nacional.
Hasta el ultramarino poblado de Regla –lo que hoy es un barrio de la capital, situado, precisamente, en el oriente de la bahía de La Habana, donde termina el larguísimo paseo del Malecón- tuvo su plaza de toros, la quinta construida, que estuvo en servicio desde 1842 a 1855, cuya edificación precisó de autorización expresa del Ayuntamiento de La Habana. La misma se irguió detrás de la parroquia de la localidad, quizá con la secreta intención de salvar las almas de quienes tuviesen la desventura de sufrir alguna cornada mortal.
En esta Plaza de toros murió un torero gaditano de cogida, José Díaz “Mosquita”. Guerrita recoge en su Tauromaquia este hecho luctuoso: “Matador de segundo orden, que falleció en la Habana el año 1845 de resultas de una herida que sufrió toreando en la tarde del 28 de junio del mismo año”.
En el Club Taurino de Murcia hay un cartel de toros de Regla, 19 de diciembre de 1897, anunciando la actuación de las “Señoritas toreras LOLITA y ANGELITA (Debut en América)” que mataría becerros de la ganadería de Jorge Díaz.
La sexta plaza de toros capitalina se edificó en 1853, la llamada “Plaza de Toros de Belascoaín”, por estar ubicada en la calle Belascoaín, entre las calles Virtudes y Concordia, a un costado de la entonces Casa de la Beneficencia, conocida también como “de La Habana”, por su importancia, y que se mantuvo activa hasta que en 1897 un terrible incendio la destruyó. Tenía una capacidad de algo más de 6.000 espectadores.
En esta plaza de toros tenía que torear, el domingo 29 de Noviembre de 1868, Francisco Arjona Herrea “Cúchares”, que curiosamente figuraba en los carteles anunciadores de ese día, como el que se aporta, con el segundo apellido cambiado, figurando el de “Guillén”; apellido que gustaba usar en ciertas ocasiones y que pertenecía al segundo apellido de su abuelo paterno.
Decíamos que tenía que torear ese domingo aunque la presencia de Curro no se perodujo, no por una espantá del Sr. “Cúchares” sino por haber contraído la famosa enfermedad del “vómito negro” o fiebre amarilla, también llamada “plaga americana”, cuyas secuelas le produjo la muerte cinco días después, falleciendo el viernes 4 de Diciembre de 1868, festividad de santa Bárbara.
Ese día, la expectación era excepcional por ver torear al “maestro Curro Cúchares”, que debía lidiar “seis toros Yankees” y cuya corrida sería “presidida por el Excmo. Sr. Capitán General” de la isla, como reseñaba el cartel anunciador. La Plaza estaba de “bote en bote”, o si se quiere había un lleno “hasta la bandera”, pero a la hora de dar comienzo la corrida Cúchares no se presentó para hacer el paseíllo. El público, que desconocía la verdadera causa de la ausencia y a nadie se le ocurrió advertírselo, creyendo que todo había sido un engaño montó una bronca descomunal y las consecuencias de aquellos altercados casi destroza la plaza. Cuando el público conoció el verdadero motivo por el cual “Cúchares” no apareció en el ruedo y supo la triste noticia de su enfermedad, el daño ya estaba hecho.
Junto a “Cúchares” también contrajo la enfermedad el banderillero de su cuadrilla, Mateo Cabrera “Vila”, que murió también del “vómito negro” el miércoles 9 de diciembre de 1868.
“Cúchares” fue enterrado en La Habana y: “Sus restos mortales fueron exhumados el martes 23 de Diciembre de 1884 y trasladados a España, llegando a Cádiz, donde hizo entrega de ellos el espada Francisco Sánchez “Frascuelo” a su hijo “Currito”, siendo transportados a Sevilla el domingo 11 de Enero de 1885 a la iglesia parroquial de San Bernardo, donde se le depositó en un nicho al lado del evangelio, del altar de Jesús de la Salud al día siguiente”. Según cita Guerrita en su Tauromaquia.
Cossío dice del luctuoso suceso (en el Diccionario de Toreros, de la edición “El Cossío en fascículos”), que: “…la sociedad recreativa Unión Recreativa abrió una suscripción entre sus socios para costear los gastos de exhumación del cadáver y su traslado a España. El matador de toros Francisco Sánchez (Frascuelo) se hizo cargo en La Habana de los restos de Cúchares, y en Cádiz los recibió su hijo Francisco Arjona Reyes (Currito)…”
También hay constancia de la actuación en esta Plaza de toros, y en otras de la Isla, del torero sanluqueño Manuel Hermosilla: “… Teniendo veinte años, y sin haber toreado lo suficiente en España, embarcó para la Habana el 30 de Abril de 1867, y allí permaneció dos años, pasando en 1869 a México a las órdenes de José Ponce como segundo espada”; tal como lo reseña Guerrita y Cossío destaca: “Manuel Hermosilla Llanera… marchó a La Habana y se dio a conocer como banderillero, trabajando a las órdenes de espadas de por allá durante dos años en las plazas de Regla, Cienfuegos y Matanzas”.
No obstante lo relatado, aún se construyó una séptima plaza de toros en La Habana, denominada de “Carlos III” o de “La Infanta”, inaugurada en 1885 por el torero murciano Juan Ruiz Lagartija, de cuya historia y efemérides posteriores de aquellas corridas de toros en Cuba, hasta su prohibición absoluta y definitiva en 1899, nos detendremos con detalle en la segunda parte de este artículo.
Plácido González
BIBLIOGRAFIA
1.- Luis Úbeda, “Toros en Cuba” en Portaltaurino.com
2.- Rafael Guerra “Guerrita”, “Tauromaquia”, tomo II
3.- Miguel Ángel López Rinconada, “Los toros y la guerra de Cuba”
4.- José María de Cossío, “Diccionario de Toreros”
5.- José María de la Torre, “Habana Antigua y Moderna”
6.- Ángela Oramas Camero “Las Corridas de Toros en Cuba”
7.- José María de Cossío, “Los Toros”, tomo IV
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