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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 16 de agosto de 2015

La damnatio memoriae y els cèntims / por Aquilino Duque


Borrando de la memoria a los gobernantes


"...la corrupción es el lubricante de la política en general, pero en el caso de la democracia es el combustible, por no decir el riego sanguíneo..."


La damnatio memoriae y els cèntims

  • Es posible poner coto, no a la corrupción, sino a su castigo, que es tan selectivo como la “memoria histórica”.

Aquilino Duque / Agosto 2015 
No me fue muy grato, lo confieso, ver el busto del Rey Juan Carlos, que presidía un salón del Ayuntamiento de Barcelona, dentro de una caja de cartón rumbo a lo desconocido, como tampoco me lo fue ver el cadalso mecánico manejado por verdugos encapuchados que a altas horas de la noche levantaba la estatua ecuestre del Caudillo de su pedestal en la madrileña plaza de San Juan de la Cruz. Ese levantamiento con nocturnidad y alevosía fue la guinda que coronó el homenaje tributado esa misma noche al siniestro personaje con cuya amistad se honró el monarca decapitado en efigie, de suerte que era inevitable reflexionar que “donde las dan, las toman”. La damnatio memoriae, por mal nombre memoria histórica, suele tener un alcance mayor del que piensan los que la imponen, o los que la refrendan. Ya se encargan las nuevas promociones de indignados de mantener vivo y amenazante el fuego sagrado del rencor. De éstos no puede decirse que sean incoherentes y, si se salen con la suya, no va a quedar títere con cabeza, por muy coronada que esté.

La soltura con que se archivan ciertos casos de corrupción hace pensar a los demócratas que puede hacerse lo mismo con la damnatio memoriae, pero una vez en marcha la máquina del tiempo, es incalculable hasta dónde puede llegar. Un superviviente de aquel albondigón político llamado UCD, tan mal trabado que se desmoronó por sí solo, ponía a uno de los beneficiarios del desmoronamiento, el fray gerundivo alcalde de Madrid Tierno Galván, como ejemplo admirable de enérgica mesura en la implacable limpieza del callejero urbano de referencias al llamado "régimen anterior", para afear así los modales democráticos con que los "jóvenes turcos" de la nueva alcaldesa septuagenaria volvían sobre un callejero que al parecer la llamada "casta" no dejó tan limpio como debiera. Y eso que en Madrid aún no se ha llegado a los extremos de Barcelona, donde antes de lo del busto regio, se le retirara la honorabilitat al anterior President, aunque por fortuna para él y para los suyos, nadie hable ya de esa fruslería dels cèntims. 

Por cierto, en una lista de juicios negativos sobre el "régimen anterior" por antonomasia, se puede leer con estupor de propios y extraños el siguiente del antedicho ex Molt Honorable cuando aún lo era y no sé si antes, mientras o después del affaire Banca Catalana: el general Franco (...) ha elegido como instrumento de gobierno la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar...el Régimen procura que todo el mundo se ensucie las manos y esté comprometido...

Nadie con más autoridad que él para pontificar sobre el tema. En Estados Unidos, donde existe al respecto una considerable jurisprudencia, ante una salida semejante de “pata de banco”, como decimos en el Principado, se le dice al que sea: Speak for yourself, George. Y así, cuando George, o sea Jordi, no tuvo más remedio que hacerlo en su propio Parlament, supo cortar por lo sano dando a entender a sus presuntos acusadores que si a él le pasaba algo, ellos no se iban a ir de rositas. 

Siempre digo y repito que la corrupción es el lubricante de la política en general, pero en el caso de la democracia es el combustible, por no decir el riego sanguíneo. La corrupción que pudiera haber en el “régimen anterior” - asunto en que me remito a historiadores serios – se multiplicaría por diecisiete – si es que no se elevó a la decimoséptima potencia – en el actual sistema de reinos de taifa, en los que la parte del león se la llevarían, en Andalucía el “partido de los pobres” o de los “cien años de honradez”, y en Madrid y Barcelona el de “los ricos”, tan “púnicos” los castellanos como los catalanes, unos por el apellido del principal imputado, y otros por el linaje fenicio de que blasonan. Sobre los “púnicos” de Madrid caería todo el peso de la Justicia y, lo que es más grave, el de los juicios paralelos de los medios de confusión, en cambio los de Barcelona se beneficiarían de una misteriosa omertà. Y es que no es lo mismo utilizar la corrupción para acabar con los de la mayoría absoluta, como se hizo con el caso Nombela para echar a la CEDA del Poder, que respetar, por la misma “razón de Estado”, la delicada sensibilidad “soberanista” de los delincuentes layetanos. No serían éstos los únicos “púnicos” impunes, que también en Andalucía tuvimos fenicios, y quien tuvo retuvo. Siempre vuelvo sobre unas aleccionadoras reuniones de presuntas masas encefálicas en Lisboa y Salamanca, ahora para evocar que un joven andalucista con futuro municipal llegó a abogar por una “cultura cartaginesa” frente a la opresión de la “cultura romana”, A lo que voy es que, a la vista de los casos expuestos, se ve que es posible poner coto, no a la corrupción, sino a su castigo, que es tan selectivo como la “memoria histórica”, pero no por eso hay que olvidar que ésta puede salirse de madre, y por la misma regla de tres que se le quita una calle a Manolete por haberle brindado la muerte de un toro al “dictador”, qué no le pueden quitar al que recibió de sus manos nada menos que un Reino. 

Los de la “mayoría absoluta” por cierto van camino de perderla y de poco les sirvió apelar al voto del miedo y confiar en la inercia del bipartidismo, ya que, a mi juicio, una parte de sus votantes, entre los que alguna vez me conté, los apoyaba por razones que nada tenían que ver con la economía: en mi caso con la esperanza de acometer en serio la reforma de la enseñanza, la de despolitizar en lo posible el poder judicial, la de cambiar el sistema electoral, la de meter en cintura a las autonomías y la de derogar la infame ley llamada de la “memoria histórica”. Es más; yo estoy convencido de que la hemorragia se habría cortado si a ciertos desafíos sediciosos como el de las urnas de cartón o la pitada en el estadio, el Poder Ejecutivo hubiera reaccionado sin contemplaciones, aplicando la legislación vigente en lugar de anunciar platónicamente que la legislación va a aplicarse por sí sola. Sólo así perderíamos los españoles que no nos avergonzamos de serlo la sensación incómoda de que la democracia no es más que una espada de Damocles sobre la existencia histórica de la nación española.

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