Cervecería La Alemana, en la Plaza de Santa Ana. centro de reunión de toreros e intelectuales
Entonces el toreo era una gran familia. Se convivía mucho, se relacionaban todos los componentes de la fiesta y se daban circunstancias muy variadas que reforzaban ese sentido familiar añorado. Es posible que ahora ocurra algo parecido, pero yo no lo conozco. Hay menos diálogo y la gente se distrae con su móvil, sus juegos o curiosidades. Eso sí: cuando termina la corrida, los actuantes se pegan unos efusivos abrazos y hasta algunos se besuquean aunque al rato se junten todos en el mismo hotel.
PERSONAJES DE OTROS TIEMPOS (2)
BENJAMÍN BENTURA REMACHA
Acompañé a mi padre a sus tertulias de café en “ELGato Negro”, en el edificio del “Teatro de la Comedia”, y allí conocí a don Tirso Escudero, venerable empresario de pelo y piel blancos, que aseguraba no haber tomado el sol desde su Primera Comunión, a Alfredo Marquerie, que era el crítico teatral de ABC y colaboraba todas las semanas en “El Ruedo”, casado con una escultora que fumaba sin descanso y que también intervenía en las tertulias, Redondela, especialista en decorados teatrales y padre de Agustín, un destacado pintor de la Escuela de Madrid, Ricardo Mazo, especialista de novelas radiofónicas, hoy series televisivas, Paco Ugalde, de Tarazona de Aragón, el más original de los grandes caricaturistas del siglo pasado, Joaquín Roa, actor que participó en las más famosas películas de aquellos tiempos, “Bienvenido Mister Marshall”, “Marcelino Pan y Vino” y “Viridiana”, Mario Cabré, su apoderado Juan Ramos y su cuñado Manuel Gas, voz de bajo profundo, policía en muchas películas, padre de Manuel Gas Cabré, el gran gestor del Teatro Español, Sendín Galiana, escritor, el fotógrafo Cartagena, el dibujante sevillano Martín Maqueda, que se fue a trabajar a Portugal, y algunos contertulios más de los que no recuerdo su nombre. Tertulias diaria, inexcusables. Por distintas razones - humanas, los camareros; comerciales, el precio del café; calidad del producto o la invasión del territorio – hubo cambios de domicilio social de la tertulia a “Cancela”, con entrada por Carrera de San Jerónimo y Arlabán, “Marfil”, Cedaceros esquina Alcalá, y “Riesgo”, Virgen de los Peligros cerca de Alcalá, siempre en el eje de la calle Sevilla y la calle Príncipe. Al final de esta calle vivían los Dominguín y en “El Gato Negro” conocí a Luis Miguel, en “Marfil” le hice la primera entrevista a Juan Posada y en “Riesgo” admiré a Victoriano de la Serna padre. Y aprovecho la oportunidad para recordar a su hijo que acaba de fallecer, hermano de Peñuca, pintora de gran personalidad, que se casó con Vicente Zabala. Victoriano hijo fue un torero enigmático. Curioso que yo recuerde una novillada que le vi torear en Sos del Rey Católico, cuando en Aragón se daban festejos menores en muchos pueblos. Me contaba otro Victoriano, Valencia, que también hizo el paseíllo de novillero en Sos, que en la vuelta al ruedo le echaron una rastra de lomo de cerdo y que su madre le preguntaba a menudo cuando iba a torear otra vez en Sos. El buen aire del Pirineo.
En fin, mi aprendizaje periodístico, junto a la censura paterna, se desarrolló en aquellos cafés y se amplió en lugares cercanos cuando pasé del estudio al ejercicio. En Gran Vía, esquina a Clavel, estaba la redacción de “Fiesta Española”. En la otra esquina, el Casino Militar y, cruzando la Gran Vía hacia la Plaza de Bilbao, la cafetería de Antonio Machín. Allí paraba José Luis Marca cuando apoderaba a “El Bala”. Infantas abajo, la calle Barbieri y una taberna donde conocí a Salvador Domínguez “Gloria Bendita”, que se estableció después junto a Sindicatos y el diario “Pueblo”, en el número 6 de la calle Alameda y fue nuestro punto de reunión con mi compadre Fernando Sánchez Murillo, Gonzalo Sánchez Conde “Gonzalito”, Brihuega, José Manuel, gestor de Paco Camino y asuntos futbolísticos varios, partidarios de Curro Romero y béticos de hueso colorado, periodista y ganaderos como Antonio Méndez y su lugarteniente Rafael Ortega “Gallito”. Se había transformado el sentido de la tertulia.
A “Gonzalito” le conoce todo el toreo y todavía anda en activo aunque su ilusión de continuar la estela de Curro Romero en su sobrino nieto parece que no se consolida. Brihuega, que era de Cádiz y relojero, prefirió dedicarse también a la tarea de vestir a un torero, en este caso a Luis Francisco Esplá. Era hombre impregnado de la vena gaditana pese a la tremenda tragedia de que muriera un hijo suyo de leucemia a los 4 o 5 años. Tuvo una hija unos años después y me concedió el honor de apadrinarla. Otro personaje, Hilario el Zapatero, banderillero. También era de por allá abajo y tenía un gran vicio, las cartas, y una obsesión, el Quijote, su libro de mesilla. Me aseguraba que todas las noches leía alguna página de la obra cervantina. Un día fue a jugar al Mercantíl, en la Gran Vía, cerca de Hortaleza, y ganó cerca del millón de pesetas. Era de madrugada y esperó hasta que se hizo de día para volver a su casa. Pregunta de la esposa enfadada: ¿Qué horas de venir son estas? Añada el lector algún adjetivo grueso en la voz de la señora. Aguantó el chaparrón Hilario y acabó echando los billetes a lo alto para que cayeran a la cama. Con ese dinero, una de sus hijas hizo la carrera de Medicina. Y en este capítulo no puedo olvidar a “Joaquinillo”, un banderillero de categoría que fue en la cuadrilla de Pepe Luis. Cuando se retiró no tuvo más remedio que ejercer como mozo de espadas en la cuadrilla de José Fuentes, el de Linares, al que apoderaba Rafael Sánchez. A “El Pipo” lo conocí cuando todavía apoderaba a “El Cordobés” en el bar “La Tropical”, en donde se juntaban todos los que brujuleaban alrededor del toro y alguno le daba una propina a la telefonista para que por los altavoces del local dijera su nombre y que le llamaba don Pedro Balañá. Un día, en Carabanchel, hizo el paseíllo un improvisado banderillero que llevaba medias verdes. El hombre estaba en el callejón, haciéndose el distraído y sin intervenir para nada en el ruedo. El delegado de la autoridad le llamó la atención y le obligó a poner un par de banderillas. La voltereta fue espectacular. Al día siguiente nuestro hombre se compró un par de banderillas de fuego se fue a la calle Sevilla y cuando vió al policía encendió las mechas y le citó con arrogancia y desparpajo. No consumó la suerte. A Dios, gracias.
Había muchas historias de todo tipo. “El Mella” era un banderillero que en sus buenos tiempos había formado pareja con “Magritas”, pero todavía no se había arreglado el tema de la jubilación de los toreros. Así que el Monumento al Ejercito en la Mancha con una espada de diez lo doce metros de alta se lo traspasaron a “El Mella” porque practicaba el deporte del sablazo. En ocasiones te vendía una barra de mantequilla que te decía que no se la dieras a tus niños, que mejor la empleases en las botas o correajes de cuero. De especial ingenio, “Bojilla”, Enrique Bernedo, genial, cuando murió Curro Girón, en el funeral le pidió la palabra al sacerdote porque el sabía mejor quien era el torero venezolano, Ramitos el mozo de espadas de Puerta, su chofer Tello o “Cabeza de Triana”, banderillero que por una enfermedad de los pulmones se pasó a la grey de los mozos de espadas a las órdenes de Miguel Márquez. Con él y a bordo de un “seiscientos” hicieron una campaña de novillero y sumaron los cien festejos. En uno de los viajes con Miguel Márquez, José Mari Recondo y el propio trianero, a este, ante el paso del Guadarrama, se le ocurrió comentar: “Habrá que hacerle la cesárea al túnel”. Al de San Sebastián, versolari y epigramático, le dijeron que era “Belmontito de Donostia” y una tarde que toreó en Madrid le brindó un novillo a don Juan. “¿Tan malo era yo?”, fue su caustico comentario. Tuve mucha amistad con él y, al final de la temporada de 1972, fui a verlo a la clínica de Madrid donde la habían intervenido de un cáncer en el aparato- digestivo. Le saludé desde la puerta y él, desde la cama, me dijo: “Aquí me tienes, que me ha levantado Agapito”. El caso es que vivió muchos años más pese al pronóstico de un cuñado suyo que era médico
Entonces el toreo era una gran familia. Se convivía mucho, se relacionaban todos los componentes de la fiesta y se daban circunstancias muy variadas que reforzaban ese sentido familiar añorado. Es posible que ahora ocurra algo parecido, pero yo no lo conozco. Hay menos diálogo y la gente se distrae con su móvil, sus juegos o curiosidades. Eso sí: cuando termina la corrida, los actuantes se pegan unos efusivos abrazos y hasta algunos se besuquean aunque al rato se junten todos en el mismo hotel.
Me parece que me queda cuerda para algún pasaje más. Trataré de recordar. Es bueno para la salud mental.
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