En 1999, cuando empezó la debacle, el mandatario culpable de iniciarla, juró por Dios, la Patria y el pueblo, sobre una moribunda Constitución. El heredero designado para continuar su política de tierra arrasada, lo ha hecho con tan obsesivo celo, que ahora la moribunda, ya no es solamente la nueva Carta Magna, sino la patria entera.
LA LEALTAD
Eduardo Soto Alvarez
Mérida, 09/01/2019
Lealtad es una virtud muy apreciada en el género humano (y en algunos animales) que, en el caso de los mandatarios, es un compromiso que se inspira en su permanente devoción y fidelidad a la nación, a la cual se honran en pertenecer y a la que nunca deben traicionar.
Como pública demostración de lealtad a su pueblo, un mandatario jura, de manera solemne y por lo más sagrado, dedicar todos sus esfuerzos a luchar por su progreso y bienestar.
Sin embargo, la verdad es que, por estas fechas, lo que viene al espíritu son más bien las ideas sobre perjurio e ilegitimidad, las cuales, sin entrar en abstrusas consideraciones, quieren decir jurar en falso o quebrantar el juramento y que no se tiene la necesaria cualidad de ser conforme a un mandato legal.
En 1999, cuando empezó la debacle, el mandatario culpable de iniciarla, juró por Dios, la Patria y el pueblo, sobre una moribunda Constitución. El heredero designado para continuar su política de tierra arrasada, lo ha hecho con tan obsesivo celo, que ahora la moribunda, ya no es solamente la nueva Carta Magna, sino la patria entera.
El último personero de tan fatídica estirpe, se apresta a juramentarse, no precisamente ante la Asamblea Nacional, única que al ser legítima, puede impartir legitimidad y quien cuenta, por añadidura, con el repudio internacional, con la excepción, por supuesto, de aquellos que derivan beneficios crematísticos de un régimen, que también les ha entregado jirones de nuestra soberanía hecha pedazos.
Ambos mandatarios juraron servir al pueblo, han hablado hasta la saciedad, de sus planes para beneficiarlo y lo califican siempre de soberano; pero la demagogia ha sido tan grande y el resultado tan desastroso, que ese mismo pueblo, el cual se comprometieron a defender, sigue hundiéndose en una profunda crisis que lo obliga a huir por millones, pues tratan de imponerle, llueve, truene o relampaguee, un credo que rechaza y que siempre ha fracasado.
Acciones de esta naturaleza, engendran responsabilidades, máxime cuando el régimen las lleva a cabo de manera deliberada, para aferrarse al poder en beneficio propio y el de sus titiriteros.
No debiera ser nada fácil sobrellevar tal carga en la conciencia, pero cuando tales desaguisados son práctica común de los que ejercen el poder, se proyecta con crudeza nuestro drama y la necesidad de llegar pronto un desenlace favorable al pueblo venezolano.
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