El futbolista profesional es leal consigo mismo, con su familia y amigos, como los somos nosotros con nuestro círculo más cercano. No hay colores, queridos amigos y amigas; o, para ser exacto, los colores de las camisetas de nuestros equipos no son motivo suficiente como para que un deportista de élite se le juegue o arriesgue su futuro profesional.
El color de Morata
Desde que el fútbol es fútbol, y de eso hace ya mucho tiempo, jugadores de un equipo han pasado al otro sin que el sentimentalismo o eso que conocemos como "los colores" hayan supuesto un escollo sin solución. Porque, al final, los colores son los de los aficionados y no los de los jugadores, que son profesionales. Siempre ha sido así, siempre; de ahí que ahora, justo cuando dicen que el fútbol se ha convertido en un negocio de miles de millones de euros, un espectáculo sin corazón, se le pidan peras al olmo. El olmo no da peras sino sámaras, un fruto seco indehiscente, o sea que no se abre por una valva, y cuya forma favorece su dispersión por el viento. Y el futbolista profesional va a lo suyo. Quiero decir que el jugador es egoista, quiere jugar siempre y por delante de sus compañeros aunque no lo merezca más que el titular y trata de conseguir el mayor beneficio económico en el menor tiempo posible.
Si nos paramos a pensarlo sólo medio segundo, cualquiera de nosotros haría lo mismo que ellos, cualquiera. Pero sin embargo, cuando un futbolista que lleva mucho tiempo en el Real Madrid ficha por el Atlético de Madrid o uno que llevaba mucho tiempo en el Barça lo hace por el Real Madrid, empleamos términos grandilocuentes como "traición", "deslealtad"... Es curioso porque nos sentimos aparentemente traicionados por personas a las que no conocemos y sentimos que han cometido una deslealtad con nosotros quienes nunca fueron leales. El futbolista profesional es leal consigo mismo, con su familia y amigos, como los somos nosotros con nuestro círculo más cercano. No hay colores, queridos amigos y amigas; o, para ser exacto, los colores de las camisetas de nuestros equipos no son motivo suficiente como para que un deportista de élite se le juegue o arriesgue su futuro profesional. O sea, fingimos que los jugadores son leales mientras juegan en nuestros equipos, olvidamos que lo hacen por dinero, por interés deportivo y porque les conviene a ellos e intentamos no pensar en el hecho cierto de que si un día, llegado el caso, es más conveniente para ellos cambiar radicalmente de rumbo, simplemente lo harán. Lo harán... como probablemente lo haríamos cualquiera de nosotros.
El último caso es el de Morata, confirmado hoy mismo como nuevo jugador del Atlético de Madrid. Queremos creer que, cuando a su vuelta, Álvaro lloró en su nueva presentación como futbolista madridista, lo hizo porque sentía esos colores, pero no; yo creo que Morata lloró porque estaban allí sus padres y su novia y porque se sentía un triunfador, porque había salido buscando más minutos y porque había vuelto probablemente con ellos. No lloraba por el Madrid, lloraba por él. Y cuando no tuvo esos minutos, cuando no los encontró aquí, su representante movió cielo y tierra para que su jugador se fuera. Y lo hizo. Lo hizo buscando lo mejor para él. Y ahora vuelve buscando lo mejor para él. Si lo mejor para él hubiera sido fichar por el mayor enemigo deportivo del Real Madrid, que es el Barça, lo hubiera hecho. Y, entre tanto, aficionados de uno y otro bando prefieren pensar que el que un futbolista juegue para su equipo de toda la vida tiene que ver con la lealtad, con el amor a unos colores, con el cariño a un club, cuando al club y a los colores del club los quieren los aficionados.
Como en todo, hay excepciones, versos libres. Juanito, por ejemplo, era una excepción. Totti ha sido otra excepción. Pero, en líneas generales, el futbolista mira por su interés. Recientemente lo ha hecho Cristiano, máximo goleador histórico del Real Madrid. Antes que él lo hizo Neymar. Cristiano colocó en un platillo de la balanza su amor al Real Madrid y en el otro la multa que ya sabía que iba a tener que pagar a Hacienda, y pudo Hacienda.
Neymar colocó en un platillo de la balanza su amor al Barça y en el otro la desazón que le producía estar a la sombra de Messi, y pudo la desazón. Morata ha visto el cielo abierto de Madrid, su ciudad, la ciudad en la que está su familia, su entorno, y ha podido el cielo. Pretender que el día de su presentación se bese el escudo es tan ridículo como pelear para que no lo haga. Bese o no bese el escudo, celebre o no celebre los goles que marque con su nueva camiseta, sus gestos no tendrán nada que ver ni con la lealtad ni con el amor a unos colores sino con el interés personal. Morata quiere que le vaya bien a Morata, y esa actitud suya me parece bastante leal consigo mismo.
Y ahora, si queréis, sigamos fingiendo que el amor tiene algo que ver con que un futbolista juegue en tal o cual equipo. Desgraciadamente no lo tiene.
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