Subiendo y bajando cuestas, conversamos de todo y de nada. Ya, cuando llegamos al lugar común de todo interrogatorio torero; el miedo y la muerte. Me contestó con una sinceridad casi ingenua: “Sé que puedo morir toreando, y si pudiera escoger, así lo preferiría”. Lo miré, sonreía como un niño. Aunque lo intenté, no pude hallar el menor asomo de alarde, vanidad o trampa publicitaria en su rostro. Pasados estos años, su toreo, donde y como se para, lo duro que le han dado los toros y el arrobo que despierta en las taquillas, me ha confirmado que hablaba en serio. Aclaró qué no tengo conflictos de interés, quienes me conoce pueden refrendarlo.
En el rito taurino (corrida), la virtud eminente del oficiante (torero), es el estoicismo, no su resultante, la creación estética. Que sin su base queda vacía, falaz, retórica… Esto emparenta el credo taurino, con el cristianismo primitivo (mártir), y más allá con la filosofía de la Grecia clásica.
Hoy, cuando algunos “fundamentalistas” ilusionados recibimos las declaraciones y gestos de figuras como José Antonio Morante y Antonio Ferrera, y, algunas otras que acicateadas por ellos, también optan por por aceptar ganadería no comerciales. Largamente vetadas por obligar al riesgo, el aguante y el sufrimiento mayor. Nosotros, volvemos a pensar que sí, que la piedra base del toreo, retoma su importancia. Que en cualquier trance de la vida, la ética es lo que diferencia el héroe del cobarde o el criminal. Y la gente responde..
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