La falta de unión del sector y su tirar cada cual por su lado ha sido, de siempre, uno de los principales problemas que ha tenido el mundo del toro. Sin un objetivo común y sin que todas las partes remen en la misma dirección es complicado avanzar.
Las distintas asociaciones profesionales estarán obligadas a respetar y asumir las directrices que aquella adopte y su incumplimiento llevará implícita una sanción que variará en función de la gravedad del desacato y que puede ir desde una pena económica hasta la expulsión del sistema, siendo los actos más gravemente penados aquellos que atenten contra la integridad del espectáculo, menoscaben su pureza o pongan en peligro la tan difícil unión de los componentes del sector.
Todos, desde matadores, subalternos, empresarios, etcétera, deberán contribuir en la medida de sus ingresos a mantener la Fundación, bien destinando un porcentaje mínimo de sus honorarios bien por iguala o abonando parte de los ingresos de taquilla.
Será labor principal de la Fundación mantener en primer lugar un espectáculo sin mácula y con atractivos suficientes para que el público siga acudiendo a las plazas, cuya comodidad y adecuación a los tiempos se debe hacer indispensable y a ello debe obligarse a la propiedad de las mismas, que deberán alcanzar un estándar mínimo para acoger funciones.
Así mismo se deberá seguir difundiendo y potenciando el espectáculo y defender su esencia y naturaleza evidentemente cultural.
Su plan estratégico descansará en tres puntos básicos. Por un lado se desarrollará una operación comercial para alcanzar acuerdos con los medios de comunicación, tanto escritos como audiovisuales, para que los toros tengan cabida en los mismos y no se vean marginados en sus contenidos.
En paralelo se contratará con una empresa o agencia de publicidad una campaña de imagen que acerque el mundo de los toros a la sociedad; que sirva de contrapeso a las teorías animalistas y pseudoecologistas y que inculque los valores de la tauromaquia como algo inherente a la naturaleza -sin fiesta no habría ni toro ni ecosistema en el que vive y se mantiene, al igual que a otros cientos de especies- y la posicionen como algo propio, cercano y de lo que no hay que avergonzarse en absoluto.
Por otra parte, y a partir de la Asociación Taurina Parlamentaria, se debe hacer exigible el peso de la ley en todos aquellos casos de agresión u ofensa, buscando hacer efectivo el soporte legal bajo el que ya se ampara y evitar, por ejemplo, situaciones como las prohibiciones habidas en Cataluña o o Baleares o el bochornoso espectáculo protagonizado por el Ayuntamiento de Gijón.
Serían estas medidas urgentes y prioritarias, para las que, naturalmente, se precisa una potente inyección económica y, sobre todo, tiempo para desarrollarlas y llevarlas a cabo. Una temporada que, a lo peor, es tan larga y extensa que cuando alguien se lo plantee ya habrá pasado el Día de los Inocentes y todo habrá quedado en el sueño de un día de Navidad.
Pero no me negarán que la idea mola.
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