Lo transcrito es el prólogo de Luna Miguel a una obra de Rosa Chacel. Me gusta. La autora es una poeta muy celebrada. Es una mujer siempre en la next generation. En cierto modo, entiendo este prólogo como la flor conseguida de tantísimos suplementos culturales y páginas de las secciones de cultura. Esto era, esto es: feminismo literario del hoy.
Es un canto al pene pequeño. No como se podría esperar, desde el amor clasicista por la armonía de lo recogido (no hay ninguna estatua de Miguel Ángel con pollón), sino desde otro punto de vista. La descripción del amado presenta un pene no violento, no agresivo, no amenazante, un pene civilizado, adaptativo, quizás un poco ganchudo, acorazado de forma (glandular) y dulzón. Como una fresa, una chuche fresita, una polla golosina y aunque deberíamos celebrar que Luna Miguel, con su poderío poético y sacerdotiso, revaloriza el pene no grande (no diremos pequeño) nos encontramos aquí con una trampa, una engañosa concesión.
El pene del amado es tierno, inteligente y considerado, el pene se ajusta a ella, así que no compremos demasiado pronto la transvaloración pollil de Luna Miguel, porque tiene truco. El pene es pequeño, pero sobre todo es empático. Es un pene que se adapta a ella, a sus formas, es un pene cojín, como un tercer cojón.
Hay aquí como un elogio de lo morcillón. De la plasticidad enamoriscada y de las posibilidades eróticas del claroscuro morcillil cuando la realidad, la cruda realidad, acaba siendo dual: todo o nada. Esa es la dialéctica de las relaciones. Pero si es nada, ¡qué desastre! Y si es todo, qué priapismo indirigible.
Pero lo importante, además de ese canto que se adivina a la ‘morcillonez’ es lo de después: “Me embistió al ritmo que yo pedía”. Ahí se nos habla de una petición atendida, de una dirección, de instrucciones. No es el ritmo conjunto del amor, la música de dos, ni de uno ni de otro, el tango indivisible, sino un pene que no solo es adaptativo y cordial, sino atento y regulado en su embestida.
Pero ¿no sorprende que aun diga ‘embestida’? Es un acto de cierta violencia contra algo, contra alguien, un movimiento que engloba, en el que algo se lanza entero. Embiste el toro, la embestida es la del toro, el hombre-toro yendo al bulto de la mujer que aquí no es bulto sin más pues le ordena la embestida. Ojo ahí. La embestida está pautada, sometida, regulada. Ella la ordena, la modula, la ciñe, mide la embestida, mujer-torera con su coño-muleta.
El feminismo literario acaba por tanto en lo taurino, en revivir el mito táurico y recorrerlo de nuevo. Luna Miguel es Europa, tendida evanescente y blanca, y su amado, Ernesto, es el toro raptador, el engendrador, el fertilizador. ¡El pene es táurico y la mujer es bulto pero sobre todo es torero!
¿No es posible imaginar a Ernesto resoplando en algún momento, ciego entre el bulto y el ardid de la fémina torera?
La ordenación de la embestida tiene mucha miga. Aquí el feminismo está redescubriendo el mediterráneo. Está toreando al hombre ‘literally’. El pene civilizado, culto, afectivo, adaptativo ha de ser luego capaz de embestida, es decir, ha de tener bravura. Y esa bravura se ordenará después por la mujer.
Que embista el toro. Mucho ojo a lo que está pidiendo Luna Miguel, faro generacional y sacerdotisa (me vengo de que no puedo decir poetisa): el pene ha de tener un primer momento civil, dulce y juguetón, como Woody Allen sonriendo a lo Hugh Grant, pero luego ha de conservar el momentum taurino. Ha de ser bravo. Y luego, en segunda derivada, no puede arrear sin más, ha de someter su empuje a lo que se le pida. ¡Sandwich de instinto! Bravura emparedada entre el pene cariñoso y el pene obediente. ¡Dificultad suma del hombre moderno!
La transvaloración inicial del pene parecía facilitar las cosas. Pero vemos que no.
La embestida sumisa… ¿no es eso el toreo? ¿Dirigir la embestida? La Polla-golosina, dulce y dialogante, ha de ser luego polla con reminiscencias de Zeus y de Apis, conservar la embestida solar en el circulo de la plaza.
Aunque Luna Miguel empieza su párrafo con algo democratizador, con el aprecio de la pequeñez simpática del pene (una consideración de su ternura: el pene humpty dumpty diciendo quiéreme, dame una ‘chance’), luego vemos que complica la cuestión. No es tan sencillo. No nos regalan nada. El feminismo acaba recreando el mito táurico solo que al revés. Lo reordena, en cierto modo. El hombre durante mucho tiempo ha querido embestir y torear, arrancar y ceñir. Mandar y templar. Ser instinto y ordenar la forma. Esto no se puede. No se puede ser toro y torero. El feminismo quiere reequilibrar las cosas y exige una polla con doctorado, una polla graduable, personalizada, con sentido del humor y sabor, en cierto modo una polla industrial, que sepa a peta zeta, que no agreda y no sea ingobernable. Quiere eso y a la vez una embestida limpia, definida, que el toro entre al trapo hasta que esté completa la faena.
Luna Miguel
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