Aquel cretino ilustrado, sesudo y pedante que fue Leopoldo Calvo Sotelo, nos metió en la OTAN huyendo del 23F. Como la Infanta Cristina, firmó sin leer todo lo que le pidieron que rubricara. Su sucesor, el trilero de la calle Sierpes de Sevilla, Felipe González, en una mágica alquimia plebiscitaria hizo votar “sí a la OTAN” incluso a los que se acercaban a las urnas gritando “OTAN no, bases fuera”. Una maravilla de imbecilidad colectiva pastoreada por un sofista charlatán que, a mayor gloria de su trilerismo político, colocó de Secretario General de la OTAN a Javier Solana, “el Miliciano Remigio que, contra la OTAN y las bases yanquis en España, era un prodigio”.
En aquella España de golfos y de trileros, de cobardes y de imbéciles, perpetuada en el tiempo como el Acueducto de Segovia, a nadie se le cayó la cara de vergüenza por alistar a nuestra Patria en calidad de chusquero vasallo en la OTAN, sin haber exigido la devolución de Gibraltar y la cobertura de defensa de Ceuta y Melilla. Si mañana el Peñón fuese atacado, España tendría que acudir a defender Gibraltar... para Inglaterra. Si mañana Ceuta y Melilla fuesen atacadas por Marruecos, el aliado preferente de USA en el norte de África, la OTAN no acudiría a defender las dos ciudades españolas y, además, prohibiría a España que lo hiciese. Ese es el humillante statu quo de España en la OTAN. En la OTAN que ayer tocó la corneta para que su chusquero español acuda a defender los intereses de Estados Unidos en Ucrania. “¡Oh Dios que buen vasallo!” exclamarán en Bruselas y en Washington sin haber leído el Cantar de Mío Cid, off course.
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