"...Y todo se olvida. Ha ocurrido con el Caso Fútbol Club Barcelona, ocurrirá con el “Tito Bernie”, pasó con los ERE, con la corrupción sistémica del autogobierno catalán (¡el tres per cent!), con todas las atrocidades alegales de la pandemia, en fin. Todo pasa y nada deja ninguna huella. La impunidad es total..."
Paz y gloria
Antonio Valderrama
La Galerna/Madrid, 7 marzo, 2023
España tiene una capacidad asombrosa para absorber el mal y digerirlo. El sistema digestivo de la moral pública es, por así decirlo, extraordinario. Funciona como la seda. El mal ocurre y ocurre con frecuencia. Los malos no se esconden, más bien al contrario: muchas veces hacen el mal a la vista de todos, con luz y taquígrafos. Hay pruebas de sus latrocinios, audios, fotos, vídeos incluso, que son expuestos cada cierto tiempo por la prensa esclavizada, como la llama Hughes. Sin embargo, no ocurre absolutamente nada. Los malos, que antes daban excusas y balbuceaban, ahora dan ruedas de prensa chuleando, diciendo que son incorruptibles y muy honrados.
El mal se exhala: se convierte en un meme en los programas de “infotaintment” y así pierde su carga de gravedad, relativizándose. Si en otros países e históricamente el humor ha servido para profundizar en la crítica, para darle un puyazo al relato que baja compacto del poder, aquí, desde que tenemos otra vez democracia, el humor sirve al poder, que lo utiliza como un sedante, anestesia general. Los humoristas de Estado o los tontos útiles (cuando veo algunos programas, de información deportiva y de la otra, reconozco que me gustaría pensar que están a sueldo, eso lo haría todo más razonable y soportable) cogen la patata caliente del momento y en lugar de hurgar en el qué, cómo y cuándo del asunto, por qué y para quién (o quiénes), desactivan el temporizador de la bomba y se la ofrecen al público en forma de tontería pasajera. Entonces, el asunto que sea ya está listo para llegar a la calle y a la tribuna del estadio como un chiste, como una gracia. De manera que tras una semana o diez días de agitación más o menos grande, las cosas vuelven a su cauce y el asunto en cuestión pierde toda su importancia, si es que llega, en el mejor de los casos, a tener alguna.
LOS MALOS, QUE ANTES DABAN EXCUSAS Y BALBUCEABAN, AHORA DAN RUEDAS DE PRENSA CHULEANDO, DICIENDO QUE SON INCORRUPTIBLES Y MUY HONRADOS
Y todo se olvida. Ha ocurrido con el Caso Fútbol Club Barcelona, ocurrirá con el “Tito Bernie”, pasó con los ERE, con la corrupción sistémica del autogobierno catalán (¡el tres per cent!), con todas las atrocidades alegales de la pandemia, en fin. Todo pasa y nada deja ninguna huella. La impunidad es total.
En el Caso Barcelona, que no Negreira, como se empeñan en llamarlo los cipayos de la prensa, todo está ahora en manos de la Fiscalía de Barcelona. Pero mientras “la judicialización” del fútbol, por usar una expresión muy simpática a los enemigos de España, sigue su curso, se aleja sin embargo de a pie de campo. Es decir, de la actualidad, del día a día, que es el lugar al que permanece cosido el hincha, al aficionado corriente de toda la vida. Y el aficionado corriente de toda la vida es al negocio del fútbol lo que el tendero a la democracia según Stendhal, que la despreciaba: aquel sujeto “de soberanía”, núcleo de la “masa crítica” al que hay que agradar, adular, embromar, guiar por aquí o por allí y pastorear, para ganar el favor de la opinión pública.
El asunto está ahora totalmente expuesto a que el paso del tiempo y sobre todo, de los partidos y de las jornadas, se lo lleve por delante. De convertirse, vamos, en un suflé al que el soplo del frenesí de la Liga, la Copa y la Champions lo va a rebajar hasta reducirlo a nada.
Que es lo que está pasando. ¿A quién le importa a estas alturas, no digo en los estamentos rectores, en los despachos de los que mandan algo, sino en los bares, en las peñas, en los estadios, en Twitter, el Caso Barcelona? La competición sigue su curso y el Barcelona de Xavi sigue ganando. Este fin de semana ha ampliado su ventaja sobre el Madrid con otro 1-0 capellista que haría retorcerse a Cruyff en su tumba, si el propio cruyffismo y especialmente su legión infinita de menesterosos acólitos no fueran un monstruoso embuste, una pantomima. De conspicuo éxito a lo largo del tiempo, naturalmente, pues en la España de la “democracia que nos hemos dado” todo lo que venga de Cataluña, y más si viene revelado por boca de un europeo del norte, cuenta con un halo de prestigio inusitado y absurdo que no obstante consigue embelesar a todo el mundo.
EL CASO BARCELONA ESTÁ AHORA TOTALMENTE EXPUESTO A QUE EL PASO DEL TIEMPO Y SOBRE TODO, DE LOS PARTIDOS Y DE LAS JORNADAS, SE LO LLEVE POR DELANTE. DE CONVERTIRSE, VAMOS, EN UN SUFLÉ AL QUE EL SOPLO DEL FRENESÍ DE LA LIGA, LA COPA Y LA CHAMPIONS LO VA A REBAJAR HASTA REDUCIRLO A NADA
El Barcelona de Xavi sigue ganando beneficiándose de simulacros arbitrales muy parecidos a los que hemos visto a lo largo de todo lo que llevamos de siglo XXI, que es el tiempo que lleva el Fútbol Club Barcelona comprando el favor del Comité Técnico Arbitral según se desprende de lo investigado por la Policía Judicial hasta el momento. Se supone que todo acabó en el año 2018, cuando Negreira y su superior, Sánchez Arminio, dejaron de pintar algo en la Federación. Pero hay costumbres de las que cuesta olvidarse. Sánchez Arminio y Enríquez Negreira eran, por cierto, los Batman y Robin de la cuestión arbitral durante el infinito mandato de Villar en la Real Federación Española de Fútbol y Villar, a su vez, era un tipo muy baqueteado en las altas esferas de la UEFA y la FIFA durante las presidencias de Platini y Blatter en las mismas en el tiempo en el que se consumó la venta del fútbol internacional al dinero qatarí.
El Madrid, mientras tanto, sufre en el Villamarín otro de esos pequeños vietnams que tantos campeonatos domésticos le han costado a lo largo de más de dos décadas. Es un goteo constante de permisividad con la violencia local que excita a la grada (el domingo fue en Sevilla, antes fue en Mallorca o Villarreal, mañana será en Cádiz o en Bilbao, ¿qué más da?), que se comporta cuando el Madrid está delante como el público de un circo romano en un espectáculo de gladiadores. La presión ambiental está siempre regulada por dos válvulas, la del entorno mediático y la del estamento arbitral.
Como el Madrid “siempre ha robado”, una y otra vez saltan once tíos de blanco condenados de antemano por la presunción de culpabilidad que, a modo de convención ignominiosa, ha acordado todo un país de idiotas. Con este mantra son criados dos de cada tres españolitos, que reciben desde la cuna, con las nanas, la idea subconsciente de que el Madrid es el Leviatán, el Coco, el Hombre del Saco contra el que todo vale, incluso la corrupción sistémica de todo el fútbol español.
DOS DE CADA TRES ESPAÑOLITOS RECIBEN DESDE LA CUNA, CON LAS NANAS, LA IDEA SUBCONSCIENTE DE QUE EL MADRID ES EL LEVIATÁN, EL COCO, EL HOMBRE DEL SACO CONTRA EL QUE TODO VALE, INCLUSO LA CORRUPCIÓN SISTÉMICA DE TODO EL FÚTBOL ESPAÑOL
Como todo empieza a emborronarse en la mente de los espectadores, la cosa pasará ahora a un asunto de jueces y abogados, pero mientras lo que se ve, pues nadie lo para, es una competición donde el club bajo sospecha continúa ganando ante la complacencia general de los ajenos y el alborozo resentido de los propios, más desvergonzados que nunca. Ganará Xavi y leeremos titulares sonrojantes. Todo será otra vez histórico y no tengo la menor duda de que nos ofrecerán cátedra moral y lecciones magistrales, pues esa es también su costumbre. Como si no hubiera pasado nada.
Si jode al Madrid, bueno es, es la idea que subyace, como aquel tópico de prefiero perder una pierna si tú pierdes las dos. Con esta condición es imposible llegar a ninguna parte. El fútbol español siempre será esclavo de esta servidumbre, por más que Florentino se empeñe en renovarlo, precisamente, de la mano de una institución podrida. No por este o aquel presidente, sino en su misma raíz, en su esencia más pura. ¿Qué Superliga se puede fundar sobre cimientos encharcados en aguas fecales? El Barcelona ramplón y mediocre de Xavi, que es un remedo aún más feo del primer gran Atlético del Cholo Simeone, celebrará seguramente sin ningún pudor ni vergüenza una Liga que no se va a parar ni por asomo ante la evidencia de la compra de árbitros por parte del equipo que más la ha ganado en todo el período bajo sospecha. Es desalentador pero la cuestión no afecta sólo al fútbol, sino a las costuras éticas de una nación a la deriva, una nación para la que el Madrid es un milagro inmerecido y que siempre preferirá antes a Barrabás, entre espumarrajeantes burlas.
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