Fallecido el conde de Guadalete sin herederos en febrero de 1830, había varias personas interesadas en adquirir la famosa ganadería. Como no podía ser de otro modo, el rey se hizo con la vacada vazqueña, trasladando sus reses a los pastos de Aranjuez. Dicha vacada, a fecha del fallecimiento de su propietario, contaba con 3923 cabezas, que pastaban en unas nueve dehesas.
El 23 de junio de 1830, escribe don Fernando Criado Freyre – asistente y encargado de adquirir la vacada en nombre de Fernando VII – que “ha apartado, tras un proceso de tienta, 106 vacas paridas con otros tantos terneros, 293 vacas, 130 herrones machos y hembras, 38 becerros utreros para padres, 27 cabestros para la conducción de dos piaras. Total: 700…”. No toda la vacada se la quedó el rey, sino parte de la misma se la cedió a su hermano Francisco de Paula.
Manuel Gaviria, prestigioso ganadero madrileño, desde julio de 1831 fue el encargado de la dirección de la vacada brava de Su Majestad. En abril de ese mismo año, Gaviria ofrece a Fernando VII echar a las vacas reales sementales de su torada, procedencia de Gijón – casta gijona – a lo que el rey accedió.
La real vacada brava de Aranjuez – con divisa azul y plata – hizo su presentación en la Villa y Corte – festejos para solemnizar la jura de la infanta Dª María Isabel Luisa como heredera de la Corona de España – en las corridas reales de 1833. Los astados, solicitados al rey por el Ayuntamiento, se pagaron a 3.300 reales por cabeza. Los toros elegidos por Gaviria para el estreno fueron Renegado, negro entrepelado; Marcador, berrendo en colorado; Primoroso, entrepelado; Charretero, colorado; y Volador y Gorrión, cárdenos. Las corridas reales se celebraron en la plaza mayor, mañana y tarde, los días 22, 23 y 25 de junio.
No parece que fuera muy bueno el ganado seleccionado por don Fernando Criado Freyre, a poco se pensó ir desechando y cruzar la vacada son sementales de otras ganaderías, seis de la vacada de Moralzarzal y otros seis de la de D. Manuel de Gaviria; la primera, de D. Julián Fuentes, se pagaron a 3.000 reales cada uno; los segundos fueron cedidos en calidad de préstamo de simiente al soberano. Estos cruces – ambos de casta jijona – no dieron los resultados esperados, siendo las crías eliminadas a posteriori .
El 29 de septiembre de 1833 muere Fernando VII quedando la vacada a su viuda María Cristina, quien lidiaría los toros reales hasta el momento de su venta. Llegado el momento de deshacerse de las cabezas restantes, fue el duque de Veragua, asociado con el del Osuna, quienes optaron a la compra. Se harían cargo de las 488 cabezas en junio de 1835 a cambio de 600.000 reales, pagaderos en dos plazos. El XI duque de Osuna, don Pedro de Alcántara Téllez Girón y Beaufort y el XIII duque de Veragua, don Pedro de Alcántara Colón de Larreátegui y Baquedano fueron los adquirientes de la real vacada. Al fallecimiento, en 1844, del duque de Osuna, quedó Colón dueño absoluto de la ganadería, conservando señales y divisa pero cambiando el hierro.
Aficionado a los toros, Fernando VII no solamente gustaba del espectáculo popular sino que pretendió ser uno de los pocos ganaderos de bravo que, por aquel entonces, comenzaban a profesionalizar las ganaderías de lidia. Podemos decir, sin ánimo a equivocarnos, que el Deseado fue el primer rey torista, apostando por una vacada por cuyas venas corría la sangre más brava del reino, la de los toros jarameños.
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