La reciente decisión del Ministro de Cultura español, Ernest Urtasun, de excluir al mundo taurino de la entrega de las Medallas de Oro de Bellas Artes no es solo un acto administrativo. Es un mensaje claro que va más allá de las preferencias individuales, representa una posición política que busca relegar al olvido una tradición profundamente arraigada en nuestra identidad cultural, reflejando un claro sesgo que margina a una parte fundamental de nuestro patrimonio cultural.
Antonio Martínez Iniesta
La tauromaquia no es solo un espectáculo, es historia, arte y economía. Desde Goya y Lorca hasta Picasso y Hemingway, el toro ha sido símbolo e inspiración en la creación artística, reflejando una conexión ancestral entre el ser humano, la naturaleza y el misterio de la vida y la muerte. Negarle su lugar en el panorama cultural español es ignorar su peso histórico y su relevancia en la construcción de nuestra identidad.
El sesgo cultural del poder
La función del Ministerio de Cultura no debería ser seleccionar qué tradiciones merecen protección según los gustos del gobierno de turno, sino garantizar la pluralidad cultural que define a una sociedad democrática. En un país donde la tauromaquia está reconocida como patrimonio cultural, excluirla de eventos oficiales es un acto discriminatorio que traiciona el deber del Estado de proteger y promover toda forma de expresión cultural, incluso aquellas que generan debate.
Decisiones como esta no solo marginan a los aficionados, sino que alimentan una peligrosa narrativa, la cultura como herramienta de exclusión en lugar de ser un espacio de encuentro y diálogo.
Un sector económico que no se puede ignorar
Más allá de su valor simbólico, la tauromaquia es un motor económico para miles de familias. Desde los ganaderos hasta los artesanos, fotógrafos y empleados de las plazas de toros, este sector genera empleo directo e indirecto y contribuye al desarrollo de las zonas rurales, donde pocas actividades tienen un impacto tan significativo.
Atacar la tauromaquia sin ofrecer alternativas económicas es ignorar a quienes dependen de ella para vivir. Es fácil criticar desde un despacho en la ciudad, pero las consecuencias de estas políticas recaen en quienes sostienen con su esfuerzo una tradición que también forma parte del tejido productivo del país.
Cultura no significa censura
Ser crítico con la tauromaquia es legítimo, pero querer borrarla del mapa cultural es algo muy distinto. La cultura no es un catálogo cerrado de expresiones que se adaptan a las preferencias de quienes ostentan el poder. Es diversa, compleja y, a veces, incómoda. Su riqueza reside precisamente en esa pluralidad que permite a cada persona decidir qué valorar y qué no.
Eliminar tradiciones como la tauromaquia en nombre del progreso es un error. El verdadero avance no está en imponer una visión única de la cultura, sino en fomentar el respeto por las diferencias. Tradición y modernidad no son enemigas, pueden y deben coexistir en una sociedad que se precie de ser inclusiva.
La responsabilidad de gobernar para todos
El Ministro Urtasun tiene el deber de ser garante de toda la cultura, no solo de aquella que comparte sus convicciones personales. Actuar desde el rechazo y la exclusión es un camino peligroso que debilita el pluralismo y abre la puerta a un Estado que decide qué merece o no ser considerado cultura. Debemos ser claros, si Urtasun persiste en su bucle de prejuicios manifiestos, queda en evidencia su falta de cualidades para desempeñar un cargo tan importante como el de Ministro de Cultura.
La tauromaquia forma parte de nuestra historia y nuestra identidad. Y si algo debe enseñarnos la cultura, es que el debate y el respeto son siempre mejores que la censura.
Defender la tauromaquia no es estar anclado al pasado, es reconocer que, en la diversidad, está la riqueza de una sociedad. Negarlo es traicionar el espíritu de convivencia que debería guiarnos a todos.
Como dijo Unamuno, “Solo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe. Solo la cultura da libertad.” Defender la tauromaquia es defender la diversidad, el conocimiento y la libertad que toda sociedad plural debe proteger.
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