'..Llevan décadas haciendo augurios espantosos que nunca se cumplen. Que si los osos polares están desapareciendo, que si la gran barrera de coral australiana se está muriendo, que si los polos se derriten… y mil horrores más..'
Pánico climático
Por Jesús Laínz
Sin miedo la cosa no funcionaría. ¿Quién aceptaría la pérdida de buena parte de sus derechos y de su libertad sin haberle convencido previamente de que ésa es la única manera de evitar la extinción de la Humanidad? ¿Quién se resignaría a comer gusanos sin estar convencido de que seguir comiendo jamón acabará con el mundo? Por eso la teoría del cambio climático antropogénico es la justificación para implantar en todo el mundo una revolución desde arriba de dimensiones nunca vistas.
Es una de las leyes básicas del periodismo: un anuncio catastrófico siempre consigue mucha atención, muchos titulares y muchas aperturas de telediarios. Como reconoció John Houghton, primer presidente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, «si no anunciamos desastres, nadie nos presta atención».
A millones de personas les entra el pánico. Todo el mundo lo repite. Tanta repetición convence a la inmensa mayoría de que no puede ser mentira. Y quien lo pone en duda se la juega. Pero cuando llega el momento en el que se comprueba que aquel anuncio catastrófico no se cumplió, ni se anuncia ni se comenta y de ello no se acuerda nadie. Llevan décadas haciendo augurios espantosos que nunca se cumplen. Que si los osos polares están desapareciendo, que si la gran barrera de coral australiana se está muriendo, que si los polos se derriten… y mil horrores más. Pero han pasado décadas desde que se anunciaron y la población de osos sigue creciendo, la gran barrera está en su máximo de los último cuarenta años y la Antártida continúa ganando hielo. Y jamás se verá a ningún agorero reconociendo haberse equivocado.
Las voces de alarma llegan de todas partes, muchas de ellas de gran influencia y prestigio. Por ejemplo, el portugués António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, proclamó desde su altísimo estrado que «la era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la era de la ebullición global». ¡Nada menos que ebullición! Ni Dante llegó a tanto. Y para conseguir mayor impacto, añadió algunos detalles espeluznantes: «Las consecuencias son claras y trágicas: niños arrastrados por las lluvias monzónicas, familias que huyen de las llamas, trabajadores que se desmayan bajo el calor abrasador».
La estadounidense de origen puertorriqueño Alexandria Ocasio-Cortez, figura ascendente del Partido Demócrata, proclamó en 2019 que el mundo se acabará en doce años si no abordamos el cambio climático. El plazo acaba en 2031, así que nos quedan seis años. Disfrutémoslos.
Con curiosa coincidencia cronológica, la celebérrima Greta Thunberg anunció aquel mismo 2019 que «alrededor del año 2030, en diez años, 252 días y diez horas, estaremos en una posición en la que desencadenaremos una irreversible reacción en cadena más allá del control humano que probablemente conducirá al fin de nuestra civilización tal como la conocemos». Como confesó la virgen calentológica al inicio de su discurso, muy metida en su papel, «quiero que te entre el pánico». Efectivamente, una encuesta realizada el año siguiente en el Reino Unido mostró que uno de cada cinco niños tiene pesadillas sobre el cambio climático. No por casualidad los psicólogos tienen que lidiar con una nueva enfermedad nunca antes imaginada: la ecoansiedad. Pánico conseguido. Razonamiento imposibilitado. Objetivo cumplido.
Según parece, Greta desea compartir generosamente el pánico que, de niña, le condujo a obsesionarse con las cosas del clima de las que le hablaban sus padres. Éstos han explicado que ver vídeos sobre basuras, osos polares y el cambio climático provocó en su tierna infanta depresiones y trastornos alimenticios. En sus propias palabras: «Cuando tenía once años enfermé. Caí en una depresión. Dejé de hablar y de comer. En dos meses perdí diez kilos. Más tarde me diagnosticaron síndrome de Asperger, trastorno obsesivo-compulsivo y mutismo selectivo».
Como ha explicado su padre, el activismo climático consiguió que se recuperara. Y esta pobre chica inestable, asustada y manipulada es la que millones de personas adoran como a una santa descendida de los cielos para salvar el mundo. Aunque no es la única, ya que la ONU y otras organizaciones pedofrastas impulsoras de la religión climática, para tocar la fibra sensible de la gente, tienen por costumbre poner sus altavoces a disposición de niños que no tienen ni idea de lo que hablan pero que repiten obedientemente lo que les ordenan.

Franca, honrada e inevitablemente, ¡M-U-Y... D-E... A-C-U-E-R-D-O Sr. Laínz! Sin duda, se cumple de nuevo la fábula de El niño y el lobo. En pleno s. XXI.
ResponderEliminarY sin duda, asimismo: estos cuentos de Esopo siguen muy vigentes --aunque en este caso con sentido casi opuesto por sus sensacionalismos políticos.
Gracias por su oportuno y contundente artículo.