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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 2 de abril de 2012

Domingo de Ramos en Madrid. Crónica de un mano a mano resuelto por Laverón

Estreno de Abril

Domingo de Ramos en Madrid. 
Crónica de un mano a mano resuelto por Laverón

José Ramón Márquez

Lo primero los toros. Vaya por delante que ya desde que vimos en los carteles la palabra ‘jandilla’ se nos cayeron los palos del sombrajo. Y eso que no sabíamos que lo que los tales Jandilla mandaban a Madrid no era un encierro propiamente dicho, sino una redada que habían hecho por el campo, un megamix de toros de seis hierbas, de cinco años, de cuatro, unos altos, otros bajos, el gordito que nunca puede faltar, y el bragadito girón para que alguno cuente que a la tal finca de Jandilla es a donde el señor Domecq Díez de Villavicencio llevó, como quien los lleva al cadalso, a los veraguas que había comprado a Manuel Martín Alonso. Viejas historias. Como la del precioso hierro de la estrella, que fue de doña Enriqueta de la Cova, puro Saltillo, y hoy es ná y menos, puro jandilla... illo, illa.

Lo más penoso del asunto es que estos toros son, al menos por la parte accionarial, propiedad de la señora esposa del ministro del ramo agrícola; y si un señor ministro de Agricultura se aviene a que su señora envíe a Las Ventas el muestrario agropecuario que hoy ha mandado, no me quiero ni imaginar la que puede estar liando el hombre con el lechazo churro, las cuotas lácteas, el pacto pesquero con Marruecos, el ciclo hídrico o los cítricos.

Claro que, para que al menos no se hable de tráfico de influencias, la corrida de la señora del ministro no pasó entera; que también tiene guasa que al principio de la temporada te traigas una corrida a Madrid y te la tengan que remendar con un Vegahermosa, Jandilla de toda jandillez por mor del artículo 5 bis b). Aunque es más que probable que en el rigor del análisis veterinario haya jugado la influencia de la impecable y florentina mano de Abella, a quien todos sus íntimos conocen como Abeya, custodio y garante de las esencias venteñas.

Yo creo que lo que pasó se explica porque también los jandillas tienen su corazoncito y a ellos en la dehesa les habían contado esto de otra manera; que, si en vez de estos matadores, hubiese salido July, pues en un momentito se dejan tundir aimportancias; o si aparece por allí Manzanares, se trastocan en seguida en ninots mediterráneos; pero, si en vez de a esos dos, sacas a Fundi, pues no pasa nada, que los deja más fuenlabreños que las rosquillas de la tía Javiera.

A Mora y a Fandiño, sin importancias ni mediterráneos que echarse al gaznate, les tocó fuenlabreñear al material que les cayó en suerte, y rápidamente se notaba que eso no es lo suyo, especialmente porque tanto Fandiño como Mora no han hecho su cesto de la pasada temporada, la que les ha dado el cartel del que ahora gozan, con estos mimbres de Jandilla, cuyas embestidas demandan a todas luces importancias o mediterráneos, palos que ni Fandiño ni Mora cultivan, afortunadamente.

En esa falta de acuerdo entre los toros y los toreros es donde la tarde se echó a perder. Sería injusto, no obstante, poner toda la carga de la prueba en contra de los Jandilla, porque los matadores también tuvieron su parte: Fandiño, falto de sus clarísimas ideas y sin dar el paso adelante, y Mora, amontonado en un toreo de cercanías y de poco mando, fueron viendo cómo ante ellos pasaba sin pena ni gloria la corrida que les tenía que haber puesto en circulación esta temporada, la corrida en la que tenían que haber dejado su tarjeta de visita ante un público en el que había una nutrida representación de la mejor afición, y que respondió en la taquilla a la llamada de la frescura y la apuesta por modelos clásicos que estos dos toreros presentaron en la pasada temporada. Ante ese público, que los trató con cariño y comprensión, los dos matadores son reos de leso tedio, aunque lo verdaderamente desagradable de la tarde es constatar que a la hora de la verdad prácticamente ninguno de los dos se puso con verdadero cuajo frente al toro, optando por quedarse aliviados por fuera como hacen todos, prefiriendo ahogar las embestidas a dar aire al viaje del toro. Ver que de lo que interesaba de ellos en la pasada temporada hoy apenas trajeron nada a Las Ventas, deja la incómoda y desagradable sensación de que esto acaso puede no estar tan cimentado como debiera.

A la salida, en Manuel Becerra, Jorge Laverón resume la tarde:

-¿Y Este Fandiño? ¿Es vasco o es gallego?
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