Por las majaderías, a la Otero*
José Ramón Márquez
La polémica está servida. El radiofonista Carlos Herrera, personaje del que siempre me queda la duda de si algo de lo que dice es sincero, se tima en una misiva con una compañera suya llamada Julia Otero, que a buen seguro habría dado un brazo porque su apellido fuese ‘Alturó’, a costa de la cosa taurómaca y taurófoba.
La señora Otero desde hace años siempre tuerce por los bichitos. Dijo en cierta ocasión, hará cinco o seis años, que no se explicaba cómo los que vamos a los toros podíamos luego irnos a casa tan tranquilos y abrazar a nuestros hijos.
Como siempre pasa, la pobre señora Otero ni se entera de que cada cual llevamos en la cara pintado lo que somos. La pobre mujer no puede ni imaginarse, mucho antes de su rebuzno audiovisual, que a algunos ni nos hacía falta volver al hogar porque ya abrazábamos a nuestro hijo en la misma plaza de Las Ventas, emocionados ante aquellas soberbias verónicas de la última tarde en Madrid de Manolo Cortés, estrechándole a sus seis años y diciéndole al oído: ‘Tú por lo menos has llegado a verlo’.
La duda grande es, entonces, qué se le podría decir a esta pobre mujer con sus ondas herzianas y su peluquería a cuestas y su buscarse la vida día a día para que la den otro programilla de esos, para que pudiese entender qué es esta pasión. Parece tarea imposible imaginar cómo se puede variar el curso de todo este ‘mainstream’ que tuerce por los bichitos, con esos dibujitos de Bambi con su mamá y su amiguito Tambor y los humanos tan malos, del toro Ferdinando que tanto influyó en la visión ganadera de D. Juan Pedro Domecq y Díez de Villavicencio(+), de Tynky Winky y sus amiguetes, eslabón perdido a medio camino entre los bichos y las personas, de todo este toonland de ratitas, conejitos, naranjitos, ositos y pájaros locos que tanto enamoran a los urbanícolas ignorantes, para hacer ver la luz a estas personas, digamos animalistas, que no son capaces de darse cuenta de que la verdadera realidad de la vida está perfecta y descarnadamente expresada en la riña a garrotazos entre Minnie Mouse y Dora Exploradora, pelea tumultuaria y nada edificante celebrada sin las reglas del Marqués de Queensberry en la Puerta del Sol de Madrid hace unos días, ante la mirada estupefacta de los niños y aún mucho más sorprendida de sus padres, que anestesiados por la biblia del animalismo cuyos profetas son Disney y Hanna-Barbera apenas podían dar crédito a lo que veían.
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*Parafraseando el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz
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