Fernando Robleño, Javier Castaño y Alberto Aguilar
"...Esos más de 20.000 espectadores disfrutaron de tres toreros (se tiende a simplificar con la expresión “tres tíos”), grandes profesionales que no solo justificaron su presencia en esta feria si no que deberían, en el futuro, ser tratados con mayor equidad y justicia..."
Pronto y en la mano
Pedro Javier Cáceres.-
Pasó la Feria de Otoño. Planteada como interesante, en base a méritos adquiridos por todos los anunciados, pero ni una figura en la cartelería,
El abono “cautivo” hizo el ¿milagro? para que cuatro excelentes aforos fueran lo más destacado del ciclo. Sobremanera el casi lleno del domingo con la competencia del fútbol.
Esos más de 20.000 espectadores disfrutaron de tres toreros (se tiende a simplificar con la expresión “tres tíos”), grandes profesionales que no solo justificaron su presencia en esta feria si no que deberían, en el futuro, ser tratados con mayor equidad y justicia. Tanto Robleño como Castaño (tremenda voltereta rozando la cornada grave al entrar a matar, con decisión de valiente, y coraje para salir de la enfermería magullado, acusándolo en su segundo) y Alberto Aguilar estuvieron brillantes dentro de la sobriedad que requiere lidiar y en lo posible torear una corrida de Palha que tuvo su talón de Aquiles en la desigualdad de presencia, tipos y hechuras y comportamiento : los que dejaron estar (dos primeros) se vinieron abajo —poca raza-, poco que ver con lo que se espera de Palha. Y los que sacaron casta, esta fue de genio, peligro y lidia corta antes que toreo (el 5º además “cegato”).
Los que prefirieron toros a fútbol no se lo perdieron: Quizá fuera la corrida más equilibrada en espectáculo constante, con sus altibajos emocionales por la condición de los Palha. Tres excelentes matadores, digo bien, matadores, y unas cuadrillas concienciadas que ellos son también parte del espectáculo. Los picadores, y sobremanera los subalternos Rafael González con brega de sedante el 3º y David Adalid pareando al 5º, manso, quasi inválido y con la vista distraída.
Todos estuvieron bien, hasta el presidente Muñoz Infante con pulso, tacto y sensibilidad para cambiar el segundo tercio….todos, menos los Palha, pero su seriedad dejó la impronta del rigor y la valoración de lo hecho. Hubo toro en la plaza, malo —generalmente- pero hubo…y por encima de todo toreros.
Esta feria deja sensaciones encontradas. No es que no se haya visto torear y que triunfos con eco se hayan ido rozando el poste, pero la sensación final es de feria de trámite que mantiene a la afición en el escepticismo sobre el momento actual de la tauromaquia y no arregla las situaciones de los coletas intervinientes (unos más estables dentro del conformismo, otros con mayor coraje y a seguir esperando). Antes bien, el desarrollo de esta feria puede hacer daño a los novilleros y a David Mora —aunque por una vez que se mate un perro no obliga a herrarle como “matacanes”, pero el toreo es así de caprichoso, injusto, pero asaz antojadizo…con unos más que con otros-.
La novillada de Alcurrucén y El Cortijillo no fue buena, o más exactamente deslucidota para el triunfo, pero hubo un para de novillos que pedían más, y todo el encierro exigía, a los novilleros —se entiende que cuajados, para estar en Madrid- una mayor resolución antes que quedarse en las “portagayolas”, la disposición (a ratos) y en algún caso valentonía, que es un sucedáneo forzado del valor.
No sirvió, salvo el segundo, la corrida de El Puerto. El Fundi volvió a tener pésima fortuna y según avanzaba el festejo el ánimo se fue consumiendo hasta hacer de tripas corazón y esbozar una sonrisa agradecida cuando finalizó su último festejo en La Monumental. Buen capote de Luque; luego, lo de siempre: ganas, amontonamiento, cercanías y consumo de tiempo innecesario a punto de trocar cañas por lanzas.
Muy firme Sergio Aguilar con la de Valdefresno, que sin ser buena no terminó de verse. La oreja de la feria la cortó Fandiño; curioso protestada. Para luego merecerla, no se puede estar mejor, y el presidente negarla. Sale fuerte, mucho, de este Otoño.
Como pudo salir El Cid con un buen toro de El Puerto.
La duda es si hubiera cortado la oreja, de un toro de dos, si lo mata. Como, al contrario, Fandiño fundamentó su oreja en el estoconazo.
Ambos, en sus correspondientes festejos, pegaron muletazos de gran clasicismo y pureza en esos sus primeros de los lotes.
¿Por qué la faena de El Cid fue difuminando la Puerta Grande y la oreja de Fandiño protestada —para mí, con exceso de rigor- y por qué no olía a rotundidad, incluso dos orejas visto el espadazo?
Vicios del toreo moderno, del de hoy: la descompensación. No apurar un palmo más cada embestida y no ampliar en un muletazo más, o dos, esas series en que el público empezaba a runrunear, casi a rugir, y cuando iba a explotar se le corta la inercia de su emoción con un pase de pecho, u otros de resolución…. Y vuelta a empezar, más de lo mismo: el redondo, el natural, algunos muy buenos, pero poco más. Cambiar la mano en el momento menos oportuno y conscientes de tener al público casi caliente alargar las faenas para que al final el toro no colabore, no te pida la muerte, todo se dilate y la cantidad engulla la calidad.
Ello, por ahí vale; en Madrid no. Esa es la cuestión.
Lo dijo el maestro Antoñete y en Madrid, en el patio de cuadrillas, debería esculpirse en mármol: ¡pronto y en la mano!
El abono “cautivo” hizo el ¿milagro? para que cuatro excelentes aforos fueran lo más destacado del ciclo. Sobremanera el casi lleno del domingo con la competencia del fútbol.
Esos más de 20.000 espectadores disfrutaron de tres toreros (se tiende a simplificar con la expresión “tres tíos”), grandes profesionales que no solo justificaron su presencia en esta feria si no que deberían, en el futuro, ser tratados con mayor equidad y justicia. Tanto Robleño como Castaño (tremenda voltereta rozando la cornada grave al entrar a matar, con decisión de valiente, y coraje para salir de la enfermería magullado, acusándolo en su segundo) y Alberto Aguilar estuvieron brillantes dentro de la sobriedad que requiere lidiar y en lo posible torear una corrida de Palha que tuvo su talón de Aquiles en la desigualdad de presencia, tipos y hechuras y comportamiento : los que dejaron estar (dos primeros) se vinieron abajo —poca raza-, poco que ver con lo que se espera de Palha. Y los que sacaron casta, esta fue de genio, peligro y lidia corta antes que toreo (el 5º además “cegato”).
Los que prefirieron toros a fútbol no se lo perdieron: Quizá fuera la corrida más equilibrada en espectáculo constante, con sus altibajos emocionales por la condición de los Palha. Tres excelentes matadores, digo bien, matadores, y unas cuadrillas concienciadas que ellos son también parte del espectáculo. Los picadores, y sobremanera los subalternos Rafael González con brega de sedante el 3º y David Adalid pareando al 5º, manso, quasi inválido y con la vista distraída.
Todos estuvieron bien, hasta el presidente Muñoz Infante con pulso, tacto y sensibilidad para cambiar el segundo tercio….todos, menos los Palha, pero su seriedad dejó la impronta del rigor y la valoración de lo hecho. Hubo toro en la plaza, malo —generalmente- pero hubo…y por encima de todo toreros.
Esta feria deja sensaciones encontradas. No es que no se haya visto torear y que triunfos con eco se hayan ido rozando el poste, pero la sensación final es de feria de trámite que mantiene a la afición en el escepticismo sobre el momento actual de la tauromaquia y no arregla las situaciones de los coletas intervinientes (unos más estables dentro del conformismo, otros con mayor coraje y a seguir esperando). Antes bien, el desarrollo de esta feria puede hacer daño a los novilleros y a David Mora —aunque por una vez que se mate un perro no obliga a herrarle como “matacanes”, pero el toreo es así de caprichoso, injusto, pero asaz antojadizo…con unos más que con otros-.
La novillada de Alcurrucén y El Cortijillo no fue buena, o más exactamente deslucidota para el triunfo, pero hubo un para de novillos que pedían más, y todo el encierro exigía, a los novilleros —se entiende que cuajados, para estar en Madrid- una mayor resolución antes que quedarse en las “portagayolas”, la disposición (a ratos) y en algún caso valentonía, que es un sucedáneo forzado del valor.
No sirvió, salvo el segundo, la corrida de El Puerto. El Fundi volvió a tener pésima fortuna y según avanzaba el festejo el ánimo se fue consumiendo hasta hacer de tripas corazón y esbozar una sonrisa agradecida cuando finalizó su último festejo en La Monumental. Buen capote de Luque; luego, lo de siempre: ganas, amontonamiento, cercanías y consumo de tiempo innecesario a punto de trocar cañas por lanzas.
Muy firme Sergio Aguilar con la de Valdefresno, que sin ser buena no terminó de verse. La oreja de la feria la cortó Fandiño; curioso protestada. Para luego merecerla, no se puede estar mejor, y el presidente negarla. Sale fuerte, mucho, de este Otoño.
Como pudo salir El Cid con un buen toro de El Puerto.
La duda es si hubiera cortado la oreja, de un toro de dos, si lo mata. Como, al contrario, Fandiño fundamentó su oreja en el estoconazo.
Ambos, en sus correspondientes festejos, pegaron muletazos de gran clasicismo y pureza en esos sus primeros de los lotes.
¿Por qué la faena de El Cid fue difuminando la Puerta Grande y la oreja de Fandiño protestada —para mí, con exceso de rigor- y por qué no olía a rotundidad, incluso dos orejas visto el espadazo?
Vicios del toreo moderno, del de hoy: la descompensación. No apurar un palmo más cada embestida y no ampliar en un muletazo más, o dos, esas series en que el público empezaba a runrunear, casi a rugir, y cuando iba a explotar se le corta la inercia de su emoción con un pase de pecho, u otros de resolución…. Y vuelta a empezar, más de lo mismo: el redondo, el natural, algunos muy buenos, pero poco más. Cambiar la mano en el momento menos oportuno y conscientes de tener al público casi caliente alargar las faenas para que al final el toro no colabore, no te pida la muerte, todo se dilate y la cantidad engulla la calidad.
Ello, por ahí vale; en Madrid no. Esa es la cuestión.
Lo dijo el maestro Antoñete y en Madrid, en el patio de cuadrillas, debería esculpirse en mármol: ¡pronto y en la mano!
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