El laurel de Abella, desplazado para dejar ver la papela de Abella
José Ramón Márquez
Novillada en Madrid con lleno de «No hay billetes» en el callejón, donde los únicos burladeros que presentaban plazas vacías eran los de Administración y Empresa, ellos sabrán por qué. En el cartel, dos toreros nuevos en la Plaza, Álvaro Sanlúcar y Brandon Campos, y otro ya conocido de la cátedra, el francés Juan Leal, con novillos de El Serrano, de procedencia... ¡Tachán, tachán!... ¡Juan Pedro Domecq!
Antes de comenzar el paseíllo, las conocidas psicofonías de Las Ventas vuelven a hacerse presentes sin que nadie se espante, pues ya está todo el mundo acostumbrado a ellas:
-Guang gang guang mmmdddd guang ...dera gang dndndn mmmmm guang ...Aguirre mdmdmdm gaaarrrjjj guang silencio.
Habrá quien haya salido harto de los novillos de El Serrano, antes Ventorrillo, pero lo cierto es que en lo que a uno toca, los bichos superaron las inexistentes expectativas que en la cosa taurina trae la presencia de las derivaciones de juampedro. La corrida en conjunto cumplió en varas, y si fueron mal picados o no se hizo la suerte de manera adecuada no es cosa de cargarle la culpa a los novillos. Si de algo adoleció el encierro fue de falta de fuerzas y de haber presentado un poco más de agresividad. Tampoco es para tirar cohetes, pero a la novillada se la podría dar un aprobado en la confianza de que lo mismo, con el tiempo, progrese adecuadamente.
No me entero muy bien de la neoterminología que se gastan los Revistosos, pero usando el baremo que usaban en El Mundo para calificar a los «toros» de Manzanares de Sevilla, a los que seguramente superaban en presentación algunos de los novillos serranos de Madrid, diremos que en Madrid también los hubo «finos y astifinos», «obedientes y tardos», que echamos de menos el «enfibrado, andarín, mirón», que hubo uno «por dentro» que fue el sobrero de Aurelio Hernando, toro aquejado de agorafobia que no quería salir de los chiqueros, y que los hubo «sin fuerza ni fondo» o de «son extraordinario». Hay que aprender de los maestros y, la verdad, uno se queda la mar de a gusto usando esas palabras.
Juan Leal presentó dos caras algo distintas en sus dos novillos. En su primero, tras la canónica porta gayola chafada por el despiste de Vergonzosito, número 40, le consiguió dar por fin la larga de rodillas en el tercio, anduvo atento al novillo, picado sin gracia por Gabin Rehabi, y en el último tercio se empeñó en echarse encima del animal, que se quedó bastante parado, quizás por el agobio que le daba ver a ese hombre todo el rato por allí encima. En su segundo anduvo más espeso y fue llevando su faena por diversos lugares de la Plaza, siguiendo la voluntad del novillo. Sigue Leal matando muy julianesco, con un absurdo salto.
Álvaro Sanlúcar, natural de Sanlúcar debe ser una persona algo distraída. Sólo con que se hubiese entretenido en mirar las fotografías de grandes toreros que hay en tantos bares de Sanlúcar de Barrameda o del Bajo de Guía, habría recibido una imborrable lección de torería y de clasicismo con la que venirse a arrasar en Madrid. A cambio lo que trajo a Las Ventas fue un toreo de aficionado práctico, cite de perfil, pata atrás, figura encorvada, o si se quiere de adepto al julismo, llegando al tendido la clara percepción de la justeza de su valor. Tuvo frente a él el novillo más interesante de la tarde, Altanero, número 13, y en los momentos en que le tuvo en movimiento la gente vibró diciendo ¡Bieeennn!, pero la percepción es la de que su muleta no manda mucho, la verdad. En su segundo, el torero era el mismo y el toro era peor.
Brandon Campos es mexicano de Querétaro. Es torero al que se ve bastante placeado, casi diríamos a punto de alternativa. Maneja el capote con gracia, soltura y variedad. En su segundo tiró en algún momento del toro con mando y resolución, pensando en la cara del toro. A su primero lo mató de manera deplorable, haciéndole guardia por dos veces, y a su segundo le recetó una estocada hasta la gamuza bien ejecutada y de gran efectividad. Deja ganas de volver a verle, con ganado de más exigencia, pero la sensación que da es que el oficio lo lleva bien aprendido.
De las cuadrillas Diego Jiménez se encargó de parar al incierto Finito I, número 16, el sobrero agorafóbico, que campaba por el ruedo sin que se le fijase, acaso esperando todos el arreón que se preveía que podía pegar. El peón lo paró por abajo con eficacia y saliéndose hacia el tercio, dándose cuenta de que el novillo apretaba, en su violenta embestida, hacia los adentros.
Al acabar el festejo, de nuevo apareció la voz de ultratumba, la psicofonía:
-Guang gang guang mmmdddd guang dndndn mmmmm guang Brandndn Campos mdmdmdm gaaarrrjjj guang.
Y cuando esos ruidos ininteligibles finalizaron, todos los burladeros del callejón estaban vacíos.
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El paseíllo
Reseñas muy saborosas, como siempre, y como me gustan a mi.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
El callejón es uno de los canceres de la corrida