Palomita II
Sexto de la tarde
Lo que es que te líen la manta a la cabeza
José Ramón Márquez
En la parte superior del frontispicio de Las Ventas, hecho de azulejos, hay un letrero enorme que dice: «Plaza de Toros». Muchos días los únicos toros que hay en la Plaza son, precisamente, esos del azulejo. Hoy no. Hoy ha habido en la Monumental una auténtica corrida de toros, seria, bien presentada, encastada e imponente de trapío. Toros que tienen amo, que se llama D. José Escolar en vez de Sociedad Agraria número tal o Nosecuantitos S.L. Toros con un amo que es persona física, otra cosa que va desapareciendo.
Bajo la atenta mirada presidencial de Manolo hoy salieron a Las Ventas seis toros que nos hicieron soñar con July, con Manzanares y con Morante: porque con estos toros de Escolar, July podría haber callado muchas bocas proclamando la verdad de su poderío; Manzanares podría haber explicado con ellos la perfección de la suerte de recibir; y qué decir de las verónicas de barbilleo y de alhelí que podría haber dibujado Morante con los toros de Pichorronco. Eso es lo que tienen los toros, que te llevan a recordar a otros toreros y lo que podrían haber hecho con ellos en su caso.
Desde Lanzahíta se vinieron a Madrid seis dijes, tres cárdenos de enorme gravedad y tres negros de aire más ibarreño entre los cuales destacó el número 54, Bustillo I, precioso de lámina y de sutil malignidad. Desde sus domicilios u hoteles se vinieron para dar fin del encierro Rafaelillo, Fernando Robleño y Alberto Aguilar.
La tarde habría sido muchísimo más completa si se hubiese enfocado de manera decidida al enaltecimiento del toro, pongamos por caso que se hubiese tratado de hacer la suerte de varas con arreglo a las normas del arte, como hizo José Esquivel en el cuarto, en vez de hacer una demostración de la técnica que se utiliza para la prospección de petróleo en los pozos de Texas, tal y como hizo Antonio Muñoz con Curioso I, número 15, primer toro de Rafaelillo, o demostrar a la totalidad del público la veracidad del aserto que dice que el miedo es libre, como hizo Juan Carlos Sánchez en el sexto, Palomita II, número 10, un cárdeno de cincuenta y una arrobas al que no se pudo picar de manera más deplorable, llegando finalmente al relance a la jurisdicción del aleluya para alivio del que iba sentado encima con su castoreño y todo.
No todo se hizo mal. Que conste que en la cuadrilla de Rafaelillo va un pedazo de torero que se llama José Mora que dio un recital de brega en el primero, enseñando el toro a su matador y colocando limpísimamente el animal para banderillas en el primero y banderilleando con guapeza, soltura y torería al segundo del lote, Bustillo II, número 13, que Pascual Mellinas, de esa misma cuadrilla, hizo un sensacional tercero, y que Joselito Rus no quiso quedarse sin una merecida ración de aplausos a su labor. Gran cuadrilla la de Rafaelillo, e insistamos una vez más en lo vital que es llevar una buena cuadrilla.
Y los toreros... ¡Ay madre! ¿Qué se puede decir de unos tíos que se han puesto frente a la impresionante seriedad de los seis escolares? ¿Cómo medir la labor de estos hombres que han visto frente a ellos las huecas miradas de los toros de Pichorronco? Porque lo primero que hay que decir es que donde Rafaelillo, Robleño y Aguilar han estado hoy jamás veremos ni a los toreros que festonean las revistas de moda, ni los que alardean de poseer un toreo de enorme e innecesario, dado lo que matan, poder.
El primer toro de Rafaelillo tuvo el comportamiento de aquellos toros que se veían a cientos hace un poco más de un siglo. Toro pronto al capote, pronto al caballo donde sufre un tremendo castigo, como se dijo antes, pronto en banderillas y aplomado en el último tercio. El toro pedía una faena de Salvador Sánchez, Frascuelo: seis con la derecha y una estocada, como la que le hizo al toro Pichichi de Núñez de Prado. El segundo, Bustillo II, número 13 se arrancó con fiereza al inicio de la faena, y Rafaelillo le aguantó de manera muy emocionante, pero tras ese trasteo inicial la decidida decisión de Rafaelillo de no meterse en el terreno del toro con el ánimo de poderle, hizo que el bicho, poco castigado, se fuese creciendo y dando la sensación de que toreaba más el Bustillo II que su matador.
Fernando Robleño recibió primorosamente a su primero, y no estamos hablando de las verónicas al uso, sino de la brega de mando y manos bajas orientada a ahormar al toro. Con gran torería se lo sacó hasta los medios tirando de él y sin que el burel le enganchase ni una sola vez el capote. Luego, el poderoso inicio de faena, de gran mando y temple, hicieron concebir grandes expectativas sobre lo que podía venir, pero la cantidad de veces que el toro se vino al torero sorprendiéndole y la terca decisión de tratar de imponer el torero la distancia fueron dejando en nada la que se presumía como gran faena. El toro no planteó grandes dificultades salvo las derivadas de su presencia, pero cuando sintió el hierro dentro de su cuerpo se abalanzó hacia su matador con instinto criminal, poniendo a Robleño en apuros. El quinto, Bustillo I, número 54, miraba enterándose por encima del palillo y nos hizo pasar miedo. No me puedo imaginar lo que debió sentir el torero estando frente a él. Toreó mucho más el toro que el torero, pero hay que estar muy convencido para estar frente a ese toro y no salir corriendo, que es lo que el cuerpo pedía.
El primero de Alberto Aguilar, Limonero, número 48, tomó tres varas de Francisco Javier Sánchez. Era un toro exigente que demandaba dominio y toreo, cosas que Alberto Aguilar no le dio en demasía, aunque las gentes le jalearon diversos pasajes de su faena. Cuando se puso en el sitio y remató el muletazo, la cosa funcionó, pero por desgracia no fue ése ni mucho menos el tono de la faena. Diríamos, como diagnóstico, que al conjunto del trabajo de Aguilar le faltó unidad, o si se quiere, concepto. A su segundo le hizo más o menos como al otro, pero el toro, más manso y parado, dejaba en descubierto al torero que no cesó de modificar su posición con esas carreritas que se pegan los toreros entre pase y pase y que tanto deslucen.
Como resumen, podría decirse que hoy, en cuanto al toreo y en líneas generales, vimos lo mismo que todos los días, pero el toro, siempre el toro, es quien marcó verdaderamente la diferencia.
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