"...Y usted sabe, como sé yo, que en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, donde más debate y variedad ideológica debería haber, impera un régimen de extrema izquierda en el que “no se aceptan opiniones divergentes”...
A.L.- Estimado Profesor Monedero: usted no se acordará porque ya ha llovido mucho, como tampoco se acordará su compañera Bescansa, pero yo fui alumno de ustedes en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.
Ahora que les veo en la televisión día sí y al otro también, subidos a la ola de la política que siempre ejercieron en las aulas, hace hasta gracia recordar los años de universidad cuando alguien te pregunta curioso “¿Y tuviste a Monedero?”.
Ahora, con mi licenciatura bajo el brazo y trabajando fuera de España, en esa misma Bruselas en la que ha acabado su compañero “Pablo Iglesias”, estoy haciendo más memoria que nunca, memoria histórica que dicen, y recuerdo el jarro de agua fría que fue llegar de Mallorca a Somosaguas. Sin haber cumplido aún dieciocho años y acompañado por mi padre paseé por los pasillos de aquel edificio con pinta de “cárcel” de los años 40, lleno de pintadas anarquistas y goras a ETA. Aquellas paredes en ladrillo vivo de las que malcolgaban carteles, te trasladaban a un barrio de navajeros en vez de a una Universidad que se dice puntera. Ni rastro del impresionante
Rectorado cuyas fotografías destacaban en el corcho de mi instituto palmesano mientras comprobaba mis notas de selectividad.
Y qué decir de La Moqueta, aquel enorme espacio muerto entre la cafetería y la biblioteca del que siempre emanaba una nube de maría poblado por veinteañeros bebiendo cerveza a las 9 de la mañana. Ahora brindan por su éxito, señor Monedero.
Ahora que vuelvo a verle hago memoria y algo no me cuadra. Es usted (y sus compañeros) muy bueno en comunicación. Dan ustedes muy bien en cámara sin ser Pedro Sánchez y regatean como no lo hace ni Rajoy desde su plasma y mire usted, le confieso, si no le conociera le compraba por un par de meses, como muchos dicen que estarían dispuestos a hacer, solo para hacer una buena limpieza y librarnos de Tirios y Troyanos. Pero como yo conocí el régimen que instauraron en la República Bolivariana de Somosaguas, no les puedo creer. Porque, señor Monedero, lo que ustedes quieren hacer no es ni nuevo ni moderno, lo que ustedes quieren hacer llevan veinte años haciéndolo, no en Venezuela, sino mucho más cerca, en aquel pueblecito a las afueras de Madrid, su laboratorio.
Aún recuerdo una clase, no era usted el profesor, no se preocupe, en la que una estudiante de Erasmus francesa me comentaba indignada que durante su estancia en la Facultad, “cada clase era un curso de adoctrinamiento comunista”. Yo sonreía y disimulaba porque no quería que me identificaran. Libertad de cátedra lo llaman algunos, pero usted sabe, como sé yo, que la represión no se ejerce solamente a punta de bayoneta. Y usted sabe, como sé yo, que en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, donde más debate y variedad ideológica debería haber, impera un régimen de extrema izquierda en el que “no se aceptan opiniones divergentes”.
Hago memoria y recuerdo cómo descubría, casi en la clandestinidad, que algunos compañeros votaban al PP. Era como una salida del armario. No era algo fácil de confesar en la facultad. Si se enteraba el profesor era mejor mantenerse callado y no protestar cuando una clase se tornaba en un mitin del PSOE, o de IU, o de Chávez. Incluso algunos de los pocos profesores de los que se podía sospechar cierta oposición al “régimen” se cuidaban muy mucho de no ser descubiertos.
Quién me iba a decir a mí que había esquivado esa Universidad de las Islas Baleares tomada por los catalanistas para acabar en Madrid, en la mismísima Complutense, destinado a pasar al menos un lustro en el nido de la serpiente de ultraizquierda.
Hago memoria y recuerdo lo que me decían mis propios compañeros en mi afán por atravesar los piquetes para ir a clase un día de huelga, uno de tantos, una de tantas huelgas que no compartía y que según me decían las lecturas era un derecho y no una obligación. Recuerdo que lo que me decían y no era nada amable. Pero señor Profesor, la siguiente huelga, volví a cruzar los piquetes, con la piel más curtida y la barbilla más alta. “Así durante cinco años”.
Hago memoria y recuerdo los comentarios despectivos por llevar bajo el brazo El Mundo o el ABC y, si al principio herían, acabé llevándolos por bandera, solo para joder. Recuerdo también cómo los peores ministros de exteriores eran los del PP, y cómo la peor política económica era la del PP o cómo no había política social si había PP, ni había medio ambiente si había PP. No había vida si había PP. Era tal vuestra obsesión que todo aquello me hacía ser más del PP, y hoy entiendo que habría sido del Barça si ustedes hubiesen sido anti-barça, y habría sido vegetariano si ustedes hubiesen sido carnívoros, porque lo que ustedes me enseñaron en la Universidad es que tenía que ser todo aquello que ustedes no eran. Por eso, Profesor Monedero, hoy tampoco soy del PP… no sé si lo pilla.
Aunque la de Políticas debería ser la facultad en la que más se debatiese. Y aunque las Ciencias Sociales destaquen porque no existe una verdad absoluta que en ciencias puras te diría que 1+1 es igual a 2, aunque sepamos que una teoría no sustituye a otra sino que dos o tres o cuatro teorías distintas coexisten e incluso se ponen en práctica a la misma vez en distintos sitios y aunque nos mientan diciendo que la universidad sirve para dotar al alumno de las herramientas suficientes como para discernir y sacar conclusiones fundamentadas, en su facultad solo existía una respuesta posible: la suya, la oficial.
Lo demás suponía ser señalado, increpado o incluso agredido físicamente (que le pregunten a Rosa Díez) cuando no sometido al riesgo del suspenso, a eternizar tu paso por la universidad y ver tu futuro profesional limitado. Con esos mimbres se entiende que la discrepancia se limitase a un guiño furtivo, una temeraria palmada en el hombro bien disimulada o una imprudente salida del armario ideológica en una noche de fiesta.
Y mire usted, estimado Profesor, durante mis años en la Facultad de Políticas desarrollé una inmensa simpatía por todas las minorías reprimidas pues quienes no éramos de los suyos éramos los negros en el apartheid, los gays en Irán o los intocables en la India. Ustedes sin embargo eran los blancos, los fundamentalistas, los brahmanes que en la India eran los maestros, la casta más alta que salió de la boca de Brahmá.
Ustedes han instaurado en la Facultad de Políticas un régimen en el que existe una casta dirigente y hegemónica, el profesorado que tiene en sus manos el futuro de los estudiantes, y una clase dominada, el alumnado, entre los cuales solo quienes piensan como los dirigentes se sienten lo suficientemente libres como para manifestarse y quienes no comulgan o bien se callan o bien se preparan para recibir los golpes.
Ustedes, cuando no tenemos una sola universidad española entre las 150 mejores universidades del mundo. Ustedes, que abochornan a los estudiantes extranjeros que no se creen lo que ven ni lo que oyen y que luego lo contarán en sus países para vergüenza de todos. Ustedes qué tienen que ofrecerle al país aparte de miseria intelectual y económica.
Eso, señor Monedero, cuando alguien se esconde y camufla porque la reacción del entorno es tan fuerte que sus consecuencias son inasumibles, cuando el que está abajo no se atreve a llevarle la contraria al que está arriba, porque no hay garantías de que la lucha sea entre iguales, de que pueda aguantar el desafío ni afrontar los costes, eso es también represión. Algunos otros valientes, como la estudiante francesa de intercambio, un día se levantan y le dicen al profesor lo que ningún alumno español se atreve a decirle, abandonando a continuación el aula para siempre entre risas e insultos de los propios compañeros, mientras otros nos callamos y aceptamos el régimen porque en aquel momento es más lo que tienes que perder.
Eso pasaba cuando uno aún no había cumplido los veinte, pero ahora que mi futuro no está en sus manos, tengo la obligación de no callarme para evitar en la medida de lo posible que gente como usted, estimado Profesor Monedero, vuelvan a tener en sus manos el futuro de alguien.
¿Pero es malo ser de izquierdas con rasgos comunistas?, ¿Y ser de derechas, incluso extrema, es bueno?. Pues tanto una cosa como la otra ni es bueno, ni es malo. Y si como dice el dicho popular “en todos sitios cuecen habas”, y es que parecido a lo que ocurría en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, José María Aznar, reunía en una especie de “escuela de verano” a un grupo de jóvenes promesas del PP entre los que destacaba Alejandro Agag.
ResponderEliminarPoco a poco, aquellos jóvenes fueron ocupando puestos de relevancia, la mayoría en el entorno del entonces presidente del Gobierno.
En las asociaciones vinculadas a la recuperación de la memoria histórica no sorprende demasiado el comportamiento de los jóvenes del PP: "La cultura franquista pervive en el PP y no es de extrañar en un partido político cuyos padres fueron ministros de la dictadura".
Para muestra, basta con escuchar las ideas que promueve Pablo Casado, el cachorro más ultraliberal de Aguirre y nuevo asesor personal del ex presidente del Gobierno, José María Aznar, en la fundación FAES. Principalmente, Casado se ha hecho un hueco en el Partido Popular por defender sin tapujos un modelo educativo y sanitario privado, menos empleados públicos, supresión de liberados sindicales o flexibilización del mercado en lugar de regular los salarios mínimos.
Así, no es de extrañar que el 10 de diciembre de 2008, en el Congreso en el que fue reelegido presidente de Nuevas Generaciones, el pupilo de Aguirre pronunciase frases del tipo de “los de izquierdas están todo el día con la guerra del abuelo, con la memoria histórica, con el aborto, la eutanasia y la muerte, cantando la Internacional, que se cantaba cuando había 100 millones de muertos en el siglo pasado” o “los jóvenes del PP no idolatran a asesinos como el Che sino a mártires como Miguel Ángel Blanco”.
Pero en el fondo es tan malo el “profesor Monedero”…
El expresidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela, va a dejar de ser un okupa. Rouco Varela abandonará en los próximos días su residencia en el palacio arzobispal de Madrid, cinco meses y medio después de que fuese sustituido como arzobispo de Madrid por Carlos Osoro. Su nueva residencia será un ático de lujo de 370 metros, ubicado en el centro de la capital.
El pasado 28 de agosto de 2014 el Papa eligió a Osoro como su sustituto, pero Rouco decidió no dejar sus aposentos en el Palacio Episcopal, en la calle San Justo, a pesar de que debía dejarlo libre. De hecho, Rouco -que estaba convencido que iba a ser Fidel Herráez y no Osoro el designado- optó por quedarse en su residencia habitual (el segundo piso, la zona más noble) y acondicionar el piso de abajo (mucho más modesto) para el nuevo titular de la Archidiócesis.
La decisión escoció en los círculos clericales de Madrid y Roma, y Osoro no se mudó, sino que prefirió quedarse en una Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados (de Santa Teresa Jornet) en Aravaca. Osoro, que comenzó a trasladar sus bártulos el pasado 28 de septiembre, podrá así concluir la mudanza medio año después.
Pero no echará de menos el lujo de su palacete. Su nuevo piso, propiedad del Arzobispado, tiene seis habitaciones y está situado en el número 12 de la calle Bailén, justo encima del viaducto de Segovia y al lado de la Catedral de la Almudena. Hasta ahora, en el inmueble vivían cuatro sacerdotes del movimiento Comunión y Liberación, que se han mudado a otra propiedad de la Iglesia en la calle Barquillo.
El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Me da igual que sea profesor comunista, exalumno de ética moralidad, cachorro ultraliberal o aparente religioso.
Cristina Almansa