"...El espectáculo taurino factura más que el cine, aporta más, y recibe muchísimo menos..."
Antonio Lorca
"No quiero ser cansino, pero ya va siendo hora de que nos bajen el IVA", decía Enrique González Macho, presidente de la Academia del Cine, en la gala de los Premios Goya. Y la abarrotada sala estalló en una unánime ovación. Bueno, unánime, no, porque el ministro de Cultura, allí presente, aguantó el chaparrón con cara de póker y con esa media sonrisa a lo Gioconda, entre la convicción y la duda, y con el rabillo del ojo acordándose de su compañero Montoro, que huye de la gente de las películas como gato escaldado.
El presentador de la gala, Dani Rovira, puso un especial énfasis en destacar la gran aportación del sector a las arcas del estado en 2014 en concepto de IVA: casi 26 millones de euros. Y todos se regocijaron por el gran año vivido por el cine español, que había levantado el vuelo con una facturación que superó los 123 millones de euros.
Pero ni el presentador ni el presidente hablaron de las subvenciones que recibe el cine: 50,8 millones de euros el año pasado, que, por lo visto, es una cantidad ridícula en comparación con lo que recibe el sector en el resto de Europa. Vale, será ridícula, pero son 50,8 millones de euros.
La gala fue larga y divertida, y sirvió para que los equipos técnicos y artísticos de las películas ofrecieran una imagen de unidad, destacar las bondades del cine español, cantarle las cuarenta al Gobierno y demostrar que el sector ha sido capaz de superar la preocupante lejanía del público a base de productos de calidad. Y todo ello, retransmitido en directo, con todo lujo de detalles, por TVE en horario de máxima audiencia.
Ante sucesos como este, es inevitable dirigir la vista hacia el mundo de los toros, y no por comparar, que ya se sabe que las comparaciones son odiosas, sino por encontrar motivos para la desesperanza y la llorera.
El espectáculo taurino factura más que el cine -casi 400 millones en 2009, aunque los datos concretos de 2014 aún no se conocen-, aporta más dinero por el 21% de IVA, y recibe muchísimo menos en concepto de subvención. En los Presupuestos Generales del Estado no figura partida económica alguna para la tauromaquia, y solo algunas Comunidades Autónomas -Andalucía, Castilla La Mancha, Madrid, Valencia, Murcia…- destinan cantidades que sí que son realmente ridículas para el mantenimiento de las plazas o escuelas taurinas.
No es necesario recordar que la tauromaquia es una actividad tan legal como el cine; y si es verdad que hay colectivos que se autodenominan antitaurinos, no son pocos los que rechazan el cine español, y no por eso el Gobierno suspende las subvenciones.
El verdadero problema es que el mundo del toro está mangas por hombros, dividido en mil corrientes entre los mismos ganaderos, toreros, empresarios, apoderados y taurinos de todo pelaje. Su estructura económica y empresarial está desfasada y caduca, y su núcleo social es heredero del pasado más anquilosado. Y no solo eso: a estas alturas, el taurino, los taurinos, aún deben soportar sobre sus espaldas el estigma del pícaro español, hecho a la imagen y semejanza del usurero habilidoso y tunante, que se mueve como pez en el agua turbulenta de las medias verdades, la falta de seriedad, el dinero negro, y la permanente sospecha de fraude.
En otras palabras, el negocio taurino vive todavía de espaldas al mundo real; quizá, por eso, está tan desperdigado y anclado en el pasado. Quizá, por eso, agacha la cabeza ante el 21% del IVA o el desplante permanente de TVE. Por eso, es impensable que se pongan de acuerdo los actores, directores, productores, músicos, documentalistas, guionistas, maquilladores, electricistas y cámaras de la tauromaquia para organizar una gala como la del cine y enseñar al país entero la calidad de su trabajo.
¡Chapeau por los del cine…! Hacen solo cuatro películas realmente buenas y montan un circo como si esto fuera la industria de Hollywood, que no lo es; por su parte, la fiesta de los toros lleva años emocionando, -no todas las tardes, pero bueno-, y cada día está más abandonada.
Al menos, si algún día, más pronto que tarde, el ministro Montoro cede ante las presiones de los cómicos y les baja el IVA, que no se olvide de los toros. Los aficionados también pagamos impuestos y merecemos que, alguna vez, el Gobierno nos tenga en cuenta.
Mientras tanto, me desespero mientras contemplo la fiesta maravillosa del cine español y lloro como un niño. No me queda otra…
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