Jorge Arturo Díaz aficionado
"...Enero seis de 1985. Cañaveralejo. Corrida del toro. Encierro de Pimentel; "Palomo", Manzanares, "El Cali", Ortega Cano, Víctor Méndes, Curro Durán, César Rincón. La disfruta y la sufre. Su manera. ¿Iremos a Madrid? No, por que poco después, el 18 de febrero, lunes, a la hora de la siesta, se duerme para siempre. Me llaman. Cruzo la ciudad aterrado. No logro despertar su corazón. Una, dos, tres décadas cumplidas... y sigue acompañándome a los toros. Era mi padre..."
El iniciador
Jorge Arturo Díaz Reyes
Suelto su mano y corro gradas arriba entre la gente, tras mi hermano. Curiosidad, emoción, ansia de llegar primero y ver qué hay. La plaza de madera se despereza y gime Sofocados por la risa y la carrera desembocamos al tendido. De un golpe se abren cielo, sol, colores, música, entusiasmo, fiesta, y un algo como temor de lo que pueda ser. Todos esperan.
Él nos alcanza. Me siento seguro y feliz. Es grande, fuerte, confiado, alegre. Mi primera corrida. Nuestra primera corrida juntos. Imágenes, no significados. Tanto por ver, tanto por saber, y esa sensación en el pecho. Es un pueblo. Quizás El Socorro, quizás Duitama. No sé, viajamos toda la mañana por montañas, en su camioneta de agrónomo, verde,International, con una enorme sirena plateada en el capó.
!El toro! !Uf! Corre. Ataca, el torero aguanta. Gritos. Regresa, el torero se quita. Burlas. ¡Cobarde! sonríe la señora del diente de oro. El asunto es no mostrar el miedo, parece. Yo escondo el mío. Hay que ser macho. Ya tengo cinco años. A ratos me distraigo con Jaime y jugamos. Es más pequeño. Yo estoy aprendiendo a leer, él no. El carrito que trajo en el bolsillo cae al fondo. Se pierde. Nadie se da cuenta. Nos miramos callados.
Plaza de Santa María. --Ese que lleva la montera en la mano es Antonio Ordóñez --me dice. Le acompaño en tertulias y tertulias. Recuerdan, exageran, presumen, comparan, juzgan. discuten, coinciden. El valor es el máximo valor. El arte rellena. Oigo y aprendo nombres reverenciados:Ortega, "Manolete", Arruza, Garza, Dominguín, Girón...
Pasan diez, veinte, treinta y más años. La vida. Corridas y corridas compartidas. Las escribo. Creo que me lee. No lo deja ver, no lo comenta. Lo miro, se ha puesto grueso, cano, y pausado. Tiene la frente más amplia, el rostro surcado, los hombros cargados, pero sus grandes manos de basketbolista siguen fuertes, y al estrecharlas aún dan seguridad. Siempre.
Enero seis de 1985. Cañaveralejo. Corrida del toro. Encierro de Pimentel; "Palomo", Manzanares, "El Cali", Ortega Cano, Víctor Méndes, Curro Durán, César Rincón. La disfruta y la sufre. Su manera. ¿Iremos a Madrid? No, por que poco después, el 18 de febrero, lunes, a la hora de la siesta, se duerme para siempre. Me llaman. Cruzo la ciudad aterrado. No logro despertar su corazón. Una, dos, tres décadas cumplidas... y sigue acompañándome a los toros. Era mi padre.
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