"...al igual que los perros se parecen a sus dueños, el City de Manuel Pellegrini ha ido adquiriendo poco a poco, muy despacito al principio, a mayor velocidad después, ese aire indolente, abstraído, cansino, buenista y, por qué no decirlo, un tanto bobalicón del técnico chileno..."
¡Chsss, silencio, que nadie despierte a Pellegrini!
Con todo el trinirotolueno que tiene arriba el Manchester City, y pese a lo que diga su entrenador, la eliminación del equipo inglés otra vez en los octavos de final de la Champions, que es casi una ronda para benjamines, sí suena a rotundo y redondo fracaso, un desastre sin paliativos, una vergüenza. Uno habría esperado de los Agüero, Jovetic, Bony, Dzeko, Navas, Silva, Nasri o Yaya Touré un pelín de acción, algo más de movimiento, un amago al menos. Pero al igual que los perros se parecen a sus dueños, el City de Manuel Pellegrini ha ido adquiriendo poco a poco, muy despacito al principio, a mayor velocidad después, ese aire indolente, abstraído, cansino, buenista y, por qué no decirlo, un tanto bobalicón del técnico chileno. Nadie con dos dedos de frente podría echarle nada en cara a Pellegrini después de haber contemplado cómo su equipo moría en la orilla, de lo que se acusa precisamente al City es de no haber desembarcado siquiera, de dejar la arena de Omaha tal y como la encontró y de haberse dado media vuelta nada más atisbar la playa.
Anoche, tras encajar el City el único gol del partido de vuelta, escuché una curiosa reflexión que captó mi atención por estrafalaria: "Los planes de Pellegrini no tienen por qué verse alterados puesto que sigue obligado a marcar dos goles para igualar la eliminatoria"... ¡Equilicuá!... El caso es que los planes de Pellegrini, sean estos cuales sean, no se vean nunca alterados. Tampoco habrían variado demasiado de haber encajado un segundo gol o un tercero puesto que seguiría necesitando meter tres o cuatro para superar la eliminatoria y eliminar al Barça de la competición. Maravilloso. Fantástico. Pero, a la espera de que se materialice algún día ese oculto plan de su entrenador, los goles del City no llegan, la reacción jamás se produce, nadie toca nunca a rebato en un equipo plagado de hipotensas estrellas que pasean su calidad por el campo de un modo que recuerda mucho al del chófer Hoke Colburn dando vueltecitas a la señora Daisy en su viejo Chrysler.
De acuerdo, el Barça jugó muy bien. Y Messi (estoy seguro de que le han garantizado que la temporada que viene ya no estará Luis Enrique) parece otra vez enchufado. A nadie habría extrañado que el partido acabara con tres o cuatro goles más a favor del equipo catalán y, aún así, pudo empatarlo el Kun. Pero es que no hubo rival, tampoco en la ida. Nadie quiere, por supuesto, sólo faltaría, alterar los fantásticos planes que seguro que Manuel Pellegrini tendrá para el City del año que viene pero lo que constata esta eliminación, que el chileno cataloga como decepción, es lo que, con su gracejo habitual y con más poesía de la necesaria, retrató en su día José Mourinho: este hombre está hecho para equipos más pequeños, con presupuestos más reducidos y menos estrellas en la plantilla. A mí lo que me mató, lo reconozco, fue lo del puntaje. Aún así, silencio, que nadie despierte a Pellegrini, que el jeque le deje dormir otro ratito más, que hoy en España es fiesta de guardar, que no hay cole.
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