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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 5 de junio de 2016

NACE LA LEYENDA DE “EL PANA”, TORERO DECIMONÓNICO / Por Mario Utrilla



"...Redimido por Dios de sus excentricidades, descansa en paz en la andanada celestial desde donde disfrutará del éxtasis del toreo junto a los dioses de la Tauromaquia..."

NACE LA LEYENDA DE “EL PANA”, TORERO DECIMONÓNICO

Mario Utrilla
“Cansado de ser un cuerdo mediocre, me dio por ser un loco genial”, con estas palabras define el propio Rodolfo Rodríguez su actitud ante la vida.

Maltratado por los hombres que mueven los hilos de la profesión, asciende a los cielos encumbrado por su devoto público que por millones le idolatran en todo el mundo. 

Redimido por Dios de sus excentricidades, descansa en paz en la andanada celestial desde donde disfrutará del éxtasis del toreo junto a los dioses de la Tauromaquia.

En sus comienzos se anunciaba como “El Panadero de Apizaco”, ya que practicó varios oficios para poder ganarse la vida, entre ellos el de panadero, de ahí su sobrenombre de “El Pana”.

Llegaba a las plazas de toros en una calesa tirada por caballos. Solía hacer el paseíllo luciendo un sarape de colores, vestido de fabulosa pasamanería, fumando un cigarro puro habano de considerable vitola, con su personalísimo y parsimonioso andar en el ruedo, con su coleta natural entrelazada.

“El Pana” era un derroche de imperfecta seducción, de rebeldía, de genialidad. Como aquella ocasión en que se lanzó de espontáneo o cuando se puso en huelga de hambre.

Como su estrambótico brindis a las rameras en el último toro de su vida de torero que estoqueaba en la Plaza de Toros Monumental de México, digno de la más bella pluma o más fino pincel, que para sí hubieran querido imaginar Camilo José Cela o Toulouse Lautrec, modelo de sincera gratitud, humildad y perdón: “a todas las daifas, mesalinas, meretrices, prostitutas, suripantas, bullis, putas, todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando El Pana no era nadie, que me dieron protección y abrigo en su pecho y en sus muslos más en mis soledades; que Dios las bendiga por haber amado tanto”.

Rodolfo Rodríguez “El Pana” quería que “si un toro me mata, obsequies todos mis órganos a mis hermanos mexicanos que los necesiten, que lo mucho o poco que quede de mi menda sea cremado y que mis cenizas sean esparcidas por todas las ganaderías tlaxcaltecas donde pastan las vacas bravas”. 

Siempre soñó que debía morir en el ruedo para engrandecer la Fiesta. Muere el torero, nace la Leyenda de “El Pana”.

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