Los toros, le pese a quien le pese, están intrínsecamente ligados al carácter de los españoles y particularmente en su faceta más solidaria. Por eso iremos a la plaza el sábado 25 sabiendo que en algo estaremos ayudando a combatir ese otro mal bicho de feo pelaje y malas hechuras, de nombre cáncer, que con la muerte en los pitones se ha llevado a tantos por delante.
La AECC tiene detrás un mérito tan impresionante como indiscutible. Y cualquier medio de obtener recursos para su noble tarea, merece nuestra colaboración. Todos los jiennenses deberían visitar las instalaciones para albergar familias con enfermos de cáncer costeadas precisamente con los recursos obtenidos de festivales organizados por el maestro Enrique Ponce.
Ya se ha dicho por aquí que la Fiesta de los toros lo es precisamente porque en su origen, en su diseño, en su desarrollo o en sus objetivos está y participa el pueblo. Cuando esto deja de ser así, lo que tenemos ya no es una fiesta sino un espectáculo. Y por mucho que al “producto”, una vez empaquetado le coloquemos la etiqueta o el sello de “cultural”, el carácter festivo solo se lo dará el componente popular. En la misma línea, las Fiestas de Toros han sido durante siglos fuente de financiación de causas humanitarias.
De corridas benéficas está llena la historia de nuestros pueblos y ciudades. La más famosa es la Corrida de la Beneficencia de Madrid, que ya se celebraba en la vieja plaza de toros de la puerta de Alcalá anunciándose “a beneficio del hospital provincial de esta capital”. En los carteles figuraban los toreros más importantes de la época, que se apuntaban en busca, no del dinero, sino del prestigio que daba realizar ese tipo de gestos.
La última corrida de Manolete en Madrid fue precisamente en una Beneficencia, por la que no cobró ni un solo duro y en la que además resultó corneado. La corrida fue presidida por el entonces Jefe del Estado, Francisco Franco. Pero que nadie caiga por ello en el interesado y consabido error de relacionar toros con dictadura, porque pocos años antes era el presidente de la República el que ocupaba ese mismo lugar. Don Niceto Alcalá Zamora y Alejandro Lerroux, Ministro de Estado, ocupaban el mismo palco que los reyes y reinas de España, en una corrida presidida por el alcalde de Madrid, Don Pedro Rico, asesorado nada más y nada menos que por Guerrita, Antonio Fuentes, Bombita, Vicente Pastor, Machaquito, Guerrerito, Bienvenida y Torquito. Todos los poderes públicos estaban allí representados, no porque torease fulano o mengano, sino por el motivo benéfico por el que se hacía, que en aquella ocasión era recaudar fondos para los parados de la II República Española.
La fiesta cobra auténtico sentido cuando el pueblo participa en sus preparativos, en la elaboración de los carteles y muy especialmente cuando las ganancias de taquilla van a costear fines humanitarios. Los toros, le pese a quien le pese, están intrínsecamente ligados al carácter de los españoles y particularmente en su faceta más solidaria. Por eso iremos a la plaza el sábado 25 sabiendo que en algo estaremos ayudando a combatir ese otro mal bicho de feo pelaje y malas hechuras, de nombre cáncer, que con la muerte en los pitones se ha llevado a tantos por delante.
La AECC tiene detrás un mérito tan impresionante como indiscutible. Y cualquier medio de obtener recursos para su noble tarea, merece nuestra colaboración. Todos los jiennenses deberían visitar las instalaciones para albergar familias con enfermos de cáncer costeadas precisamente con los recursos obtenidos de festivales organizados por el maestro Enrique Ponce. La simbiosis taurina solidaria es antigua. En tiempos adversos la fiesta encontró amparo en su origen popular, religioso y benéfico. Ni con Felipe V se pudo acabar con los toros porque las maestranzas y las cofradías lo impidieron celebrando festejos a favor de generosas causas. Cuando el negocio taurino anula la participación popular, la fiesta decae. Cuando el pueblo se implica, la fiesta se levanta. El día 25 de marzo, todos a los toros. Todos contra el cáncer.
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