Ha muerto Sebastián Palomo Linares. Se me ha marchado un amigo. Con él compartí muchas conversaciones y vivencias y unas cien corridas de toros de las que narré, teniéndole como compañero, para Castilla- La Mancha TV. Fue un fenómeno social, sobre todo desde que el año 72 cortó un rabo a un toro de Atanasio en Madrid. Desde 1939 no se concedía tal trofeo en Las Ventas.
Hasta siempre, Sebastián
En el ruedo era intratable; en la distancia corta y como amigo, gloria bendita. Aguantaba todas las bromas, todos los puyazos y todas las ironías. Pero, ¡alto!, tenía que estar seguro de que eras para él un amigo de verdad. Solo así podías tocarle los costados.
Ha muerto Sebastián Palomo Linares. Se me ha marchado un amigo. Con él compartí muchas conversaciones y vivencias y unas cien corridas de toros de las que narré, teniéndole como compañero, para Castilla- La Mancha TV. Fue un fenómeno social, sobre todo desde que el año 72 cortó un rabo a un toro de Atanasio en Madrid. Desde 1939 no se concedía tal trofeo en Las Ventas. Aquello suscitó múltiples discusiones y diatribas, pero desde entonces nadie ha vuelto a pasear con ese trofeo en las manos por el ruedo de la primera plaza del mundo.
En sus inicios se dieron todas las condiciones necesarias para que su lanzamiento estuviera cargado de literatura, poesía, romance y revolución social. Hijo de un trabajador de la mina en ese pueblo “andaluz y minero” con cuyo nombre sustituyó el Martínez de su segundo apellido, Sebastián Palomo Linares fue su nombre de guerra, su marca y su desafío. Y con una casta a prueba de bomba, y sin más mimbres que un hatillo al hombro y todas las hambres de pan y de gloria en su breve y enrabietada humanidad, haciendo “autoestop” salió de Linares hacia Madrid, con la idea fija e insoslayable de participar en aquella “Oportunidad” organizada por los hermanos Lozano en la madrileña plaza de Vista Alegre. Como el César, llegó, vio y venció. Y ahí empezó todo.
En el ruedo era intratable; en la distancia corta y como amigo, gloria bendita. Aguantaba todas las bromas, todos los puyazos y todas las ironías. Pero, ¡alto!, tenía que estar seguro de que eras para él un amigo de verdad. Solo así podías tocarle los costados, porque si no, se revolvía y era capaz de destruirte con una dentellada dialéctica. Repito, era un auténtico casta. Quiso hacer cine y lo hizo, y ya retirado, se empeñó en pintar y pintó. Solo su propio corazón ha podido con él.
Televisé, junto a mi inolvidable maestro Matías Prats, su retorno del 93, en el que -con su ya blanca y aleonada cabellera- todavía tuvo fuelle para matar seis toros con todos los Lozano haciendo fuerza en el callejón. Ellos fueron sus consejeros, sus mecenas y sus apoderados hasta el último día de su vida torera y aún después. Palomo fue la obra maestra de los hermanos Lozano. Eduardo, José Luis y Pablo velaron con él sus armas e incluso sus sueños. Desde la célebre “Oportunidad” de Vista Alegre en la que le enseñaron a coger la muleta, hasta que después de su última vuelta y tras pisar, también por última vez, la arena de Las Ventas decidió echar definitivamente el telón a una carrera intensa, fructífera e incluso trepidante. Estoy seguro de que allá arriba, ahora mismo ya ha puesto a cavilar a todos los arcángeles toreros que le esperaban como uno de los suyos.
Mi sentido pésame a sus hijos -sobre todo al pequeño, con el que tan buenas migas hice-, a su hermano mayor que tantas veces nos acompañó cuando televisábamos corridas por Andalucía, a toda su familia, y, sobre todo, a los Lozano, de los cuales fue alegría y tormento, porque nada -bueno o malo- de lo que le ocurriera a Sebastián les era ajeno.
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