Bolívar con el 2°. Foto: Camilo Díaz
El caleño sale a hombros hacia la enfermería, con las dos orejas del segundo y una ovación en el bronco quinto, que le cogió feo. Enrique Ponce saludó dos veces y Pablo Aguado una. Flojo y defensivo encierro de ocho toros.
Bolívar, triunfo y drama
Cali, Colombia, 1 10 20
Luis Bolívar, se llevó el de la tarde. “Temerario”, 500 kilos, cuatreño, negro, girón, astifino, pero apretado de puntas. Un dechado de suavidad, fijeza, bondad y blandura. Pastueño. Se supo desde la generosa sería inicial de cinco verónicas, tafallera, doble chicuelina y revolera. Reinario le pegó trasero y se cayó. Reincorporado es quitado largo con tres nicanoras, farol, caleserina y larga de revol. Fuerzas justas, nobleza mucha y clase notable fueron el material para una faena de poso y reposos, de justa medida, de terrenos y alturas propios y en tono lento majestuoso. La izquierda probó la única rudeza en las primer tandas, pero luego se acompasó al flujo del toreo, que con la placidez del agua mansa corría bajo los acordes del pasodoble “Luis Bolivar” y la letanía de oles. Los pases de las flores, las norias a contravía, el respeto por el toro y las finas maneras toreras fueron firmados con un estocadón que tiró sin puntilla. Las dos orejas simultáneas con la masiva petición, la ovación para el arrastre y una vuelta triunfal tan despaciosa y ofrendada firmaron el pasaporte a la gloriosa puerta.
Con el quinto bis la cosa fue todo lo contrario. Castaño, también marcando la media tonelada justa, pero impetuoso y bronco acometió furioso las tres largas cambiadas de rodillas, las ocho verónicas y la larga recortada que le hicieron cruzar el ruedo, prendiendo esa emoción básica que provoca no la sublimada estética sino la ferocidad. Se movía como un elefante en una cristalería metiendo sustos, echando gente de su jurisdicción, tumbando a Cayetano Romero, cebándose en el jaco caído y haciendo saludar al Piña y Garrido por haber sido capaces de llegarle a la cara y clavar arriba.
Luis le brinda a Ponce, y se postra en los medios aguantando el galope veloz y poderoso para ponerlo a girar en torno a sí por la derecha cuatro veces y ya de pie, cambiando la mano, dos más y el de pecho. La onda expansiva del explosivo comienzo impactó en el tendido como un megatón. Dos tandas más diestras de gran mérito y cuando las cosas iban camino del manicomio, una de las muchas cabezadas finales al cielo cazó la muleta y el desarme desarmó también la fiesta.
El “Aragonéz” se alebrestó, el toreo se hizo azaroso, conflictivo, salvavidas. El segundo desarme del bruto asaltó el poder y el terreno del torero. Y a Luis en ese trance comprometido no le quedó más que lanzarse a topacarnero en el volapié dejando la espada en la cruz hasta los gavilanes, siendo cogido por el pecho y pitoneado asesinamente en el suelo mientras lograban el angustioso rescate. La plaza toda clamaba “torero, toreo”, impresionada por el gesto de ir a vida por vida para salvar el honor. Pero la petición de oreja fue ignorada, mas no así la rotunda ovación del respetable, ni la salida del maltrecho en hombros.
El maestro Enrique Ponce recibió un doble tributo de idolatría personal. Sin estoquear ninguno de sus toros, fue sacado a los medios bajo dos atronadoras ovaciones y en la segunda, con un coro multitudinario de “Poooncee, Pooncee”. Al primero lo había descabelló tras dos pinchazos y al cuarto bis, tras uno solo desarmado sin haber clavado en ningún caso el acero. El uno justo de todo, fuerza, casta y alegría y el otro manso, débil y rajado al final recibieron su proverbial y laboriosa terapia intensiva sin lograr curación. Solo esa estética suya que va más allá de las necesidades de la lidia bastó para cautivar así la parroquia.
Pablo Aguado, esperado con gran ilusión, dio con dos debiluchos que se caían y se caían. Mucho más el jabonero sexto, prácticamente inválido para la lidia. Tramitó el primero a media altura y a distancias considerables dejando algunas joyitas delicadas entre una pasamanería intrascendente. Pinchó en sitios non santos tres veces, puso una estocada corta, recibió un aviso y el silencio dolido de los ilusionados.
Con el otro la cosa se puso peor. No se tenía de pie, trastabillaba caminado cansino tras la muleta con una docilidad digna de más fuercita. Caía y caía, pero la mano alta los pases para arriba, las pausas y el mimo lograron al final mantenerlo sobre sus cuatro patas y llevarlo lentamente, casi funerariamente en redondo bajo pasodoble y escandalera. Desplantes bravíos azuzaban el delirio. Dos pinchazos y un descabello finiquitaron la cosa y de salida el saludo en los medios fue de pipiripao.
El variopinto encierro de Juan Bernardo Caicedo vino con poca pero fina leña, y tuvo un juego diverso muy por debajo del prestigio del hierro. Hubo de todo, nobleza, rudeza, mansedumbre, flojera soltura de cascos y hasta boyantía. Pero la marca inhabilitante fue la falta de fuerza que los hacía defensivos y remolones.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes 10 de enero 2019. Plaza Monumental de Manizales. 6ª de feria. Sol. Más de tres cuartos de aforo. Ocho toros de Juan Bernardo Caicedo (en Domecq), bien presentados, bajos de raza, flojos y defensivos, 4º y 5º perdieron los cascos y fueron cambiados. Aplaudido el arrastre del pastueño 2º.
Enrique Ponce, saludo y saludo
Luis Bolívar, dos orejas y saludo tras petición.
Pablo Aguado, silencio y saludo.
Incidencias:
Luis Bolívar cogido por el 5º bis, sale a hombros y pasa a enfermería. Saludaron: “El Piña” y Carlos Garrido tras parear al 5º bis, Raúl Morales tras parear al segundo.
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