En términos revisteros, menos de medio aforo, y si se trata de ver con ojos realistas la cosa, muy poco tras el largo ayuno, para una capital históricamente taurina, que cuenta en su área metropolitana con más de 20 millones de habitantes. Pero, bueno, hay formas de ver las cosas. Cada quien juzgará. Por mi parte, dadas las circunstancias, un taquillazo. Que marcó además la inauguración de una nueva temporada nacional y continental americana, junto con la novillada el mismo día en Zacatecas.
El asunto fue el toro, como siempre. Seis, escogidos para tan significativa ocasión por los ganaderos de: Rancho Seco, La Joya, Arturo Huerta, Jaral de Peñas, Los Encinos y La Joya. Con 505 kilos promedio, edad reglamentaria según las tablillas y diversa lámina como era de esperar por su origen. Mas de trapío discutible, que desató protestas ruidosas para el 5°. En cuanto al juego, el denominador fue la poca raza y escaso fondo. Quizá todo lo resume Pepe Mata en el titular de su crónica. “El público reclamó la incontestable verdad del toro en todo su esplendor”.
Respecto a la “novillada extraordinaria” de Zacatecas, hubo consenso en que los utreros de Guadiana estuvieron por debajo de la novel terna. Doce reses de siete ganaderías mexicanas arrojan un balance negativo. Es apenas un comienzo, sí, pero igual podemos decir que por la exigencia de la fecha, este sondeo con lo mejor que pudo encerrarse no pasa.
Y aunque sea lugar común hay que repetirlo. Para bien y para mal el fundamento de la tauromaquia es el toro. Su plenitud, su edad, su madurez, su cuajo, su ofensividad, su integridad, su belleza y su casta. Todo en uno, ningún factor es prescindible. Sobre tal pedestal descansa el honor de la fiesta, de sus protagonistas, y la credibilidad de las empresas ante la clientela. Cualquier esfuerzo de reconstrucción o salvamento del toreo tendría que partir de allí, antes qué de la mercadotecnia, la publicidad o el reformismo.
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