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Una velada en “Casa Patas”
Joaquín Albaicín
La distancia territorial nos había mantenido durante mucho tiempo lejos de “Casa Patas”, escenario de mil andanzas nocherniegas de juventud y marco de innumerables veladas flamencas para el recuerdo. Esta noche nos hemos reencontrado allí con un joven viejo amigo, artista al que seguimos desde sus comienzos y autor de una de las obras más sólidas de una generación de guitarristas a la que aún no ha sido otorgado ese completo y definitivo reconocimiento del que es merecedora: Agustín Carbonell “El Bola”.
“Rojo y Rosa”, el espectáculo con que el sobrino nieto del inmarchitable “Sabicas” ha comparecido durante una semana en el “Patas”, es el mismo con que hace poco entusiasmó —con Lola Greco como invitada de lujo- en los Veranos de la Villa… Un triunfo a ley de público, pero del que sólo nos hemos enterado, la verdad, por el boca a boca, pues —con Veranos de la Villa o sin ellos- el flamenco, para los rotativos madrileños, no parece existir. Tres cuartos de lo mismo se barrunta que está empezando a suceder con los toros: sobre la novillada del domingo en Las Ventas, en la que debutó un valor tan interesante como Juan Ortega, no nos topamos rebuscando en los diarios más que con una triste micro-nota de agencia… O no sé, será que no hemos posado la vista sobre la página adecuada.
“El Bola” nos desgrana un montaje primorosamente argumentado, cimentado sobre una palpable solidez flamenca y un hilo conductor sin fisuras. Cobra mucho cuerpo en las intervenciones de la voz acaramelada de “El Piculabe”, garganta camaronera con influencias- como el propio José- de Ramón “El Portugués” y la casa de los “Rubios”. Muy bien escogidas, debe decirse, las bailaoras, Karen Lugo y Tamar González: especialmente la segunda, deja por soleá buen y duradero sabor de boca por la casta, verdad y fidelidad a la tradición con que esculpe sus desplantes y marcajes. Y por supuesto que Agustín Carbonell -cuatro discos ya en el mercado- no escatima el sello de su talento y arte tanto por soleá como por fandangos o tientos.
Pese a los años que hace que nos conocemos, no me he enterado hasta esta noche de que Javier Colina está casado con una hija de Gonzalo Torrente Malvido, gran amigo, a fuer de eximio escritor y extravagante ciudadano. La vida no cesa, en fin, de sorprender a uno. Colina, en el remate de la gala, improvisa sobre el estaquillador de su contrabajo un mini-solo por bulerías con el empaque e incontestabilidad de las faenas de Pepe Luis hijo: seis muletazos, tres adornos y a matar.
A la salida, la afición comenta, elogia, fuma. Abrazo —mucho tiempo sin vernos- a “Camarón de Pitita”, a Juan Antonio Salazar y a Enrique Jiménez “Furu”. Me desplazo un par de manzanas y me uno en “Burladero” a una charla hasta las claras, sobre la carrera en ascenso de David Mora, con Baudi y Jesús Montes, que acaba de fichar por la cuadrilla del reaparecido Sebastián Palomo Danko y nos anuncia la próxima alternativa, en Estella, de José Manuel Sandín. Al fin, de camino a casa, perdidamente sobrio e imbuido de nostalgia por los favores de la Reina de Saba, voy ya por Plaza de España y sigue acariciando mis oídos, con persistencia y dulzura, la guitarra de inspiración sabiquera de “El Bola”. ¡Ay de las vidas sin música, señores!
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