Pezuñas de Larguirucho y montera de Luis Miguel Castrillón
Nada en dos platos
Nihil in duo acetabula
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(Las feroces protestas de Julián López contra el trapío de los novillos de Javier Molina en Madrid surtieron efecto,
y la empresa volvió a la línea becerresca de la Tonta del Bote, sin llegar al escándalo de los Torrehandilla de July en Pamplona.
De la tauromaquia de Interior con Javier Molina a la taurobolia de Cultura con Luis Algarra, que sólo echó un novillo bueno,
Embustero, cuyo salpicado enardeció a los turistas)
RESEÑA
José Ramón Márquez
I. LOS POLVOS
A raíz de la corrida del domingo pasado, se desató una furia buenista a favor de los pobrecillos novilleros, que en vez de acabar sus titulaciones, de decidirse a opositar a notarías, de ayudar a sus padres en la dura labor de atender el bar o vaya usted a saber qué fructífera labor, han decidido ser toreros. La mecha la encendió arteramente Julián López, el torero que jamás se las vio con un toro y fue en seguida continuada por algunos tontos útiles, algunos compañeros de viaje y otros simplemente bienintencionados, a su manera.
En la crucial semana siguiente a su personal cruzada para que a los novilleros no se les atormente echándoles toros, July tenía dos importantes compromisos en Pamplona, Plaza anegada de alegres peñas que se dedican a la manduca, en la que se lidian los toros del encierro de por la mañana. No se podría quejar el chiquitín de Velilla en cuanto a la presentación de sus dos corridas de Pamplona, de las cuales se ha dicho de todo por parte de esos ingratos e ignorantes que no aprecian que las dos condiciones imprescindibles para el buen toreo es que se haga a base de descargar la suerte y, sobre todo, sin toro, elementos principales de la propuesta julianesca. Y en el caso concreto del Coloso de Velilla, de quitar la pata se encarga el torero, que lo hace de perlas el condenado, y de quitar los toros se encargará, digo yo, el apoderado, que es un ex torero conocido por su facilidad para el descabello. El hecho es que abundando en el desideratum del buenazo de July para los novilleros, los misericordios de Pamplona le pusieron a sus pies dos excrecencias taurinas de entre las cuales los desdichados Torrehandilla/Torrehebreros que Dios confunda han servido para que Pamplona toque suelo violentamente en cuanto a exigencia ganadera. Y no me extrañaría, visto lo visto, que esos toros hayan ido de mano en mano siendo rechazados por Sevilla y por Madrid, y que hayan terminado correteando por la Estafeta a base de coacciones. Un trágala para el veedor, vamos, porque. si no, esto no se entiende.
Y además, para culminar la jugada pamplonesa del Dorian Gray de Velilla, se preparó una especie de workshop taurino poniendo juntos a July y un puñado de niños, un millar al decir de los medios de información, para que el torero López les enseñase nociones básicas del toreo, varias suertes de capote y muleta e incluso la suerte suprema, que como es sabido ha sido reintrerpretada por July con el nombre de julipié. Imaginamos que en esos momentos de intimidad con el alumnado, Julián reiteraría, que para eso hay libertad de cátedra, su visión del toreo basado en tener al torete en constante movimiento de aquí para allá, vueltas y vueltas sin parar, esa sustanciación plena de los desvelos taurómacos del Nene de Velilla, que cuan derviche giróvago hipnotiza al becerro y al público hasta llegar al paroxismo en el que las manos buscan con frenesí los pañuelos para agitarlos, dando lugar al momento sumo de comunión en el ceremonial del toreo julianesco.
II. LOS LODOS
Así son las cosas. Se empieza asistiendo al workshop de July y se acaba en Las Ventas interrogando al banderillero ése que siempre se asoma por el costado del burladero sin entender qué pasa y por qué lo que se está haciendo en el ruedo no le importa un pimiento a nadie. Los del pimiento de hoy se llamaban Manuel Dias Gomes, Juan Ortega y Luis Miguel Castrillón, los dos últimos nuevos en esta Plaza. Y además había en la plaza dos toreros: José Luis Gonzalves y José Antonio Campuzano, que de buena gana hubiésemos cambiado las tornas para, en vez de tenerlos de apoderados, haberlos tenido frente a los animales y haber podido disfrutar con el capote de Gonzalves y con la firmeza estoqueadora de Campuzano.
No pudo ser y el angoleño y el de Gerena se quedaron en sus burladeros viendo la incapacidad de sus pupilos para poner en marcha ni siquiera la tauromaquia al uso, la julianesca de recuelo. Y así los del tendido nos llevamos esta tarde otra tunda de toreo sin ton ni son, toreo sin presente ni futuro, toreo que es olvido ya desde el mismo momento de su inicio. Digo yo que si no tendrán influencia Campuzano y Gonzalves sobre sus pupilos para explicarles que con esas trazas es matemáticamente imposible que lleguen a nada, para que Campuzano le diga a Castrillón: "Mira, mi padrino de alternativa se llamaba Luis Miguel Dominguín y jamás en su dilatada carrera dejó a nadie indiferente”; o para que Gonzalves le diga a Días: “Mira, mi padrino de alternativa se llamaba Mariano Jiménez, que llegó a un sainsidro sin apoderado ni contratos y salió disparado como un cohete a base de entrega, corazón y verdad”.
Si había dos toreros también había un ganadero, que era Román Sorando, ganadero juampedrero como tantos y tantos a cuyos pechos se habrá criado sin duda este Juan Ortega a quien se ve con bastante más sitio que a sus compañeros de terna. Con su primero, que era bobo de solemnidad, empezó con fuerza toreando por fuera a la julianesca manera, le jalearon sus incondicionales, pero en seguida la cosa perdió fuerza aunque los seguidores no se desinflaron e incluso pidieron para él la oreja del bicho pese a la degollina que le hizo. En el segundo salió con una venda en la pierna y entre eso y que el toro era más malo y el torero era el mismo, la labor se quedó en nada.
El mejor lote le correspondió a Castrillón, que demostró patentemente su falta de claridad de ideas. El sexto novillo, Embustero, número 90, fue el mejor del encierro, cumpliendo en varas y demostrando un alegre tranco que fue oscurecido por el encimismo de su matador. Al montar la espada para entrar a matar el animal puede decirse que estaba tan fresco como cuando salió y dispuesto a empezar de nuevo, dándole una segunda oportunidad.
Manuel Días puede decirse que se amontonó con sus dos toros. Pero hoy los toros, para alegría de July, no se comían a nadie.
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