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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 27 de septiembre de 2013

Aunque la Fiesta está en juego, no hay que ser tan pesimistas / Por José Antonio del Moral




"...También es consustancial al mundo del toreo y a su historia el síndrome de pesimismo y del consabido “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Llevo todo la vida leyendo y escuchando que “esto se acaba”. Como también a los que reniegan continuamente del ganado que se lidia en cada momento, en cada etapa y, cómo no, de los toreros que, siempre afirmaron, afirman y afirmarán no son ni de lejos tan buenos como los del pasado..."

Aunque la Fiesta está en juego, no hay que ser tan pesimistas

José Antonio del Moral
La historia del toreo está llena de prohibicionismos más o menos efectivos que nunca llegaron a ser definitivos. A las sucesivas prohibiciones papales y regias se ha llegado hasta las más actuales propiciadas por los nacionalistas en compañía y ayuda de entidades defensoras de los animales y de los partidos de izquierdas aunque estos últimos en distintos grados de desafecto. Éstas últimas prohibiciones, además, están siendo acompañadas por el odio que muchos izquierdosos tienen a la Nación Española, quizá por el equívoco de los que identifican la Fiesta Brava con el franquismo y también porque la llamamos Fiesta Nacional. Pero es que La Fiesta siempre fue nacional, desde sus orígenes hasta la más rabiosa actualidad. Y ello sin distinciones de carácter político ni, por tanto, de cualquier régimen vigente durante los siglos que lleva siendo el espectáculo más característico de España, el de casi todos los países de Hispano América e incluso, por natural contagio, el de nuestros vecinos más cercanos, la Francia del sur y Portugal. Ramón Pérez de Ayala lo dejó escrito como sigue: “El nacimiento de la Fiesta coincide con el nacimiento de la nacionalidad española y con la lengua de Castilla… Así pues, las corridas de toros son una cosa tan nuestra, tan obligada por la naturaleza y por la historia como el habla que hablamos…”

De modo que, ya pueden ponerse como quieran y continuar presionando como les venga en gana. Aunque apupados por los gritos e insultos de los antitaurinos de todas clases que tanto proliferan, les parezca que van a conseguir terminar con los toros, no lo conseguirán jamás. Las corridas toros llegaron a ser tales como producto final cada vez más perfeccionado de los juegos taurinos populares y regionales más o menos tradicionales y de la suelta de ganado bravo por las calles, bien sea sin apenas orden o con las normas que rigen los más frecuentes encierros con los de Pamplona a la cabeza, a su vez algo que viene de los encierros naturales desde los campos a la plaza. A ver quién es el alcalde que se atreve a prohibirlos. De ninguna manera obtendrían suficientes votos en las elecciones si volvieran a presentarse. Pero, hombre por Dios, si hasta los prohibicionistas catalanes solo se han centrado en las corridas, dejando a salvo los allí tradicionales “corre bous”, juego bastante más violento que las corridas de toros, de novillos o de becerros… 

También es consustancial al mundo del toreo y a su historia el síndrome de pesimismo y del consabido “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Llevo todo la vida leyendo y escuchando que “esto se acaba”. Como también a los que reniegan continuamente del ganado que se lidia en cada momento, en cada etapa y, cómo no, de los toreros que, siempre afirmaron, afirman y afirmarán no son ni de lejos tan buenos como los del pasado. Pero es que en los libros, en las revistas y en las hemerotecas puede comprobarse que en cualquier época por brillante que fuera, los “entendidos” decían exactamente lo mismo: “esto se acaba”.

En mi particular experiencia, los toreros que más admiré siendo muy joven y por referirme solamente a grandes figuras como fueron Luis Miguel Dominguín o Antonio Ordoñez, y más adelante, a Paco Camino, Diego Puerta y, no digamos o Manuel Benítez El Cordobés, gran parte de la crítica y de los aficionados más recalcitrantes de entonces, los ponían a parir. Y actualmente, tanto o casi lo mismo. ¿O no?

Lo que está ocurriendo en las últimas temporadas con la Fiesta es que, además de padecer de lo que acabo de decir, está como todo inmersa en la enorme crisis que aún padecemos. No nos engañemos. Si el público apenas llena las plazas en las mejores corridas es porque no tienen ni tenemos los dineros que hemos manejado durante los últimos treinta años. Nada más y nada menos. Hace pocos días, al llegar a Murcia me encontré con dos ganaderos de campanillas. Ambos estaban lamentándose del poco público que está acudiendo a las taquillas de las plazas de toros. Como eran poco más o menos de mi misma edad, enseguida les respondí diciéndoles que si no se acordaban de la cantidad de corridas con grandes toreros en el cartel que habíamos visto en nuestra juventud con media o menos que media entrada en los tendidos. Y que a nadie entonces se le ocurría decir que estábamos en crisis porque vivíamos en crisis permanente. Lo que sin duda echamos todos de menos ahora es lo que hemos disfrutado durante los treinta años de bonanza y desaforamiento económico. Gastamos lo que nos daba la gana, más del que podíamos incluso, y a los toros se iba porque había que ir. La mayoría porque así lo deseaban aunque no fueran aficionados y, aún menos, entendidos. Y eso se acabó. La exagerada bonanza de la Fiesta de las pasadas campañas, las enormes ganancias de los grandes profesionales del toreo y, sobre todo, de las empresas más importantes, les hace ver con tristeza inconsolable lo que ocurre actualmente. Y es que se han forrado vendiendo miles y miles de entradas por ver corridas de toros de barato presupuesto como envoltorio de los carteles más caros. Muy pocos en relación a la cantidad de corridas que se daban en la mayoría de las ferias. Y si a todo esto añadimos las campañas de los antitaurinos y las puntuales prohibiciones que han acontecido en Cataluña y en parte del País Vasco, es normal que el panorama se ensombrezca.

Sin embargo y por lo que a las prohibiciones se refiere, cabe señalar que los políticos españoles no están echando toda la carne en el asador para defender y proteger La Fiesta, quedando vergonzosamente rezagados a mucha distancia de los franceses que hace tiempo la blindaron por ley mayoritariamente aprobada en la parisina Asamblea Nacional. Da vergüenza además de sana envidia reconocerlo.

Estos días se debate en nuestro Congreso la ILP taurina auspiciada por aficionados catalanes y posteriormente secundada por más que suficientes firmas de españoles de las demás regiones. Lo peor del caso es, que si no fuera por la mayoría que en la presente legislatura tiene el Partido Popular en nuestras cámaras de diputados y senadores, sería rechazada. Y no solo por los nacionalistas, también por los partidos de izquierdas, incluyendo a los socialistas que son los más culpables por su cobarde tibieza y su absoluta indefinición por lo que atañe a España como Nación única e indivisible y a sus más antiguas y características tradiciones culturales, con los toros como la más famosa y propia que, además, es el segundo espectáculo de masas de España, el que más dinero ingresa en las arcas públicas, el que más puestos de trabajo directo e indirecto genera y el que menos subvencionado está. Por supuesto que no todos los socialistas son antitaurinos. Conozco y tengo amistad con varios que son aficionados y de hueso colorado. ¿Verdad, Enrique Múgica? Pero la mayoría no son suficientemente valientes para reconocerlo tanto en un sentido como en el contrario. Sin ir más lejos, el ex-presidente de la Generalidad, José Montilla, mintió a los profesionales que le pidieron ayuda diciéndoles que no hicieran ruido porque, a las postre, todo se arreglaría. Ya vimos lo que pasó. ¿Y los de Madrid? El cínico Rubalcaba recibió hace poco tiempo a un grupo de importantes toreros y, muy sonriente, les prometió que los toros pasarían a Cultura. Y pasaron. Pero a la hora de votar los socialistas siempre prefieren ponerse de perfil. De perfil seguirán si continúan como hasta el momento presente. Es lo que merecen. Y que así sea.   

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