El par de Otero
"...Lo mejor de la tarde, de todas las tardes, si atendemos a lo que indica la epidermis, fue el segundo par de banderillas de Ángel Otero al sexto, Ibicenco, número 216..."
Discurso a los toreros de España
(si quieren una oreja de Madrid)
José Ramón Márquez
Esto es un festín, un no parar, una autopista hacia el cielo. Lo pronosticaron los Choperón Father & Son y no les hicimos caso, dijeron que esta Feria del Isidro ’14 iba a ser memorable, única, irrepetible, y a fe que lo están consiguiendo en todos los frentes, aunque especialmente en dos: de una parte en el de los peludos galardones que tanto excitan a los taurinos, a los revistosos del puchero y al público en general, y de otra en el resultado económico, que debe ser a estas alturas fabuloso, pues aún sin haber puesto el “No hay billetes” más que tres días, aún habiendo perdido no sé cuántos miles de abonados, han sabido componer unos carteles tan low-cost, tan todo a cien, que las arcas choperonas deben estar a estas alturas como las del rey Midas, después de que Dionisio le hiciese aquel famoso regalo envenenado.
Lo de la cosa orejera es de traca. A los que no se enteran de nada les sirve para calibrar y explicar que aquello, por causas que se escapan totalmente a sus entendederas, ha debido estar superior; a otros con más conocimiento les permite entrar en bizantinas disputas sobre si el galardón era justo o exagerado o desproporcionado, sobre si la Plaza lo demandó con suficiente mayoría o si la venalidad del Presidente facilitó la injusta concesión del premio, o sobre la injusticia patente que se cometió con Fulano viendo el tratamiento que se ha dado a Mengano, o sobre si las triquiñuelas de los mulilleros retrasando el arribo del tiro al despojo del toro fueron más o menos evidentes, en fin, que el asunto da para muchas conversaciones amenas; para mí, que me importan un bledo los peludos galardones y que si pudiera los aboliría, sigue siendo un ejemplo vigente el de Curro Romero, que, cuando le daban una de esas orejas tibias y llenas de ácaros, la tomaba con cierta repugnancia de manos del alguacilillo y en seguida la arrojaba al piso, junto a las tablas, y se pegaba la vuelta al ruedo bendiciendo a los tendidos con una rama de romero.
Hoy, en el low-cost, very low-cost, tenían programada una corrida de don José Luis Pereda, sin La Dehesilla, vaya usted a saber por qué, acaso porque ya nos han echado unos sobreros de La Rosaleda, esa otra marca blanca del empresario onubense, o acaso porque no tenía nada que traer. Como la cosa es tan opaca en esto de los toros no sabemos si trajeron seis toros o seiscientos para pasar el severo dictamen del sanedrín veterinario formado por don Francisco Javier Horcajada, don Secundino Ortuño y don Carlos Fernández, pero el caso es que los eminentes profesores no estimaron como apto el ganado que envió el señor Pereda y los Father & Son se quedaron por un momento sin la parte para ellos menos importante del espectáculo. Podían haber llamado entonces a Jaime Guardiola y haberle pedido que mandase a Madrid desde El Toruño seis toros, que pasarían sin problema alguno la ITV, pero entonces es más que posible que alguien cerca de alguno de los de la terna hubiese dicho que su torero no se anunciaba con esos animales, no fuese a ser que saliese una corrida como la de San Isidro 2012, aquella tarde de lluvia, y que trajesen lo que fuese, pero que fuese Domecq.
Lo de Domecq que se buscó por ahí fue una de Fuente Ymbro que debieron comprarla por cuatro perras. Había uno, el cuarto, Codicioso, número 125, que estaba a falta de cuatro meses para los seis años, con lo que eso significa a efectos ganaderos. Bueno, digamos que lo de Fuente Ymbro vino bien presentado, acaso algo regordío, especialmente el primero y el tercero, y que no se comió a nadie. Después del fiasco de la novillada que FY echó el otro día nos temíamos lo peor, pero la verdad es que en los toros resplandeció su cosa Domecq que, como no cesan de repetir en el programa, se sustancia en lo de que se arrancan pronto y lo hacen galopando con alegría y fijeza (p. 14 del programa oficial de casi todos los días).
Para despachar los jandillas de don Ricardo Gallardo les firmaron un contrato –o lo que hagan– a Uceda Leal, Curro Díaz y Matías Tejela.
Uceda sorteó en primer lugar a Gritador, número 244, un toro que iba y venía de acá para allá sin decir ni mú, más contento que unas castañuelas. A la vista de las condiciones de Gritador, a Uceda, que va para dieciocho años de alternativa, no se le ocurrió cosa mejor que ponerse a torear esa tontuna de toreo en paralelo, con el toro yendo y viniendo como un jubilado paseando por Isla Azuly luego, enardecido, se puso a contorsionarse espantosamente en unospases de alcayata a distancia sideral del animal con el evidente riesgo de tener alguna lesión o lumbalgia en los músculos y ligamentos de la espalda. Decir que la faena de Uceda fue una soberana birria es quedarse muy, muy lejos de lo que aquel sin sentido fue en realidad. Decir que no hubo una sola ventaja que Uceda no aprovechase ni una sola embestida que no acompañase es una incuestionable realidad. Pero también se debe decir que su deplorable trasteo consiguió mover las palmas de la parte más acrítica del público de la Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo y que incluso se produjo un espontáneo movimiento en demanda de la susodicha oreja para el torero que sensibilizó la floja mano del Trinidad de turno para crear la mayor estupefacción en una ínfima parte del público, particularmente de aquellos carcamales que se resisten a aplaudir estas deprimentes formas del neotoreo, posjulianismo, o antitoreo. Con el botín en el saco, conseguido de manera tan barata, es posible que Uceda, por un momento, soñase con la Puerta Grande y por eso se fue a brindar al público la muerte de su segundo, el Codicioso antes reseñado, al que le faltaban cuatro meses para irse al matadero, ante el cual quiso desplegar la misma birria que tanto había entusiasmado a parte del público. El toro no era tan repetidor como el primero, se frenaba e incluso echaba los pitones arriba, con lo que la suerte del tiovivo, el ir y venir que excita a los públicos, no se produjo y Uceda se quedó medio chasqueado.
Curro Díaz dio su canónica trincherilla en el inicio de la faena a su primero, con lo que su paso por Madrid cumple exactamente con lo que de él se esperaba. Con Curro Díaz siempre coexisten dos elementos, uno es la palpable sensación de estar hasta las trancas, hasta el límite del valor; el otro, la percepción de la clase de este torero y la decepción que eso produce por las faenas que ni le hemos visto ni le veremos. De recursos la verdad es que tampoco anda sobrado. Y todo eso lo comprendemos, pero lo que no se entiende es que para venir a Madrid ya podía irse al barbero a cortarse esas greñas que se gasta, que en Linares hay Fígaros de gran calidad y amena conversación.
Matías Tejela habría brillado más con un toro fuerte y duro de Guardiola que le tapase sus grandísimas carencias y que hiciese al público ponerse de su parte –teoría utilísima para todos los toreros de poca tauromaquia–. En vez de eso, acaso como penitencia, Dios le tenía reservado el “mejor” toro de la tarde, el más claro para el torero,Informador, número 221, con el que no dijo ni esta boca es mía, como tantas otras veces. Con el sexto, como dijo aquél, el toro era peor y el torero era el mismo.
Lo mejor de la tarde, de todas las tardes, si atendemos a lo que indica la epidermis, fue el segundo par de banderillas de Ángel Otero al sexto, Ibicenco, número 216, pues la forma de provocar la acometida del toro, de cuartear, de darle ventajas aguantando los pies de su embestida, de sacar el par de abajo, de cuadrar y de clavar en la misma cara y de salir airosamente de la suerte es lo más torero que se ha visto en las diecisiete tardes que llevamos de Feria.
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Paseíllo
Curro, Tejela, Uceda
Uceda Leal...
Curro Díaz
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