"...En los últimos 25 años, Enrique Ponce es la figura indiscutible de la plaza limeña, habiendo conquistado en cinco oportunidades el escapulario de Oro..."
La plaza está viva. Acho ante sus 250 años
Por su arena ardiente han lidiado los mejores toreros del mundo, protagonistas de muchas tardes de gloria que sus viejos machones de adobe y quincha, atesoran como parte imborrable de la historia de Lima. Acho nació por la necesidad de tener un recinto firme y seguro para los toros, que siempre fueron la fiesta y celebración más distintivas de los limeños. El 15 de junio de 1765, el virrey Manuel de Amat permitió que Agustín Hipólito de Landaburu pueda levantar una plaza de toros que aporte para causas benéficas. La obra fue encargada al alarife Cristóbal de Vargas, quien la construyó en seis meses. Se eligió un terreno en las afueras de la ciudad, a orillas del río Rímac, en un lugar llamado el Hacho, que significa “monte alto desde el cual se descubre bien el mar”. La plaza original tenía la forma de un polígono de doce lados, con un ruedo de 90 metros de diámetro, circundado por cuartos y sobre ellos las graderías. No había barrera ni callejón y durante más de un siglo hubo un templador de madera en el centro del ruedo que servía de burladero. La corrida inaugural fue el 30 de enero de 1766, según la “Relación de Toros”, hallada por Aurelio Miró Quesada Sosa en Chile. Aquella tarde, se lidiaron astados de la hacienda Gomez de Cañete, siendo el toro llamado Albañil el primero en ser estoqueado.
En tiempos de emancipación, las corridas de toros se consolidaron en Lima, a contracorriente de lo que ocurría en otras partes de América. En 1821 se celebraron festejos en Acho en honor al libertador José de San Martín, cuyos fondos fueron destinados, curiosamente, a la causa anti española. En aquella época, las corridas en Acho eran distintas a las de ahora. Se practicaban suertes como la garrocha o el desjarrete que cayeron en desuso; primaba el toreo a caballo del que surgió la “suerte nacional”, que es el principal aporte peruano a la tauromaquia.
Posteriormente, el torero negro Angel Valdez “El Maestro” fue la gran figura de entonces, consagrándose la tarde del 2 de diciembre de 1860, cuando mató en solitario a doce astados. A finales del s. XIX, llegaron toreros españoles de mayor relevancia, destacando Francisco Bonal “Bonarillo”, quien consolidó la lidia a la usanza española, tal como se practica hasta la actualidad. Faico, Juan Saleri, Cocherito de Bilbao y Rodolfo Gaona fueron otros matadores españoles que continuaron en la tarea de formalizar la lidia.
Acho fue la única plaza americana que vivió a plenitud la edad de oro del toreo. El legendario Juan Belmonte debutó con mucho éxito en 1917, forjando una autentica legión de belmontistas. El llamado “Pasmo de Triana” contrajo matrimonio con la dama limeña Julia Cossío y Pomar, regresando en los años 1921, 1922 y 1924. El otro coloso Jose Gomez “Gallito” se presentó en la temporada 1919-1920, y a pesar de la oposición propiciada por los partidarios de Belmonte, logró imponer su toreo en Acho, en una larga campaña de nueve corridas. Acho fue la única plaza americana que lo vio torear, ya que meses después de retornar a España, Joselito encontró la muerte en la plaza de Talavera de la Reina. Acho superó la fuerte crisis taurina de los años 30, gracias al ganadero Victor Montero que abasteció de ganado a la plaza con sus toros de La Viña. Por entonces, Fausto Gastañeta critico de El Comercio, inició una campaña para restaurar Acho, a la que llamaba “muladar redondo” por la deplorable situación en que se encontraba y que con su limitado aforo de 6,000 asientos, impedía ofrecer carteles con las principales figuras de España. Fernando Graña Elizalde, reconocido hacendado y ganadero, organizó a un grupo de aficionados que solventaron la reconstrucción de Acho a cambio de 20 años de explotación. En 1945, la plaza reabrió sus puertas con una nueva apariencia, más amplia y cómoda, pero manteniendo su sabor tradicional en la arquería y sus machones exteriores, a insistencia del arquitecto Alejandro Graña Garland.
El apoteósico debut de Manolete en Lima, en el verano de 1946, sentó las bases para la creación de la Feria del Señor de los Milagros que unos años antes propuso Manuel Solari “Zeño Manue” y que Graña materializó en la primavera de aquel año. Inicialmente, se le llamó Feria de Octubre y en la primera edición actuaron Manolete, Armillita, Domingo Ortega, Luis Procuna y Alejandro Montani, haciendo vibrar a los limeños en la “Temporada de los Maestros”.
En las décadas siguientes, la Feria alcanzó prestigio internacional por reunir a los mejores toreros como Antonio Bienvenida Antonio Ordoñez, Luis Miguel Dominguin, Cesar Girón, Chicuello II entre otros. Los años 70 fueron gloriosos en Acho, pues jamás hubo tantos toreros de categoría, como Curro Romero, Paco Camino, El Viti, Angel Teruel, El Capea, Manzanares, Miguel Marquez, Antonio Jose Galan, Paquirri y tantos otros. Entre ellos, Rafael Puga fue el primer peruano en ganar el Escapulario de Oro en 1973.
En los últimos 25 años, Enrique Ponce es la figura indiscutible de la plaza limeña, habiendo conquistado en cinco oportunidades el escapulario de Oro.
A sus 250 años, Acho ya se ha convertido al toreo de Andrés Roca Rey, quien reúne todas las condiciones para ser la primera figura del toreo peruana. Mayor homenaje para una plaza es imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario