Roca Rey. Foto: Jorge Arturo Díaz Reyes
Roca Rey volvió a salir a hombros tras desorejar el tercero. Castrillón confirmó cortando una del primero, y Castella dió dos vueltas al ruedo tras petición y bronca al palco. Serio encierro de Juan Bernardo.
Hoy la Santamaría en una tarde apasionada, refrendó su categoría de primera plaza nacional. Un encierro de serias hechuras y exigente talante, tres toreros a fondo, un público fervoroso y un palco teso. Para qué más.
Los domecq de Juan Bernardo, siete, pues el tercero que se despistonó rematando de salida corrió turno y como sexto saltó el primer reserva, castaño y cornivuelto. No fue, seguro, el encierro soñado por los toreros, pero sí creó un tensión emocional que mantuvo en vilo al público y avaló las faenas. De finas cuernas, bellas líneas y talante pendenciero, se sobraron de genio y quizás también de gusto final por las tablas. El primero y el segundo fueron nobles, el tercero bravucón, el cuarto bravo, el quinto bronco y el sexto a menos. Pero todos eran respetables, y en los primeros tercios acometieron con codicia y prontitud engalanándolos. Un tumbo, un toro furiosamente descornado por la cepa y el burladero de matadores hecho astillas fueron testigos. Seis negros y un castaño, con promedio de media tonelada. Se fueron de monopuyazo, cierto, pero es que los toreros quisieron comerse cruda la corrida. Cosa de ellos. Corrida pa’ Bogotá.
Andrés Roca Rey, perdió su primero al rematar en el burladero. Corrió el turno. Su alegre y vistosa capa borró el mal trance y encendió pronto los ánimos. Verónicas, chicuelinas, revolera y cuatro enervantes gaoneras. Bravura y compromiso en las primeras tandas pañosas levantaron murga y griterío. Pero las acometidas perdieron fijeza y permanencia en los medios. El peruano a por todas, ofreció el cuero a cambio de viajes inciertos poniéndose por encima. Fue tras el rajado a donde quiso, y por doquier le apostó y le obligó hasta las cuatro manoletinas suicidas contra la barrera, que quitaron el resuello y las dudas a quien pudiese conservarlas. La espada fulminó y las dos orejas cayeron porque cayeron. El valor llena y el arte rellena.
Al sexto, el reserva, le aplaudieron de salida. Castaño y cornivuelto, imponía. Sarmiento le pegó largo y duro, el único, quizá eso determinó su aplomo posterior. Quite de lujo por nicanoras y larga, y “Chiricuto” y Pineda sin solución de continuidad se fajan tremendo tercio saludando. Tres primeras series de temple y secuencia le suben el volumen al tendido. Cuando de pronto “Temerito” se para debajo del brazo, el peruano aguanta una barbaridad y la cosa toma otro cariz. Tardeo, incertidumbre, cara alta, y torero sobre toro, al unipase, honesto pero sin brillantez. La estocada al encuentro ineficaz y los tres golpes de cruceta enfriaron el epílogo más no la salida en hombros. Roca en su ley.
Sebastián Castella, brindó faenas de distinta tesitura. Una, la del segundo con un animal de concesivas embestidas pero poca vibración, marcada por el temple y la secuencia. Sin haber lucido su capa, ligó las más acompasadas tandas por una y otra mano. Banda y parroquia con él a morir. La cosa remontaba cuando el toro se lesionó la mano derecha enfriando la fiesta. Sin embargo, un gran volapié volvió a cotizarla pero sin alcanzar el plebiscito suficiente para pelo.
Con el cuarto fue una batalla que se tornó dramática tras la violenta cogida en los quites. De tablas a medios el bernardo lo arrolló a toda mecha y lo recogió del suelo para vapulerlo entre gritos y chillidos de susto. Sin mirarse retomó la posición con tres chicuelinas sembradas y una revolera que honraron su conocido estoicismo. Luego, el fiero, atacó duro pero revolviendose y en ocasiones colándose como si se acordara, cantando peligro en cada viaje y obligando un quehacer más defensivo que puro. La gente con el ¡Olé! y el ¡Ay! en la garganta no descansaba. Pidieron la música y luego la oreja sin lograr ni la una ni la otra. La estocada trasera y tarda tampoco ayudó y terminó dando la razón a Usía, que también aguanto con dignidad la rabiosa vendeta. Valor de parte y parte. El francés dio dos clamorosas vueltas de consolación que significaron mucho.
Muy atildado, el paisa Luis Miguel Castrillón, no desmereció el comprometedor cartel de su confirmación. Desde las dos largas cambiadas hasta el hondo espadazo con que liquidó a “Sacristán” (# 700, negro, de 457 kilos), el comün denominador fue la corrección. Aseo en los lances y los pases, por los dos lados, en los abroches, y en los circulares invertidos con que adornó. Si algo faltó fueron los picos temperamentales, si algo sobró fue la parsimonia. En el toreo la lentitud es virtud pero no en los tiempos muertos. La oreja fue bien ganada. Una puerta grande que le hubiese venido estupenda, se vio cerca después de las altaneras y los inicios con más naturales que derechas. Alcanzó a oír pasodobles y coros, pero no se le abrió el paso de la felicidad pues la rudeza y falta de humillación del toro le resultaron al final indomeñables. Ni siquiera el hondo y letal estoque consiguió lo que faltaba.
No fue un corridón. Está bien, pero fue una tarde muy emotiva y eso es lo que mantiene la fiesta.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo 12 de febrero 2017. Plaza de Santamaría. 5ª de “La Libertad”. Sol y nubes. Más de tres cuartos de plaza. Seis toros de Juan Bernardo Caicedo (en Domecq), astifinos, armados bien presentados, enrazados pero con estilo dispar. Bravo el 4º aplaudido en el arrastre, y de salida el 6º (primer reserva).
Sebastián Castella, saludo y dos vueltas tras petición y bronca al palco
Luis Miguel Castrillón, confirmación, oreja y silencio
Andrés Roca Rey, dos orejas y palmas tras aviso.
Incidencias: Saludaron John Jairo Suaza “Chiricuto” y Emerson Pineda tras parear al 6º.
No hay comentarios:
Publicar un comentario