RESULTA que nuestro presidente del Gobierno sí se reunió en secreto el 11 de enero con el presidente de la Generalidad, Carlos Puigdemont, que encabeza un movimiento sedicioso contra la Constitución y la unidad de España. Resulta que solo hemos sabido de esa reunión porque los separatistas han querido filtrarla.
· El imperativo categórico de la verdad en la política acaba con los planes políticos que se creían seguros.
El cinismo pasa de moda
Hermann Tertsch / ABC
RESULTA que nuestro presidente del Gobierno sí se reunió en secreto el 11 de enero con el presidente de la Generalidad, Carlos Puigdemont, que encabeza un movimiento sedicioso contra la Constitución y la unidad de España. Resulta que solo hemos sabido de esa reunión porque los separatistas han querido filtrarla. Resulta que el mismo día que se confirma que Rajoy intenta al menos negociar a espaldas de los españoles con el cabecilla imputado, se sabe que el PP permitirá que los partidos separatistas catalanes, en plena guerra declarada a España, vuelvan a la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso. Otro escándalo, aunque en dicha comisión no se traten secretos reales por falta de seriedad y lealtad de tantos diputados. Una vez más quien se declara enemigo de la Constitución y proclama su voluntad de romper España –ya nadie se ríe– es tratado con deferencia por el Gobierno por motivos que oculta tanto como la reunión del día 11.
Desde hace cuatro años, los autoproclamados golpistas desgobiernan Cataluña, que se hunde en la falta de gestión y en la quiebra, porque están dedicados en exclusiva a sus planes para destruir la Nación, la Constitución y el Estado y a invertir en ello el dinero que les suministra el Gobierno Central. Pero nadie les acosa. Al contrario, se les corteja.
La vicepresidenta del Gobierno ha abierto despacho en Barcelona para llevar con fluidez y sigilo sus contactos con todo el elenco de unos líderes sediciosos que se ciscan a diario en las leyes españolas y la Constitución. Ayer, el editorial de un diario, menos independiente que amable con la vicepresidenta, hacía una nueva defensa de un diálogo como si se tratara de un desencuentro entre dos estados y no del Gobierno de la Nación y una autoridad regional alzada en el desacato y la sedición. Insistía en que la forma de frenar a los separatistas es darles la razón y en que la legalidad debe ceder para encontrarse a medio camino con los delincuentes. Como se ha hecho los últimos 35 años. Con este balance, es razonable que muchos quieran hacer lo contrario, lo que nunca se ha hecho, exigir previo al diálogo el pleno cumplimiento de la ley y por tanto la desconvocatoria del referéndum y el desmantelamiento de las estructuras sediciosas. Es decir, la abierta defensa de la verdad y la ley frente a ocultación y desprecio a la Nación y sus leyes.
Rajoy parece convencido de que, dado el estado ruinoso del resto de partidos, tirando de deuda y pagando favores parlamentarios puede vivir toda una legislatura. O más. Y de que hasta los separatistas catalanes pueden participar de su confortable cambalache de sosiego. Podría equivocarse. Porque la política en otros rincones del mundo no tiene ritmo de Pontevedra. Y otra cosa: El cinismo se está pasando de moda. Algunas elites ya se han dado cuenta. Pero el hábito del desprecio al populacho es difícil de desmontar.
Aunque a España llegue como todo con retraso, estamos ante una revolución cultural en la que resurgen conceptos como «voluntad ética» y el imperativo categórico de la verdad en la política que ya están acabando con los planes confortables de políticos asentados que se creían seguros. Piensen en doña Hilaria.
El gran Karl Kraus decía desengañado: «La política es lo que un hombre hace para ocultar lo que es y lo que no sabe». Eso era a principios del siglo XX. Después de la Gran Guerra y la Gran Depresión la gente estaba harta de esa política y del presuntuoso cinismo, del cálculo y la ocultación. Y pasó lo que pasó. Llega la demanda de verdad e integridad. Si no la satisfacen unos, lo pretenderán hacer otros.
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