En la foto, Ignacio Sánchez Mejías, el que decía que a los obispos no les daban cornadas
El fraude, la burla, la estafa y el engaño se han instalado en las plazas de toros para que un espectáculo que podía ser maravilloso se haya convertido en una burla constante hacia los aficionados que pagamos una entrada.
Zaragoza, una vergüenza al más alto nivel
La feria de Zaragoza ha sido una vergüenza al más alto nivel, una burlPlaa hacia lo que debería ser la fiesta de los toros, un escarnio protagonizado por los ganaderos y los toreros que, todos a una luchan con denuedo para que desparezca para siempre la bendita fiesta de los toros. El fraude, la burla, la estafa y el engaño se han instalado en las plazas de toros para que un espectáculo que podía ser maravilloso se haya convertido en una burla constante hacia los aficionados que pagamos una entrada.
No creo que se recuerde una feria zaragozana más horrible que la de este año. Se ha lucido el empresario que, siendo comparsa de los toreros y ganaderos, vaya triunvirato asqueroso que han formado. Y ¿saben ustedes que es lo peor? Que les ríen la gracias los grandes medios de comunicación que, cómplices del fraude, entre todos se han cargado la fiesta de los toros. Que alguien defienda la corrida que lidió Juan Pedro, hay que ser un caradura de tomo y lomo. O la de Núñez del Cuvillo, que tanto monta, monta tanto. Y dichos ganaderos, seguro que se sienten contentos consigo mismos al ver que lidian burros con cuernos y se quedan más anchos que largos. Siendo así, mierda para todos ellos que no saben, tras tantos años de ganaderos, lo que en realidad es un toro bravo.
¿Qué decir de los toreros? No tengo palabras. Sabedores de que se enfrentan al burro tonto, fofo y sin alma y, para colmo, hasta se ponen bonitos frente a dichos animalitos. Si tuvieran vergüenza que no la tienen, no se prestarían a dicho fraude macabro con la finalidad de engañar a las pobres personas que, de buena voluntad han pagado una fortuna por una entrada creyendo que iban a presenciar una corrida de toros. Pero volvemos a las andadas; por ejemplo, en la televisión les hacen creer a los aficionados que esa es la auténtica fiesta cuando, en el fondo y en la forma saben que todo es mentira, que todo es un conflicto de intereses para que no decaiga la farsa, justamente, la que todos promulgan y de la que tantos viven.
Desde siempre, un toro bravo le hacía pasar un mal rato a los toreros mientras que, los animalitos de las ganaderías citadas les regalan embestidas a troche y moche a los toreros para que se pongan bonitos como si fueran héroes, nada más lejos de la realidad y, por supuesto, de la verdad.
Que salvara la feria un toro de Matilla tiene bemoles la cosa, pero así sucedió. Un toro encastado que vendió cara su vida al que El Cid le plantó cara y tuvo una despedida honrosa y triunfal. Mientras que ayer se cerraba la feria con una corrida de Montalvo que, como se comprobó, no permitió ni una sola broma a sus lidiadores, que se lo digan a Mariano de la Viña que el pobre, por momentos, de debatió entre la vida y al muerte. Hasta el mismo Perera se llevó un puntacito en su pierna porque los toros de Montalvo no eran hermanitas de la caridad.
Y, para colmo, los lidiadores, hasta se creen el papel que interpretan. Vaya fraude al más alto nivel porque, como se comprenderá, los toros, desde siempre, además de malos ratos, daban cornadas a los toreros, algo que ellos tenían asumido. Ahora no, en estos momentos los diestros ya saben que, de cornadas nada puesto que, con esos animalitos cándidos que lidian jamás serán corneados.
Un toro puede ser hasta grandote, tener buenos pitones, hasta parecer un toro; pero todo eso no da miedo porque se sabe que dentro de esos cuerpos anidan almas cándidas, lo que antaño se llamaban hermanitas de la caridad. Lo que de verdad duele de un toro son sus intenciones cuando éstos tienen casta y argumentos de toro auténtico, eso si da pánico. ¿Solución? Que esos toros los maten los desgraciados que, las figuras no están para dichos trotes y, cuando menos riesgo se asuma, mucho mejor.
Repasa uno la historia de la tauromaquia y siente escalofríos ante lo que eran aquellos hombres de antaño que se enfundaban el traje de luces. Por ejemplo, aquel monstruo sagrado de la torería que atendía por Ignacia Sánchez Mejías que, preguntado por los periodistas al respecto de sus múltiples cornadas, el hombre siempre respondía lo mismo. Si me hubiera hecho obispo esas cosas no me pasarían. Estaba cantado que los toreros sabían el papel que les tocaba vivir, la profesión que tenían y el riesgo que la misma entrañaba. Igual como ahora ¿verdad? Por cierto, los toros de ahora siguen repartiendo cornadas pero, ¿quiénes son los damnificados? Los toreros humildes del escalafón de los que mañana daremos cuenta.
En la foto, Ignacio Sánchez Mejías, el que decía que a los obispos no les daban cornadas.
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