4º toro última corrida feria de Cali 2019. Foto: Loperita
Hoy cómo ayer, la devoción de los fieles, la superviviencia del toro, el futuro del culto está en manos de sus pontífices (figuras) y sus válidos, claro. Es el peso de la púrpura que decían los romanos. Un peso que debe hacerse sentir día tras día en el ruedo, pero igual en la taquilla, para sostener el caché, o sino, no.
El peso de la púrpura
Cali, marzo 3 de 2020
Antier terminó la temporada colombiana. Tres plazas de primera, diecinueve festejos, incluyendo novilladas (3) y festivales (2). Contracción. Números rojos. A ojo de buen cubero Bogotá, la primera plaza del país, y Cali, la de más albergue, perdieron dinero ¿Cuánto? No se, desconozco balances oficiales.
Manizales, caso aparte, ganó. Pero no tanto como para compensar el total nacional. Pierde la fiesta y su mañana ensombrece. ¿Porqué? Simple, no hubo suficiente concurrencia, las entradas no cubrieron los costos, nunca salió el cartel de “No hay billetes”. Los toreros de mayor precio no llenaron. Fue así de sencillo, así de duro.
En esto, el tirón de las figuras es el quid. Siempre lo ha sido. ¿Podemos olvidar acaso, aquí, las muchas décadas de abono vendido a totalidad diez meses antes, las largas y ansiosas colas, la reventa carísima y escasa, las plazas a tope?
Multitudes ávidas de toreo, congregadas al conjuro de nombres cabalísticos. En los sesenta: Ordóñez, Cordobés, Camino, Viti, Puerta, Cáceres, Cavazos… En los setenta: Palomo, Capea, Paquirri, Dámaso, Teruel, Girón, Ramos, El Puno… En los ochenta: Rincón, Espartaco, Robles, Manzanares, Ojeda, El Soro, El Cali, Armillita… En los noventa: Rincón, Ortega Cano, Méndez, Ponce, Joselito, Jesulín… Y en la primera década del siglo: Rincón,Tomás, El Juli, Fandi, Castella, Padilla, Ferrera, El Cid, Bolívar, Perlaza... No, no podemos ignorarlo, fue real, feliz y reciente.
Tan reciente, que algunos de aquellos íconos aún están activos. Aunque ahora y aquí al menos, parecen haber perdido su ascendiente sobre las masas. No es una suposición iconoclasta, es la cruel aritmética.
Cierto, hay otros factores: Desatinos empresariales, asedio antitaurino, cambios culturales, carestía, elitización, debilitamiento de afición, domesticación del toro, facilísmo, impostación, desleimiento, enfriamiento del fervor… Todos estos y otros han contribuído a la deserción de la feligresía, la merma, taquillera, el desmedro económico y la incertidumbre del futuro.
Sí. ¿Pero, qué tanto han incidido también sobre ellos los primados, los que han llegado a permitirse torear lo que quieren, donde quieren, cuando quieren, con quien quieren, por cuanto quieren? Tristemente mucho. Porque si bien es cierto que han pagado esa principalía con valor, arte y sangre, no lo es menos qué los privilegios del rango conllevan la obligación de mantener la fe, la pasión, el rito y la congregación. Con hechos, verdades, fundamento, antes que con publicidad, retórica y coreografía.
Hoy cómo ayer, la devoción de los fieles, la superviviencia del toro, el futuro del culto está en manos de sus pontífices (figuras) y sus válidos, claro. Es el peso de la púrpura que decían los romanos. Un peso que debe hacerse sentir día tras día en el ruedo, pero igual en la taquilla, para sostener el caché, o sino, no.
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