Foto (fragmentó pixelado): https://www.las-ventas.com
Desde marzo pasado, cuando se reconoció esta pandemia y cundieron alarma, miedo al otro, distanciamiento social, encierro… la virtualidad se hizo casi total. El abandono del escenario y la reclusión impusieron el teletrabajo, el teleocio, la telerrealidad, la televida y el extrañamiento. Seis meses ya.
¿Vemos lo que vemos? Por supuesto que no. Vemos lo que creemos ver. El ojo recibe las imágenes, las proyecta invertidas en la retina, esta las convierte a impulsos eléctricos, las envía al cerebro que las voltea, las ubica, las identifica, les da volumen, dimensión, forma, etc. El proceso dura unas trece milésimas de segundo. Casi nada, pero de todos modos lo que vemos además lo vemos, en pasado. Reciente, pero pasado, al fin y al cabo.
El ojo tampoco recibe colores. Capta longitudes de onda luminosas. Solo una parte de ellas, las otras no. Las que admite las interpreta como colores (unos diez millones de tonalidades entre violeta y rojo). ¿De qué color son las otras? Nadie lo sabe.
Esta virtualidad se ha expandido en los tiempos nuestros. Rotulados de la “posmodernidad” y más que otros, los de la imagen, de la realidad simulada, de las cosas no son como son sino como parecen. Del arte no formal, del surrealismo, la psicodelia, el teatro del absurdo, el cine digital, el viedeojuego vívido, la televisión omnipresente, el internet ubicuo y el ambular por la otra dimensión; el ciberespacio
¿Cuándo empezó esto? Quizá no, como su apodo sugiere, al decaer el “modernismo”, sino al tiempo con él, o paulatinamente antes, mucho antes. Imposible precisar. Son marcas arbitrarias, no científicas, referencias de tendencias culturales que como las modas han ido y han venido, a necesidad de cada período. Expresiones de la vieja búsqueda humana de mundos alternativos; simbologías, iconologías, mitologías.
Desde marzo pasado, cuando se reconoció esta pandemia y cundieron alarma, miedo al otro, distanciamiento social, encierro… la virtualidad se hizo casi total. El abandono del escenario y la reclusión impusieron el teletrabajo, el teleocio, la telerrealidad, la televida y el extrañamiento. Seis meses ya.
Durante ellos, Enrique Ponce ha toreado, el que más, una decena de corridas. Bien por él. Pero aritméticamente menos de la décima parte de las toreadas en 1918 por Joselito El Gallo (104), cuando otra peste respiratoria (gripa española) mató más de cien millones de personas. Esta vez no hemos llegado al millón y ojalá no llegáramos.
Sí, los festejos han disminuido mucho, por contra los trofeos se han multiplicado más. Y es inevitable preguntarse, volviendo al principio: ¿Realmente se está viendo lo que se ve, toro, torero y toreo? ¿O también estamos virtualizando de más en esto por el virus?
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