Reivindicar, a estas alturas, al puñado de inicuos asesinos que perpetraron una matanza tras otra, y encima colocarlos como apóstoles de la “democracia y la libertad” en lápidas y recordatorios es algo enormemente mendaz que insulta e indigna sobremanera a los cimientos de la conciencia, para quien la tenga.
Retaguardia roja
Francisco Núñez Roldán
El Manifiesto / Madrid, 18 de septiembre de 2020
Hay un precioso soneto del gran poeta inglés William Wordsworth, fechado en 1810 y que lleva por título “Indignation of a high-minded Spaniard”. Algo así como “Indignación de un español de alto espíritu”. Se refiere lógicamente a nuestra Guerra de la Independencia, por entonces en curso, y en el poema dice nuestro ficticio compatriota que puede soportar toda la destrucción y barbarie que ocasiona el monstruo napoleónico, puesto que “tal alimento precisa el apetito de ese tirano”. Pero cuando encima asegura el galo que en verdad el hispano bendecirá en un futuro los logros y felicidad que traerán aparejados tales desastres, entonces “nuestras pálidas mejillas reflejan que el insulto infligido es ya mayor de lo que podemos sobrellevar”. Más o menos.
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He recordado el poema a propósito de ese malhadado oxímoron llamado Ley de Memoria Democrática que se cierne sobre nosotros, sobre nuestro país y paradójicamente —de ahí lo de oxímoron— sobre la existencia de nombres, lugares y objetos que quieren borrarse y quizá se borren de la memoria, y todo en honor a la memoria, a un siniestro, rencoroso y falaz concepto de memoria.
Se une a ello la reciente lectura de un interesante libro con el título de Retaguardia roja, y que lleva por subtítulo Violencia y revolución en la Guerra Civil española. El autor es el profesor Fernando del Rey, y se ha publicado en 2019.
No se piense que el profesor Del Rey sea un franquista al uso, ni mucho menos. En el último capítulo y en la conclusión final de su libro lanza todos los denuestos posibles contra la justicia de la posguerra, a la que llama casi siempre venganza, y niega razones a la sublevación militar, argumentando más o menos que no era para tanto, que España no llevaba una deriva revolucionaria ni caótica... En fin. Pero no voy ahora a ello.
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Lo que no puede dejar de anotar el profesor Del Rey en las seiscientas y mucho páginas de su documentadísimo y bien trabajado texto son las humillaciones, muertes, asesinatos, torturas, expolios y destrucción de la propiedad durante los años 1936 a 1939, circunscribiéndose a la provincia de Ciudad Real, la suya, restricción que el título del libro no advierte, aunque quizá no importe demasiado. Desde Tolstoi, o Dostoievski, creo, no me acuerdo cuál, se sabe que si uno escribe bien sobre su pueblo ha escrito bien sobre el mundo. En este caso, hacer un estudio en profundidad sobre una provincia española controlada durante tres años no ya por el gobierno frentepopulista, sino sobre todo por los autodenominados Comités de Vigilancia y los Comités de defensa de la República, supone un retrato muy fácilmente transportable a cualquier provincia castellana, levantina, andaluza o catalana, con similares organizaciones políticas, parecida ideología y mismo contexto bélico.
En el libro del profesor Del Rey aparece una panoplia de fechorías y atrocidades de lo más variado, tal como he indicado respecto a matanzas, casi todas bien dirigidas y selectivas en cuanto a las víctimas, y sin espontaneísmo o nerviosismo inicial alguno. Desde los gobiernos civiles a las organizaciones sindicales y partidos se dirigió en todo momento a los milicianos para que “limpiasen la retaguardia” de posibles o reales enemigos, con todo lo que ello supuso de encumbrar a las personas más decididas, implacables o acanalladas, y sencillamente de crear una atmósfera de verdadero terror hacia quienes podían tener inevitables simpatías por los alzados, pero que no habían cometido, ni uno de ellos, ni uno, asesinatos sobre el sector izquierdista, habiendo sido todo su delito tener tierras, ejercer el comercio o la abogacía, pertenecer a organizaciones católicas o de derechas, y sobre todo ser miembros del clero, peligrosísimo deporte de riesgo en aquellos momentos. Pero tampoco voy ahora a ello.
En el denso y prolijo estudio referido, el historiador no ahorra detalles, datos, nombres de víctimas y victimarios, así como múltiples referencias a las causas judiciales posteriores contra los verdugos, que terminaron en la ejecución de los que se pudo capturar y se demostró por lo general culpables de —sin juicio ni causa oficial alguna— haber matado, haber mandado matar o haber permitido matar. E incluso en estos últimos aparecen muchos condenados no a muerte, sino a duras penas de prisión que los indultos de los años cuarenta y cincuenta redujeron a veces hasta cantidades asombrosamente pequeñas. Recomiendo mucho al lector que, conforme avanza en el libro, vaya a la red y vea la vida y destino de los más gloriosos héroes de los referidos comités. Pero tampoco quiero ir ahora a ello.
Lo que sí quiero destacar es el papel posterior, hoy, de la reivindicación de esos condenados a muerte o a prisión, todo por parte de organizaciones dizqueprogresistas o universidades locales, tratando de dignificar a gentes que se significaron no por la defensa de unos ideales, sino por asesinatos de una ferocidad y crueldad tan enormes como innecesarias.
El profesor Del Rey no puede sino consignar muchísimos de ellos, estremece leerlos, basándose no ya sólo en acusaciones de testigos en los juicios posteriores, sino de propios correligionarios que, driblando responsabilidades, esquivaban o trataban de esquivar culpas, haciéndolas recaer cobardemente contra quien veían más propicio, todo con mayor o menor fortuna.
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... la idea de restablecer la checa como unidad
de destino en la miseria espiritual
Y aquí enlazo con el poema de Wordsworth. En muchos memoriales y monumentos recién levantados andan ya, junto a otros menos culpables, e incluso inocentes, los nombres de los criminales referidos, cual martirologio en pro de una fe perseguida. Pase que contra las más elementales leyes de la ética se quiera distorsionar el concepto de memoria, y sobre todo el de historia, pero reivindicar, a estas alturas, al puñado de inicuos asesinos que perpetraron una matanza tras otra, y encima colocarlos como apóstoles de la “democracia y la libertad” en lápidas y recordatorios es algo enormemente mendaz que insulta e indigna sobremanera a los cimientos de la conciencia, para quien la tenga. Aunque no será el caso de esa ignara, obsesa y avinagrada lerda ministerial que acaba de leer el proyecto de la ley que se nos viene encima. Tampoco será ello cosa que quite el sueño a la choni cúpula de trincones belcebúes podemitas, a quienes en sus duermevelas seguro ronda la idea de restablecer la checa como unidad de destino en la miseria espiritual de una España que, mientras no haga nada contra ellos, sencillamente se los merece.
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