Sentado frente a la pantalla de mi computador vivo la sensación del escape. Me he escapado de la prisión de la pandemia y, amparado por el tendido de la plaza de toros de Alicante, estoy dispuesto disfrutar lo increíble: un homenaje a José María Manzanares, por tres toreros, tres épocas, tres admiradores del maestro de la Santa Faz de San Juan de Alicante, el nombre del sitio en el que hace muchos años hospedó a José María Manzanares.
Víctor José López EL VITO
A LOS TOROS / Caracas, 28 de junio de 2021
Antonio Ferrera llegó a la plaza con “las carnes abiertas” por dos cornadas sufridas la tarde anterior en Badajoz. No habían pasado ni 24 horas de la cornada envainada de 15 centímetros, llegó el extremeño disminuido físicamente.
Morante de la Puebla, admirador admirado por el maestro de la Santa Faz, tenía cerca de diez años que no hacía el paseíllo en Alicante. Motivos de la excentricidad del torero de La Puebla lo habían alejado: un día le lanzó al presidente de la corrida unos anteojos por no haber sido capaz de ver la calidad en su faena; otro día apuntaló un toro, estando el astado de pie; y ya para colmar la paciente de los paisanos de los Manzanares recurrió a una manguera para regar la arena de la plaza.
El tercer espada fue el joven Juan Ortega, considerado por los más exquisitos aficionados que junto a Pablo Aguado podría ser el sustituto de Curro Romero.
Los toros fueron de Algarra, de la dehesa de La Capitana, toros muy de moda hoy día porque contradicen la declaración de Morante, que dijo textualmente que “no me gustan los toros buenos”, porque los astados de don Luis Algarra, están de moda, porque son demasiado buenos.
Ha digo la gran tarde, torera tarde de Antonio Ferrera que en el cuarto de la corrida, inmediatamente después del festín de la merienda provocó que las emociones de su trasteo se atragantaran en las gargantas de los alicantinos. Variedad absoluta con el capote, en especial aquel quite por chiquilinas que en los últimos años de su vida distinguieron a José Maria Manzanares como las chiquilinas de las manos bajas. La verdad es que el maestro las ejecutaba con esplendor, pero esa manera de rematar la chiquilina, palabra del propio maestro, escuchada por este escapista era que “así las remataba Silverio Pérez”.
Lo descubrió José Mari en Venezuela, durante una reunión con Oswaldo Michelena en Valencia disfrutando de la cinemateca de Carlitos González.
Más allí no se detuvo la gran tarde de Ferrera, vino una variada y muy templada faena que remató con la manera de citara distancia para la ejecución de la estocada final.
Ferrera enloqueció, con una gran dosis de admiración, hasta que surgió la obra de arte de Morante de la Puebla. Lances en sus dos toros, carteles para ferias en el quinto, y e el sexto sin que el de Algarra cooperara y, sin romper en la muleta el de La Puebla, emocionó intensamente con la belleza armónica de su toreo. Es decir con la expresión del Arte verdadero que reclamaba don José Alameda cuando recurría a la imagen de Bach, su sinfonía y el violincelo reclamando precisamente Armonía.
Con Juan Ortega no tuvimos suerte, sin que ello provoque dudas sobre la exquisitez de su arte. Arte que o explicaba don Renato Leduc, poeta y periodista taurino que consideraba “Sabia virtud de conocer el tiempo; a tiempo amar y desatarse a tiempo; como dice el refrán : dar tiempo al tiempo… que de amor y dolor alivia el tiempo".
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