Y por cierto, no deja de ser significativa la escasez de incendios en las sierras y dehesas donde pastan toros bravos. Para el que no lo sepa, el toro bravo, y toda la cultura y la economía que lleva consigo desde su crianza hasta su sacrificio, es seguramente uno de los más claros ejemplos de simbiosis del hombre con la naturaleza. Y los tradicionales modos de vida que en torno suyo se mantienen, han venido contribuyendo de manera clara a esa deseada sostenibilidad.
Cuando el monte se quema
Lope Morales
Jaén / 21.07.2022
No llevamos ni un mes de verano y España arde por los cuatro costados. También a la provincia llegó un aviso de lo que puede pasar. Así que toda precaución es poca. Y toda reflexión también. Cada día interesa más el debate sobre las causas y los remedios respecto a un problema que preocupa sobremanera dentro y fuera. Pero miren por donde, han pasado ya casi treinta años desde que el profesor de Historia del Derecho, Emilio de la Cruz Aguilar, analizase el problema en su trabajo histórico-jurídico “La destrucción de los montes”, sin que los que mandaron tanto y durante tanto tiempo en estas cosas le hayan prestado la más mínima atención.
La regulación político administrativa de muchas comarcas de España, en otro tiempo foral y comunal, pasó del expolio de la riqueza del monte a la protección especial del mismo, siendo víctimas en uno y otro caso los propios habitantes, a los que nunca se les ha compensado la restricción de derechos y la limitación de sus posibilidades de desarrollo económico derivadas de las políticas ambientales o forestales. Tal como diagnosticó Emilio, se fue consiguiendo el efecto contrario a la lógica territorial humana, enfrentando en no pocas ocasiones al hombre con su propio medio. La toma de conciencia respecto al cambio climático y la galopante despoblación de aquellos territorios que más contribuyen a frenarlo, están obligando a los gobiernos a rectificar. Y como no hay mal que por bien no venga, los famosos fondos europeos pueden ser la gran oportunidad para llevar a cabo las rectificaciones necesarias.
La España vaciada —o desalojada— no dejará de serlo hasta recuperar esa relación directa, simbiótica, inseparable, dura pero entrañable, entre el hombre y la tierra en la que habita. Parece necesario un cambio de actitud. Una mirada diferente. El conservacionismo de diseño no puede ir contra los modos de vida ni la evolución humana. Claro que hay que proteger especies. Pero al calor de los pastos en llamas, está visto que al monte le gustan más las ovejas que los lobos. Y las cabras, y los burros. Y por cierto, no deja de ser significativa la escasez de incendios en las sierras y dehesas donde pastan toros bravos. Para el que no lo sepa, el toro bravo, y toda la cultura y la economía que lleva consigo desde su crianza hasta su sacrificio, es seguramente uno de los más claros ejemplos de simbiosis del hombre con la naturaleza. Y los tradicionales modos de vida que en torno suyo se mantienen, han venido contribuyendo de manera clara a esa deseada sostenibilidad.
Tenemos la obligación moral de cuidar el planeta y dejárselo a los que vengan detrás por lo menos tan habitable como lo fue para nosotros. Y eso es todo un proyecto de equilibrios ecológicos. Pero en clave de humanismo y continuidad. No hay una solución global sin llevar a cabo una adecuada y lógica política de respeto a lo local. La ocurrencia presidencial “el cambio climático mata” quedaría bien en un paquete de tabaco. Pero como eslogan me sigue gustando más aquel que en mi niñez sonaba con insistencia cada verano: “cuando el monte se quema algo tuyo se quema”. Los que lo viven de cerca saben lo que se siente aunque no sea fácil de explicar. Dejemos el monte al hombre que lo habita, con sus costumbres y sus animales, que ya se ocuparán ellos de que no se queme. Entretanto todos juntos y a colaborar.
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