Los cosos de Manzanares y San Fernando ha sido ejemplos fehacientes durante el pasado fin de semana de esa incongruencia que hace patente el desvarío.
Los cosos de Manzanares y San Fernando ha sido ejemplos fehacientes durante el pasado fin de semana de esa incongruencia que hace patente el desvarío. En el primero Juan Ortega fue autor de dos obras cumbres. De un importante catálogo del más puro y clásico toreo. Lidias soberbias en las que hay que sumar el temple, la ligazón, la naturalidad y la torería. El diestro de Triana encontró en la noble embestidas de sus toros terreno propicio para recrear unas formas concisas y convincentes, pero la falta de seriedad de las reses minimiza el riesgo y le resta altura a la gran obra, en esta ocasión, realizada con personalísimo concepto y genial sutileza.
Parecidas circunstancias ocurrieron en la también televisada corrida desde la plaza de toros de San Fernando. David Galván conmemoró sus diez años de alternativa lidiando seis toros en solitario en su tierra gaditana. Su triunfo fue enorme, y con su concepto supo recrear el ingrediente emocional del valor y la verdad. Mostró un toreo impecable y, sobre todo, prestó a sus excelentes maneras una notable hondura y fuerza expresiva. Estuvo variado, inspirado, con acertada alternancia entre el detalle preciosista y el toreo fundamental. Entonces, ¿para qué deformar la integridad del toro a lidiar? ¿Para qué la estupidez del falso alivio que oscurece lo bello y hace trascender la penosa realidad? Cuando con excelentes toreros, y toros con la seriedad y el trapío correspondiente para una plaza de tercera, el toreo exalta los sentidos y engrandece a quien lo hace. ¿Por qué, entonces, seguir con engaños?
Cartelas en plaza de tercera, toros de cuarta o quinta, cuestión deexigencias y precio. Nada nuevo
ResponderEliminarEstupenda crónica, sobre todo por la fiel descripción de las excelencias artísticas de los toreros y ensayar al tiempo el difícil equilibrio de denunciar el fraude que supone la escasa seriedad del toro con el que las dotes artísticas se ponen en práctica. En definitiva, la lectura final es que al faltar la ética viene sobrando la estética y que cualquier aparente perfección del toreo, ejecutado en esas condiciones, resulta imperfecta. Sin estar presente el toro íntegro no puede haber grandeza en el toreo y me atrevo a apostillar que, ni siquiera toreo.
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