Inalcanzable y portentoso el padrino Enrique Ponce, completísimo el testigo Juan Bautista y a por todas el nuevo matador peruano Andrés Roca Rey que demostró crecido y valentísimo por qué va a ser – ya lo es desde ayer – figura del toreo.
Apoteosis torera en la alternativa de Andrés Roca Rey
J. A. del Moral / Nimes, 20/09/2015
Inalcanzable y portentoso el padrino Enrique Ponce, completísimo el testigo Juan Bautista y a por todas el nuevo matador peruano Andrés Roca Rey que demostró crecido y valentísimo por qué va a ser – ya lo es desde ayer – figura del toreo. El gran maestro valenciano, que cortó tres orejas, se sublimó con la muleta en su segundo toro, de Juan Pedro Domecq, al que lidió y toreó mermadísimo de facultades por haber padecido una rotura de fibras musculares en un muslo al entrar a matar al segundo de la tarde. El arlesiano, que dio la medida más alta de su capacidad, cortó otras tres. Ambos salieron a hombros por la llamada Puerta de los Cónsules. El limeño, que actuó con las heridas aún sin cicatrizar y con una férula protectora de su muñeca izquierda a consecuencia de una reciente y grave cogida, cortó una oreja de cada uno de sus toros. La del sobrero que reemplazo al devuelto sexto, tras jugarse la vida sangre y fuego. Especialmente con el capote en sus dos toros, dio todo un recital. Salió a hombros por la Puerta Principal. Y la gente, entregada con los tres matadores, locos de pasión y de emoción.
Las corridas de toros que se celebran en estas más que bimilenarias arenas, sobre todo los acontecimientos como el de ayer, lo son más que en ninguna otra plaza del mundo. La simbiosis que forman y reúnen el monumental escenario, los espectadores respirando ejemplar y proporcionalmente al unísono, quizá tan respetuosos, sabios o aún más que los de la Real Maestranza de Sevilla, y todos los toreros conscientes de su especial protagonismo, no tienen parangón. Pareciera, además, que los toros, para bien o para mal, también saben de qué se trata su lidia y su muerte.
La corrida de ayer, muy especialmente, sucedió cual gran espectáculo a la vez taurino y operístico gracias a banda de música, digno de pasar a los anales de la historia del toreo. Tres horas tres duró sin que nadie, salvo el presidente, osara mirar su reloj. Nos dimos cuenta de esto cuando el usía envió un aviso a Enrique Ponce en plena apoteosis de su lentísima creación muletera. Enrique le miró haciendo un elegante gesto de reproche. Como queriéndole decir, “pero hombre, por Dios, ¿no se ha dado cuenta de que estoy toreando con una sola pierna útil y con más sentimiento que nunca?
Y es que Ponce volvía a una de sus plazas más favoritas tras la apoteosis de su corrida homenaje en la pasada feria de Pentecostés. Volvía para dar la 66 alternativa de su vida a un jovencísimo torero de Lima que está tocado por Dios con esa varita mágica de los elegidos. Pocas veces nos hemos atrevido a pronosticar un seguro gran futuro como un servidor lo hizo cuando le vi por primera vez en una novillada matinal sin picadores en la plaza, también francesa, de Bayona. Y así lo ratificó y me dio la razón ayer Andrés Roca Rey ayer, 19 de septiembre de 2015.
La variedad en el juego que dieron los toros, de Victoriano del Río y de Juan Pedro Domecq, nos permitió vivir intensamente lo que va de la gloria al drama aunque, por fortuna divina, no hubo heridas ni más sangre que la derramada por los toros sobre la arena. De tal modo, la doble actuación de Enrique Ponce pasó de tener que domar, ahormar y someter a su mando a un enrevesado y geniudo ejemplar de Victoriano del Río, a ofrecernos un concierto sinfónico frente al más suave ejemplar de Juan Pedro Domecq en cuarto lugar. Quizá la de ayer, fue la vez que más despacio hemos visto torear a Ponce y mira que es de los que más despacio torean desde que el toreo empezó a ser una de las bellas artes. Hubo un momento en el que se olvidó, completamente abandonado, de que no podía andar. Porque al principio de la faena, tendría que haber perdido pasos para que el toro fuera aprendiendo ir más allá de donde todavía iba, y no pudo. No sé hasta cuando le durará a Enrique la inoportuna lesión. Pero lo que dejó claro es que, aun estando tan mermado de facultades, es capaz de eternizar los muletazos hasta el infinito. La plaza, enardecida en plena y portentosa creación, estalló de alegría y de gozo cuando Ponce mató al toro de una soberana estocada en todo lo alto. Y es que esta temporada, la 26 de su ininterrumpida carrera, Enrique Ponce está toreando y matando mejor que nunca. Y ese nunca, que parece un no acabar, es lo que más distingue el impresionante momento que vive para mayor gloria del torero y para la mayor satisfacción de cuantos le adoran. Y yo, el primero.
La actuación del espada francés Juan Bautista Jalabert, corrió pareja al acontecimiento. Tuvo el mejor lote. El más claro aunque el toro de Victoriano del Río duró menos que el extraordinario de Juan Pedro. Me gustó más en el Victoriano porque toreó con un temple, una pulcritud, un relajo y una elegancia natural digna de la histórica tarde. Y me gustó más en ese tercer toro porque en el quinto, quizá espoleado por lo insuperable que acababa de hacer Ponce, se amontonó demasiado en el conjunto de una variadísima labor que empezó y acabó de rodillas. Juan Bautista banderilleó en este toro con sobradas facultades y brillantez, manejó el capote también con variada donosura y mató de una extraordinaria estocada en la suerte de recibir que valió la segunda oreja porque la faena fue de una.
Ya he dicho que Andrés Roca Rey dio un recital completo con el capote, tanto en los recibos como en los quites que llevó a cabo sin dejar de intervenir en sus turnos. Aparte la variedad y perfecta ejecución de los lances, lo más sobresaliente fue la facilidad con que los interpretó y cómo los ligó sin apenas solución de continuidad. Con la muleta, se mostró tranquilo y sereno pese a ser el primer toro que mataba en su vida. Pero tuvo que recurrir a unas muy ligadas luquesinas para calentar la relativa frialdad de su quehacer muletero hasta ese momento. Pese a quedarle caída la estocada, le fue concedida la primera oreja de la tarde.
Cuando salió muy alegre y con muchos pies el sexto, Andrés también lo hizo con dos largas de rodillas a las que siguieron un ramillete de gaoneras y un galleo del mismo palo que remató con revolera. Momento en el que el toro empezó a mostrarse lastimado y tuvo que ser devuelto. Una pena porque, de no haberse encojado el de Juan Pedro, la faena de Roca Rey podría haber sido la que todos estábamos esperando. Y mira que el sobrero de Victoriano del Río dio juego en su salida. De nuevo, volvió Andrés a desparramar su capote por verónicas, chicuelinas y zapopinas en el quite. Llegado el momento de tomar la muleta, el toro desarrolló un endemoniado genio que impidió torear a gusto al limeño. Pero no limitar el tremendo valor que tiene este torero. Se jugó la vida sin miramiento alguno, resultó dramáticamente cogido, zarandeado, recogido y con la ropa destrozada. Posiblemente afectado también en la muñeca partida y sujeta con la férula que se desbarató. Desbordante la emoción, Andrés mató como un jabato de estocadón hasta las cintas y, como no podía ser menos, cortó otra oreja que le valió ser aupado a hombros junto a Ponce y a Juan Bautista. Quisieron éstos que les acompañara en la salida por la Puerta de los Cónsules. Pero Andrés desistió de hacerlo en un gesto de caballerosidad que le honra.
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