Un encierro disparejo en todo, la negacion de la suerte de varas, los desatinos con la espada, y un palco disparatado terminaron, empañando los buenos momentos de toreo y ninguneando la Plaza.
- Enrique Ponce, vino a sustituír a Manzanares y sentó cátedra. Los toros problema que le salgan a los que saben, y este se las sabe todas.
Un disparate
Cali, Colombia, XII 29 15
Lejos, muy lejos de su prestigio los cárdenos, cornicortos y escalerudos santacolomas del doctor Ernesto González, remendados con dos negros parches de Gutiérrez, fueron entrambos material poco propicio para una tarde torera. No los picarón, porque no lo aguantaban, puro simulacro de mono-mini-puyacito. --¿Y su señoría? -- Muy bien gracias ¿Y usted? Cambiemos tercio y pongamos música ¡Que viva la feria! --Dos con bonitas hechuras condesas, el primero y el quinto, no salieron con nada. Por contra dos terciaditos, en el margen de la ley, sacaron casta vieja y se hicieron aplaudir. Los emergentes manizaleños, uno segundo bis que salió por el despitonado titular, y otro, sexto, los dos de romana decente, sacaron más genio que otra cosa provocando división de opiniones y protestas respectivamente.
Enrique Ponce, vino a sustituír a Manzanares y sentó cátedra. Los toros problema que le salgan a los que saben, y este se las sabe todas. Al desrazado e incierto primero le dio lo suyo. Sobando, sobando, le fue obligando hasta los siete naturales sino ligados sí meritorios. El ruedo reverberaba, el toro no se dejaba y Enrique sudaba, pero no se descomponía y mandaba. ¡Qué bueno verlo así! Ganándosela. Un pinchazo y una gran estocada solo recibieron un saludo, pero la lección fue de trofeo.
Con el chiquitín y picante cuarto, acosado por el viento, bregó con maestría, desde los donosos doblones genuflexos con que comenzó la doma hasta las dos barrocas poncinas en los medios con que remató la últimas tandas circulares, delicadas, hipnóticas, a media altura que demostraron que en esto de torear suavidad vale más que fuerza. Maestro en dorada madurez. Merecía mucho, merecía todo, no necesitaba que le regalaran nada. Se tiró a volapié, la hoja entró total pero asomó un palmo por el costado… y el palco, el inefable palco, descaradamente le tiró una oreja que más que premiar infama. No hay derecho. No, no y no lo hay. Un soberano disparate. El de la feria. Que pena tener que quitarle líneas a la bella obra para comentar semajente dislate. Para colmo, porque los males no vienen solos, el maestro terminó solidarizado con la burrada y declaró “No fueron sino dos deditos”.
Paco Perlaza, vino al que ha sido su patio de recreo desde la primera infancia, y vino en serio. Se puso de rodillas a portagayola y así, jugado, estuvo toda la tarde luchando a destajo contra las adversidades de la brisa y el peor lote, que no le impidieron momentos de brillantez. Una estocada recibiendo en los medios al segundo bis hubiese merecido pelo, pero el gutiérrez se la tragó, ¡Malhaya! Y los cuatro descabellos, dos veces ¡Malhaya! Con el quinto, que no podía ni con su alma, bastante hizo con no dejarlo caer, sin embargo cuando le sepultó el acero descentrado, ahí sí se petrificó en sus patas, y el verduguillo tocó dos veces y el clarín una.
Sebastián Castella, rectitud, hieratismo, serenidad. Con el geniosito tercero, en el tercio, le hizo girar en tandas cortas pero ligadas por los dos lados, alborotando la banda y la fanaticada, tanto que rompió su sobriedad desplantándose mas de lo necesario. Pinchazo, tercio de hoja y terna de cruceta, fueron saludados. Es que lo quieren mucho. El sexto era un soso descompuesto. Porfió sin esperanza y sin medida hasta que ya en sombras nos liberó a todos con estocada honda.
FICHA DEL FESTEJO
Martes 29 de diciembre 2015. Plaza de Cañaveralejo. 9ª de temporada. Sol y calor. Tres cuartos de plaza.
Cuatro toros de Ernesto González (en Santacoloma), dispares de presencia y juego. Dos de Ernesto Gutiérrez, zancudos y ásperos.
Enrique Ponce, saludo y oreja.
Paco Perlaza, palmas y palmas.
Sebastián Castella, saludo y silencio.
Enrique Ponce
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