Los indultos a tutiplén son la nueva moda. El ejemplo mejicano nos advierte de las nefastas consecuencias de la indultitis. Porque nunca se indulta al toro bravo, se indulta a la babosa que ha dejado estar a gusto al torero. Aquí se proponen dos regulaciones.
Urge regular los indultos
Domingo Delgado de la Cámara
Cada vez que tiene lugar un indulto, se desata la polémica. Porque la mayoría de los indultos se deben a la benevolencia de un presidente que no sabe resistirse a la presión sensiblera de un público tan emotivo como poco reflexivo. Y entonces llega el enfado de quienes sí saben lo que están viendo y no se dejan arrastrar por planteamientos emocionales.
Los indultos a tutiplén son la nueva moda. Y urge acabar con esta moda nefasta, que amenaza con degradar definitivamente la ya de por sí muy degradada tauromaquia actual. Y para empezar una advertencia: la moda de los indultos, no sólo supone el escamoteo de la suerte suprema, también supone el primer paso para la lidia sin muerte. Y la lidia sin muerte no podemos consentirla de ninguna manera. Aviso a navegantes. A la salida del indulto esperpéntico que tuvo lugar en Illescas hace pocos días, escuché el siguiente comentario de labios de una señora:
- "¡Qué bonito ha sido el indulto del sexto toro! ¡Deberían indultar a todos los toros!
En otras palabras, “la bravura del toro me da igual. Lo que yo quiero es que no lo maten, y poder disfrutar sin muerte de las posturitas del divo de turno, que es lo que realmente me interesa…”.
Si despojamos a la lidia de la muerte y demás elementos dramáticos, la lidia quedará en nada, en un conjunto de posturitas sin trascendencia ninguna. Y por eso hay que impedir a toda costa la proliferación de indultos.
Hay otro argumento lamentable que últimamente estamos oyendo mucho:
- “En unos tiempos de contestación a la tauromaquia, es bueno indultar para que la gente vea que el toro puede salvar su vida, que no siempre pierde el toro”.
Es decir, cedemos a los planteamientos del enemigo, en un intento de congraciarnos con él. Sin darnos cuenta de que nos estamos rindiendo ante el enemigo, que cada vez está más cerca de la victoria definitiva.
Creo que todos los aficionados estamos de acuerdo en que la lidia en su integridad, con varas, banderillas y estocada, no puede ser objeto de transacción ni simulacro. La lidia a muerte debe ser innegociable. Y debemos oponernos a todo lo que ataque la integridad de la lidia, por ejemplo a los indultos arbitrarios, donde la suerte suprema no existe.
Por otro lado están los toreros, encantados con la posibilidad de alcanzar un bonito triunfo sin el riesgo de perderlo por el mal uso del estoque. En esta tesitura, el indulto deja de ser un premio para la bravura del toro. El indulto se ha convertido en un premio para el torero: una oreja, dos orejas, dos orejas y rabo… e indulto, que es un premio mayor y donde encima te ahorras la estocada. Este cachondeo hay que cortarlo de raíz.
El ejemplo mejicano nos advierte de las nefastas consecuencias de la indultitis. Hagámonos un par de preguntas, con su correspondiente respuesta:
- ¿Cuántos toros (casi siempre con un nombre asaz hortera) se han indultado en México en los últimos cincuenta años?
Se han indultado cientos, seguramente más de mil.
- ¿Cómo está la cabaña brava mejicana?
Con la raza por el suelo. Porque nunca se indulta al toro bravo, se indulta a la babosa que ha dejado estar a gusto al torero. Y esta babosa luego es un semental de toros sin raza, ni fuerza.
Es decir, los indultos indiscriminados han sido contraproducentes en la cabaña brava mejicana. Cuantos más indultos se producían, más bajas de casta estaban las ganaderías. Y precisamente este camino nefasto es el que se está emprendiendo en España. Porque además, cuando sale un toro verdaderamente bravo y merecedor del indulto, nunca se le indulta, porque el torero generalmente lo pasa mal con él y no triunfa… Por eso es necesaria la desvinculación del indulto de la actuación del torero. Y ahora suelen ir fatídicamente unidas ambas cosas.
Por cierto, y hablando de toreros… cuando un torero torea de verdad, con la mano por abajo y pudiendo al toro, no suele indultar. Porque su toreo es duro y castigador, y muy pocos toros lo soportan. A los cuarenta pases ya no embisten más. Por el contrario, esas faenas de doscientos pases que terminan en indulto, se suelen deber a un toreo a media altura y sin obligar, que no rompe al toro. La mayoría de los indultos son obra del toreo de mentira.
La única justificación del indulto es la búsqueda de ese gran semental que llene de casta la cabaña brava. Esta y no otra es la razón de ser del indulto. Y el indulto debe ser un acontecimiento excepcional, porque raras veces sale ese raceador excepcional. Por tanto, al indulto hay que dotarle de criterios objetivos y fácilmente verificables, para que estén claras las cualidades del toro, y se haya podido ver el juego del toro en los tres tercios de la lidia. Ya está bien de indultar mansos declarados o toros a los que no se ha visto pelear en el caballo, solamente porque fueron muy colaboradores en el último tercio.
Al presidente de la corrida hay que dotarle de las normas escritas necesarias para que pueda no acceder al indulto sin exponerse a la ira de un público tan bien intencionado como ignorante. Porque además, con la regulación que propongo, hasta el menos entendido podrá apreciar las auténticas cualidades o limitaciones del toro. Y propongo dos regulaciones posibles:
1.- Primera posibilidad.
Se debe poner un artículo en el reglamento donde se diga que cuando la gente pida el indulto, se parará la faena de muleta. Y se meterá nuevamente el caballo de picar, para que el toro tome los puyazos que no tomó en el primer tercio. Se colocará al toro en los medios, para que todo el mundo pueda ver la bravura del toro. Y si el toro arranca alegre y mete los riñones en el peto, el indulto tendrá su razón de ser. Si por el contrario (que es lo que sucederá la mayoría de las veces) el toro no va o sale suelto, el torero no podrá calentar los garbanzos y tendrá que matar al toro inmediatamente.
2.- Segunda posibilidad.
Muchos ganaderos me han comentado que meter el caballo al final de la lidia no tiene sentido. Dicen que después de haber tomado los toros doscientos muletazos, no iría al caballo ninguno. Eso habría que verlo, digo yo…
Pero también puede regularse el indulto de otra manera. El ganadero o su representante, estará colocado en el callejón en lugar bien visible. Cuando vea que estamos ante un toro con posibilidades, lo indicará. Y aparecerá en el callejón un cartel que ponga: “Este toro opta a indulto”. En ese momento se colocará al toro de largo y se le darán tres puyazos, que tendrá que tomar con bravura y apretando. Naturalmente, luego el toro tendrá que seguir embistiendo, porque si no, nadie pedirá la gracia para el toro. Y así se disiparán todas las dudas.
Por el contrario, cuando el ganadero quiera que el primer tercio se acorte y quede reducido a uno o dos puyazos ,lo indicará igualmente, y aparecerá el siguiente cartel en el callejón: “Este toro NO opta a indulto”. Y ya no habrá posibilidad de indultar por muy noble que sea en la muleta el bicho y por muy a gusto que se haya sentido el toreador.
Elijan ustedes entre las dos posibilidades, pero de alguna manera hay que parar el descalzaperros que últimamente estamos padeciendo. De todos los indultos que he tenido la desdicha de presenciar en los últimos años, con el único que estoy de acuerdo es con el Victorino “Cobradiezmos” en Sevilla. El resto de indultos han sido un cachondeo. Y tenemos que frenar este cachondeo antes de que esto se nos vaya de las manos definitivamente.
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