Muchos abonados regalan sus entradas porque la mayoría de los aficionados al toreo a pie no lo son al rejoneo. Y los beneficiarios son familiares que nunca van a los toros pero que les distrae el corretear de los caballos, amigos, vecinos, personas sin interés por el toreo, gente joven de ambos sexos etc. En fin, una masa que se siente muy feliz yendo a Las Ventas aunque sólo sea una tarde en San Isidro.
Otra vez el público del rejoneo
Hay que hablar otra vez –y espero no volver a tocar el tema - del público del rejoneo, tan diferente al del toreo a pie. Nada que ver. Otra tauromaquia diferente con sólo un elemento común : que las dos se celebran en una plaza de toros.
El caso es que siempre el público es amabilísimo con esto que sobre todo es un ejercicio ecuestre y un espectáculo vistoso.
Para entender al público de los caballos, hay que analizar diversas circunstancias:
1.- Muchos abonados regalan sus entradas porque la mayoría de los aficionados al toreo a pie no lo son al rejoneo. Y los beneficiarios son familiares que nunca van a los toros pero que les distrae el corretear de los caballos, amigos, vecinos, personas sin interés por el toreo, gente joven de ambos sexos etc. En fin, una masa que se siente muy feliz yendo a Las Ventas aunque sólo sea una tarde en San Isidro.
2.- Algunos abonados sí van y otros espectadores a los que les gusta este arte y pasan por taquilla.
3.- Público en general fácil, alegre, festivalero, con entusiasmo por pedir orejas y agitar pañuelos, y dar gritos y regalar y regalar apéndices.
4.- Mis abonos también los regalé como hago siempre, salvo la época de oro de Pablo Hermoso de Mendoza. Y lo hice a un familiar que rechaza los toros, casi nunca va a la plaza, no ve ni una por televisión y acompañó, de mala gana, a una conocida que sólo iba a estar una tarde en San Isidro 2018 y quería ver Las Ventas. Tocó ese día rejoneo. Se animó e invitó a unas amigas a la última de rejoneo en San Isidro atraída por las carreras continuar de aquí para allá, por los saludos continuos al público, por la petición imparable y convulsiva de aplausos de los rejoneadores, por los números circense de los caballos y de todo este tinglado.
“Pedíamos las orejas como locas”. Ellas y muchos más. Cómo gusta este jolgorio. Y es que son agradecidos : no puede nadie negar la oreja al que te ha saludado 20 veces por lo menos durante la faena (cada vez que coloca algo encima del toro o simplemente después de una buena carrera). ¿Cuántas personas habría así el 9 de junio y cuántas cada día de rejoneo?
Y si a esto añaden, en general, que la exigencia del público de Madrid baja por días, igual que el de Sevilla, y no digamos todos las demás, pues encontrarán la clave de este declive.
Y es que además los presidentes son cada día peores, algunos incapacitados. En San Isidro, sólo dos ha cumplido. El resto, calamitoso. Que les den un cursito o que los echen a la calle.
Y la consecuencia peor es que este público desprecia, sin saberlo, a los toreros de a pie, cosidos a cornadas frente a toros en puntas.
Pero que pidan lo que quieran. La libertad es sagrada. Aunque la decadencia parezca imparable.
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