la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 14 de julio de 2018

9ª de San Fermín en Pamplona. Un grandioso e inolvidable espectáculo / por J.A. del Moral



Si hubiera tenido que titular incluyendo los nombres de los protagonistas, no habría suficiente ni razonable espacio en esta clase de escritos. A saber, Juan José Padilla, Cayetano, Andrés Roca Rey y la gran corrida que trajo Borja Domecq con el hierro de Jandilla.


Se juntaron los planetas por primera y única vez en este festejo que pasará a la historia. El relato de lo sucedido podría ser interminable. Pero habrá que resumir y en ello me hallo aunque con ganas de escribir una novela real como la vida misma. Tan real como irreal porque ni pensado podría haber salido todo tan a pedir de boca. Habrá que dar la enhorabuena y generalizarla hasta todos y cada uno de los asistentes y creo que también a cuantos lo vieron por televisión. Ya se sabe que, cuando se televisa una corrida con los añadidos medios que actualmente tenemos a nuestra disposición, los escenarios y aún más el de la Monumental de Pamplona se convierten en los más grandes del entero mundo. Imagino a mis amigos aficionados de Francia, de Inglaterra, de Italia, de Alemania y de América con México y El Perú, sobre todo El Perú, a la cabeza y no termino de darles a todos un gran abrazo de imperecedera hermandad.


Pues resultó que ayer se despidió Juan José Padilla de “su” Pamplona. Jamás aquí hubo un torero más querido y ni más admirado por sus infinitas tardes de heroica gloria, tanto antes como después de su terrible percance en Zaragoza. Padilla quizá haya sido el torero que más corridones de toros haya matado aunque justo es recordar también a Francisco Ruíz Miguel. Solo que Padilla, con su parche sobre el hueco del perdido ojo izquierdo y ayer con un pañuelo negro anudado en su cabeza tras su tremendo percance de hace muy pocos días en el que un toro le arrancó medio cuero cabelludo, su imagen de “pirata” fue absolutamente total. Nada más aparecer en el ruedo para hacer el paseíllo, todos los espectadores le recibimos en pie y coreando su apellido. Casi veinte mil personas volcadas con este “Ciclón de Jerez” que, luego, con capote, banderillas, muleta y espada consumó una actuación inenarrable en su gloriosa totalidad. Tres orejas tres.


Y otro tanto, señores, Andrés Roca Rey que ayer repitió su primer gran triunfo en los Sanfermines de este año, proclamándose gran triunfador de este feria como no podía ser menos. El alevín peruano – y también ya español – que algunos llaman “cóndor”, alzó su vuelo hasta el infinito superándose a sí mismo porque este es de los que se ven obligados casi a diario a competir con todos empezando con su propio ser y estar inconmensurable. R R ya se ha salido de madre, de padre y hasta del Espíritu Santo. Ahí va eso, oigan, porque no hay quien lo pare… Se la jugó como siempre y ayer, encima, antes y después de sufrir un tremendo golpe en la cadera cuando empezó su primera faena por impertérritos estatuarios. No cesó de cojear en toda la tarde sin que ello impidiera su colosal despliegue de valor, inteligencia, destreza, tino y esa variedad propia de las sirenas del mundo que atesora en su ser y en su estar casi siempre a la total disposición de los aficionados y sin volver nunca la cara a sus compañeros de terna.


Cayetano, que tuvo que pechar con el peor toro de la corrida, el tercero, recuperó la suerte con el quinto y en su cuenta anotamos complacidos los pasajes con más calidad de la jornada. Cayetano es ya por derecho propio el último gran heredero de sus tres familias – Ordóñez, Dominguín y Rivera -, los tres colosos con los que tuve el honor y el placer de ser más que amigo. Me crié y crecí entre los dos mayores y hermané con mi inolvidable amigo Paquirri. Eso que me llevé para el cuerpo aumentando mi familia taurina con Enrique Ponce y los Manzanares padre e hijo. Me siento orgulloso de haber tenido la inmensa suerte de aprender lo que sé a la vera de estos históricos colosos.


 Un grandioso e inolvidable espectáculo

Pamplona. Plaza Monumental. Viernes, 13 de julio de 2018
Novena de feria con lleno total y tiempo muy variable, cielos nubosos y lluvia intermitente. 
Seis toros de Jandilla, muy seriamente presentados, bravos, encastados y de buen juego salvo el apagado segundo.
Juan José Padilla (blanco y oro con remates negros): Buena estocada, dos orejas. Gran estocada, aviso y oreja). Salió a hombros.
Cayetano (celeste y oro): Pinchazo y estocada, ovación con saludos. En Gran estocada, oreja.
Andrés Roca Rey (gris plomo y plata): Pinchazo y gran estocada, oreja. Gran estocada, dos orejas. Salió a hombros.

En la brega destacó Iván García. Como asimismo en palos con un par suelto. También se destacaron en banderillas, Joselito Rus, Alberto Zayas, Juan José Domínguez, Paquito Algaba, Mambrú y Viruta.  


Padilla no cesó es escuchar como el público coreó su nombre incansablemente. El homenaje a su persona y a su historia en esta plaza que de siempre fue suya, fue inconmensurable. La gente que abarrotó las localidades vivió con incontenible emoción y hasta el borde de las lágrimas cuanto Juan José protagonizó en este postrer festejo de su vida. A la total entrega del torero correspondió la total entrega del público. Y es que la doble actuación del espadas jerezano fue un no parar en creatividad y en incesantes además de vistosos aciertos. Pereció que Dios quiso compensarle en el enorme derroche que protagonizó siempre arropado por el cariño de los espectadores. No creo que hubiera ni uno solo de los que allí estuvimos que no se rindiera ante Padilla. Más querido ha habido muy pocos toreros en la historia. Se le habrán podido afear algunos excesos expresivos. Pero ayer, todos olvidamos sus acostumbrados efluvios que tan bien supo vender de cara a la galería. 

Desde que saltó al ruedo el primer toro hasta que se vio aupado a hombros al final del festejo, Padilla se entregó con notable brillantez en todos los tercios – aunque solamente banderilleó en el primer toro – con su habitual disposición a darlo todo con el capote en los recibos y en quites, con la muleta en sus faenas y ayer por cierto que también con la espada que manejó con prontitud y notable acierto. Podríamos decir que el mismísimo Dios estuvo muy cerca de Padilla en esta su postrera actuación en Pamplona. 

Aunque en esta temporada viene despidiéndose en todas las plazas, la de ayer seguro que la guardará en su memoria para siempre como la más cariñosa además de espectacular y alegre. Los compañeros de Padilla ayer, tanto Cayetano como Roca Rey le brindaron uno de sus toros con ostensible cariño y admiración. Nada de frías cortesías, todo el cariño de ambos espadas hacia su ya tan veterano compañero. Pocas veces hemos visto un despliegue tan sincero y abundante de todo el toreo y de toda la afición con ningún otro torero.


Pero es que además de cuanto ocurrió ayer con Padilla como máximo objeto de admiración, no fue a la zaga con sus compañeros de terna. El “si tu bueno yo mejor” habitual en las contiendas del toreo entre los más grandes, tomó carta de brillante naturaleza con Cayetano aunque en su caso solamente con el quinto toro frente al que el menor de los Rivera Ordóñez volvió a mostrarse cual últimamente es, un torero de valor y de arte inconmensurable con acentos rondeños, sentimientos aristocráticos, quehaceres repletos de empaque y de esa naturalidad propia de los elegidos – siempre lamenté que Cayetano tardara tanto tiempo en decidirse ser torero, razón de su tardía sazón – y, en definitiva, un saber estar en los ruedos con notabílisima autoridad a la vez de con el sencillo señorío de los que nada tienen que demostrar porque saben lo que son y no necesitan hacer exageradas ostentaciones.

Punto y aparte como en su primera corrida sanferminera de este año con Andrés Roca Rey. Ayer ratificó lo ya conseguido en su primera tarde de esta feria. Pareció estar ya escrito que Roca Rey iba a ser el máximo e indiscutible gran triunfador de este ciclo que es y seguirá siendo suyo. Pocas veces hemos visto más comunión entre un torero y los espectadores. 
Lo de Roca Rey es la diaria ratificación de estar ante un torero histórico y eso sin que solamente ha sido empezar. A su infinita y habitual entrega continúa añadiendo unas dotes toreras de gran categoría. Sus alardes de valor ponen al público al borde del espanto, sí. Pero es que, acto seguido, puede y sabe torear por lo clásico con majestuosidad y con todo el temple del mundo. Esta singular simbiosis entre tantas dosis de valor, inteligencia, personalidad y natural prestancia en lo más clásico del toreo, tanto con el capote como con la muleta sin que le falle la espada casi nunca, va a mover todas las montañas del toreo. Es lógico, pues, que los aficionados peruanos estén tan subyugados como enardecidos.

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